Capítulo 60: Entrevista fallida

550 102 21
                                    

Si algo había aprendido Nico, con el pasar de los años, era lo mucho que le gustaba a Malena guardar la apariencias constantemente, pero lo que sucedía el lunes por la tarde en aquella casa parecía traspasar los propios límites de la madre de Izan. La mujer se había cambiado varias veces de vestimenta, incluido el tipo de peinado, pero eso no era todo, la casa tenía que estar totalmente impoluta, y cada cosa en el lugar que ella dijera, algo que sería normal si no fuera porque al rato volvía a cambiar de opinión y hacía que lo pusieran en otro lado, a veces incluso se trataba de pequeños cambios inapreciables, milimétricos. Lo más sorprendente era que su marido parecía bastante nervioso también, caminaba por el salón como si tuvieran que tomar una decisión que afectase a nivel mundial. Aquello era una completa locura. ¿Qué les pasaba? ¿Tan importante era guardar las apariencias hasta el punto de hacerlo para personas que probablemente se irían a dedicar a trabajar allí mismo en poco tiempo? No tenía lógica, pero, ¿había algo allí que lo tuviera? A Nico llegó a pasársele una extraña idea por la cabeza, algo que descartó rápidamente, no, seguramente no fuese porque ocultasen algo.

La hora señalada llegó y Malena miraba su reloj de oro con desaprobación.

―Impuntualidad, la peor cualidad que se puede tener en el trabajo, solo por esto deberíamos de desclasificarlas a todas ―bufó desesperada haciendo resonar sus llamativas sandalias sobre el suelo impoluto, habiendo sido limpiado, ante su desconocimiento, con crema de su empresa.

Nico, sentado en el sofá junto a Amanda, se guardó una sonrisa interna cuando Malena comentó que esperaba que quien llegase a trabajar allí usase los productos de Casandra para el suelo.

Amanda y él también se habían tenido que arreglar, mientras la joven había optado por algo menos ostentoso, en comparación con su madre, Nico había decidido, aconsejado por Izan mediante mensajes instantáneos con fotos de la ropa del armario de éste, unos vaqueros azules y una camisa de color crema tostada. Amanda llevaba, para sorpresa de su hermano postizo, unos vaqueros también, combinados con una blusa. Habrían costado probablemente un pastizal, pensó Nico, pero aún así se la veía bastante sencilla, salvo por los botines de fino tacón que acompañaban a su vestuario.

Poco tardaron en llegar las primeras entrevistadas, así que, conducidas por Casandra, fueron pasando una por una al salón, donde se les iba realizando entrevistas individualizadas. Todo eran pegas por parte de los progenitores de Izan, ni si quiera un ya te llamaremos les dedicaban. Cada una de ellas salían de la misma manera en la que habían entrado: en paro.

Llegó el momento de la última, algo que agradeció Nico internamente. No estaba seguro si podría llegar a presenciar otra entrevista más. Si le hubieran hecho un examen en aquel momento sobre las preguntas realizadas, habría sacado matrícula de honor.

Aquella mujer tendría alrededor de cuarenta años, casi como el resto de las que habían acudido a la entrevista, lo que le hizo a Nico deducir, para su sorpresa, que la edad había sido un requisito importante. ¿No querría Ángel que trabajasen allí chicas jóvenes como la que estuvo en el cumpleaños de Amanda? A pesar de no entender nada, decidió escuchar la que sería la última entrevista, y esperaba y deseaba que también la definitiva. ¿También le pondrían pegas innecesarias? Si era así, a aquel paso llegaría el día de la jubilación de Casandra y tendrían que encargarse de las tareas de la casa por ellos mismos, algo que dudaba y descartaba totalmente, así que por lógica la escogerían a ella, o se quedarían con alguna de las ya rechazadas de la tarde.

Para sorpresa de Nico, las preguntas de la entrevista dieron un giro inesperado, señal que indicaba que posiblemente Malena y Ángel tenían interés en ella. Bueno, al menos no tendría que presenciar más entrevistas.

―Si alguna vez nuestros hijos desobedecen alguna orden, ¿nos lo harías saber? ―Preguntó Malena preparada para escuchar su respuesta.

―Por supuesto, señora, forma parte de mi trabajo.

―Aja ―dijo Malena mientras apuntaba algo en la hoja de preguntas que tenía preparada―. ¿Qué piensa de tener que tomar el poder bajo su mando en la casa, si alguna vez se requiere?

―Si ustedes me dan ese permiso, lo haré.

―Me refiero en el caso de que ni mi marido ni yo estemos disponibles ―aclaró Malena sentada frente a ella, en la perfecta mesa ordenada del salón.

―Les llamaría ―respondió la mujer.

―Si mis hijos hicieran una trastada, ¿nos lo contaría? ―Preguntó en esta ocasión Ángel, quién está sentado junto a su esposa y también llevaba consigo un folio con preguntas donde de vez en cuando tomaba anoctaciones.

―Bueno, creo que sus hijos ya están mayores para hacer trastadas, pero en el caso hipotético de que esto ocurriera, les avisaría lo más rápido posible.

―Bien. Si alguna vez no estuviera de acuerdo con algo que le dijésemos que hiciera, ¿nos lo haría saber o acataría nuestras órdenes? ―Volvió a preguntar Malena.

―Acataría sus órdenes, no soy quién para decirles qué hacer con su casa y sus hijos.

―Como ya sabe, tenemos un chófer en esta casa. Tenemos entendido que usted conduce. Si por alguna razón nuestro chófer no estuviera disponible y nuestros hijos necesitasen que se les llevase a algún lugar con ánimos de lucro, ¿qué haría? ―Preguntó nuevamente Ángel.

―Mi obligación es en esta casa, no voy a quitar el puesto a otra persona. En todo caso les llevaría si ustedes me lo indican.

―Muy bien ―sonrió Malena volviendo a apuntar algo―. Una última pregunta y ya acabamos... ¿Se tomaría la libertad de hacer regalos en fechas señaladas a miembros de esta familia sin que se les pidiese?

―Sin el consentimiento de ustedes nunca. Y en el hipotético caso de hacer algo así preguntaría siempre antes.

―Muchas gracias, esto ha sido todo ―dijo Ángel levantándose de la silla y extendiéndole la mano para estrechársela.

La mujer también se levantó de la silla correspondiendo al saludo de Ángelo. Nicolás lo tenía claro, aquella entrevista era la definitiva. No era difícil de adivinar que todas aquellas respuestas eran lo que buscaban de alguien para trabajar en aquella casa, una persona que no se metiera en nada, que informara siempre antes de tomar la iniciativa para resolver un problema, una persona que callara lo que pensase e hiciera su trabajo sin replicar. Básicamente, lo contrario a Casandra.

―Lo sentimos, no es el perfil que buscamos ―informó Malena estrechándole la mano―. Estoy segura de que encontrará a una familia que busque algo así, pero sintiéndolo mucho, requerimos otra cosa.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora