Capítulo 20: El cumpleaños de Amanda

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Vajilla de porcelana, cubertería de plata, copas de fino cristal. Aquella noche la mesa del comedor relucía por su refinado atuendo preparada para recibir a sus comensales, sin embargo, a pesar de los lujos que la diferenciaba del resto de días, no era un día más allá de lo normal salvo la diferencia de que Estela había sido invitada a cenar por parte de la familia de Izan, quienes querían aparentar que los manjares que iban a degustar eran la costumbre cotidiana de cada noche. A pesar de ello, Estela había cenado otras noches en esa casa con la cubertería y vajilla normal para una familia acomodada como aquella. Lo que diferenciaba aquella noche del resto en las que había cenado allí, era que celebraban el cumpleaños de Amanda. Nico, sentado al lado de Estela, estaba maravillado ante tantos manjares y exquisiteces que se encontraban frente a sus ojos. Nico tenía algo claro al ver los platos que se encontraban frente a él, con el dinero gastado en esa cena podría su familia cenar durante un mes. Resopló internamente y puso su mejor sonrisa. Guardar las apariencias, eso es lo que debía de hacer. Una fingida sonrisa se posó en su rostro mientras bebía de su copa llena de zumo de pomelo.

―Qué maravilla, hoy Amanda cumple dieciocho años ―le dedicó la madre de Izan una fingida sonrisa a la joven.

―Sí, como crecen, ¿verdad amor? ―Preguntó su marido dándole un suave beso en la mejilla haciendo que ella sonriese coquetamente como si fuera la damisela de una película antigua.

―Hoy es un día especial ―sonrío a sus padres la joven aludida.

―Muchas gracias por invitarme, señores ―sonrió Estela, quien no había podido evitar negarse a aquella cena pese a no haber querido ir en realidad, no le gustaban aquellas parafernalias con la familia de Izan.

Nico contemplaba en silencio la vestimenta de cada uno de los comensales. La madre de Nico se había arreglado más de lo normal, algo que Nico había creído imposible y sin embargo, se había equivocado. La mujer llevaba un vestido azul eléctrico que llegaba hasta las rodillas. Las mangas del vestido eran en forma de sisa y en el escote se podía destacar un collar de perlas plateadas que, según imaginó Nico, habría costado un precio excesivo. Más perlas recubrían cada uno de los complementos que le acompañaban, desde la pinza que recogía dos extremos de su cabello castaño sin dejar de mostrar su preciada melena, hasta los zapatos adornados con diminutas perlas realizados por un diseñador americano en exclusividad para ella, pasando por un cinturón plateado con una cenefa de pequeñas perlas que combinaban con las de los zapatos pese a ser de un tamaño un poco mayor. Estela había optado por un vestido de palabra de honor color rosa fuerte de volantes, medianamente corto recubierto con un amplio cinturón negro recostado en su cintura; mientras que Amanda llevaba un vestido beis tostado de manga a la sisa que le llegaba un poco más debajo de la rodilla. En el cuello se había puesto un collar de diamantes heredado de su abuela materna, el cual su madre le había hecho ponérselo cediéndoselo y cumpliendo la voluntad de su difunta progenitora. Nico observó los atuendos de las tres de forma disimulada sin entender el sentido que tenía tal elegancia por un simple cumpleaños. El padre de Izan no iba a ser menos que el resto y se había puesto un elegante traje de chaqueta azul marino junto con un pilla corbatas dorado con pequeños diamantes.

Cuando una hora antes de aquella extraña cena Estela llegó vestida tan elegante, Nico no pudo hacer nada más que sorprenderse sin dejar de mirarla de arriba abajo, accediendo a dejarse asesorar por la joven para elegir que ponerse aquella noche tan singular. Pese a no comprender aquellas costumbres extrañas de la familia de Izan sabía que tenía que aceptar los consejos de Estela si quería disimular quien era. Cuando se arregló con un traje de chaqueta azul marino bastante oscuro, que había en el vestidor de Izan, Estela le hizo una foto para mandársela al verdadero esperando la aprobación del atuendo, algo que Estela imaginaba que este haría, sobre todo después de haberle repeinado el pelo hacia atrás con una alta cantidad de gomina y haberle colocado una pajarita en el cuello.

―Me veo horrible ―se quejó Nico antes de que bajasen a la planta principal. Estela simplemente sonrió mirando su móvil esperando la respuesta de Izan que poco tardó en llegar.

―Eres una artista Estela, ya me entiendas ―leyó Estela mentalmente el mensaje que Izan le había enviado.

Cuando guardó el teléfono móvil nuevamente en su bolso, informó a Nico de su breve conversación con Izan.

―Que le da el visto bueno, ¿bajamos? ―Dijo extendiendo un brazo para que Nico pusiese un brazo en jarra y poder agarrarse a él. Al ver que Nico no comprendía lo que Estela quería decirle, le sujetó del brazo directamente sin darle más explicación.

Una música de fondo acompañaba a los comensales en su degustable cena que era repartida por Casandra y una joven muchacha a quien contrataban en eventos especiales. Cuando una vela del candelabro que habitaba en el centro de la mesa se apagó, Casandra se acercó rápidamente a encenderla pero el padre de Izan la interrumpió.

―Mejor que la encienda Ducilda., tú, Casandra, encárgate de rellenar la jarra de agua con gas que se está acabando ―sonrío con picardía a Ducilda pese a estar hablándole a Casandra.

La joven Ducilda, quien probablemente no llegaba a los veinte años aunque poco le debía de faltar, asintió y se acercó con el mechero al candelabro pasando cerca del padre de Izan quien miró a esta con ojos lujuriosos, centrándose en su incipiente escote que mostraba el inicio de un esbelto pecho. Cuando se alejó, la vista del progenitor de Izar se giró sin disimulo para ver como se alejaba al lugar donde estaba Casandra, observando la parte trasera de su cuerpo y sus esbeltas y largas piernas. Nico sintió incomodidad ante aquella situación bajando rápidamente su cabeza a su plato casi vacío dando vueltas a su cabeza sin saber dónde mirar hasta que Estela le dio un suavecito toque en su pie con la punta de su tacón. Nico volvió a elevar la cabeza manteniendo la compostura y esperando que nadie se hubiera dado cuenta de su incomodidad. Por lo que comprobó tan solo se habían dado cuenta Estela y Casandra, quien asentía comprendiendo los motivos del joven Nicolás.

La incomodidad de la cena se fue acrecentando cuando la madre de Izan preguntó algo que dejó totalmente descolocado a Nico.

―Bueno Izan, querido, ¿estás mirando las universidades? Que un año y pico se pasa volando... ―sonrío la madre intentando aparentar ser la mujer más afable del planeta.

―¿Universidades? ―Preguntó Nico con confusión soltando la copa con el zumo de lima que se disponía a probar. Rápidamente, tras recibir una nueva patada en su pantorrilla por parte de Estela, imaginó que debía de seguir la conversación como si supiera de qué estaban hablando.

―Claro, me dijiste que lo harías pronto ―dijo la mujer mirándole fijamente a los ojos, tanto que Nico pudo distinguir las distintas tonalidades de maquillaje que cubrían el rostro de aquella mujer.

―Sí, he mirado un poco, mamá ―le devolvió la sonrisa sintiendo cada vez más la sensación que una hora atrás había tenido, la de estar en una película antigua rodeado de gente aristocrática.

Sin embargo, las preguntas se agalopaban en su mente, algo que pese a estar volviéndose una costumbre no dejaba de hacerle sentir una pequeña incomodidad en forma de nudo, a veces en el estómago, otras en la garganta.

―Que ganas tengo de verte trabajar con tu padre y heredes cuando seas mayor su empresa ―dijo aquella mujer bebiendo un sorbo de su copa de vino blanco con un nuevo gesto de damisela aristocrática.

―Yo también tengo muchas ganas de hacerlo, no imagináis la ilusión que me hace ―Nico fingió una enorme sonrisa mientras el nudo interno cada vez se le hacía más grande sin poder evitarlo.

Nico sentía que el drástico cambio de Izan en aquellos años no solo había sido en su comportamiento hacia él ni tampoco en convertirse en un auténtico niño pijo estirado, en aquel momento comprendió que también se había producido en la línea que separaba su presente de su futuro laboral, donde había quedado aparcado su sueño más preciado: ser cocinero. Por más vueltas que le daba no era capaz de entender por qué se había producido ese gran cambio en su vida, sin embargo, sentía que había piezas en aquel puzle que no encajaban y que tenía la imperiosa necesidad de reconstruirlo para comprender aquel extraño rompecabezas que le alteraba por momentos.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora