Capítulo 46: Una invitación peculiar

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El camino de regreso, a casa de la familia de Izan, estuvo cargado de la gran frustración que Nico llevaba en el interior. Inevitablemente lo demostraba en la rudeza de los pasos al caminar. Cuando llegó a la puerta de la casa se paró en seco para relajarse y quitarse toda la tensión que le acompañaba. Al abrir la puerta, un silencio sepulcral inundó la estancia haciendo que, inconscientemente, recordase la primera vez que pisó aquella enorme casa.

Los dos pequeños entraron rápidamente a la casa cuando Rogelio, quien llegaba con ellos, abrió la puerta.

―¡Tu casa es enorme! ―Exclamó Nico alzando sus brazos para reafirmar sus palabras mientras giraba sobre sí mismo, impresionado al ver el lugar en el que se encontraban.

―¿Gracias? ―Dijo Izan encogiéndose de hombros sin saber qué decir.

Sin embargo, hubo un detalle que no pasó desapercibido por parte del pequeño Nico y así se lo hizo saber a su amigo, mientras que Rogelio cerraba la puerta y se dirigía hacia la cocina.

―¿Por qué no hay nadie en tu casa?¿Y tú mamá? ―Preguntó con curiosidad.

―Estará con mi padre en la habitación arreglándose para comer ―le informó su amigo quitándole importancia, sin embargo, aquello dejó más confuso a Nico.

―¿Tu padre? ¡Pensaba que era el hombre que nos ha traído! ¿Es tu tito, quizá? ―Preguntó aún confuso pero con algo de curiosidad.

―Que va. Él es... ―Izan agachó un poco la cabeza mirándose las zapatillas atentamente.

Tras ver aquel gesto, Nico se quedó mirando a las zapatillas de su amigo con algo de curiosidad.

―¿Qué les pasa? ―Preguntó al fin tras comprobar que no tenían nada extraño.

―¿Eh? No, nada ―negó rápidamente Izan―. Él es Rogelio, mi...chófer ―dijo al fin sin llegar a levantar la cabeza en ningún momento.

―¿Tú qué? ¿Cómo esos de las películas? ―Preguntó abriendo los ojos como platos.

―Sí, eso parece... ―cambió la posición de su rostro dejando de observar sus zapatillas pero aún con la cabeza gacha, ahora miraba hacia su derecha donde no había nadie.

―Pues que guay, nunca había visto uno ―sentenció su amigo con naturalidad―. En serio, ¡tienes una casa muy grande! ¿Cómo hacéis para limpiarla? ―Preguntó con curiosidad―. ¿El fin de semana?

―Tenemos a alguien que limpia ―dijo tras un suspiro para después mirar a su amigo que acaba de levantar una ceja sorprendido.

―¿No la limpiáis vosotros? ―Se sorprendió Nico.

―No... ―susurró algo avergonzado.

―¡Ala! Yo creía que eso solo pasaba en las películas ―enunció con inocencia.

―Debe ser guay eso de que limpiéis en casa vosotros ―susurró nuevamente Izan.

―Entonces... Si quieres un día, puedes venir a casa y limpiamos, ¿vale?

―¡Sí! ―Exclamó felizmente Izan.

En aquel mismo momento apareció en el salón Casandra, quien portaba una cofia blanca y un mandil del mismo color con encajes sobre un vestido azul marino.

―Hola Izan, veo que has traído a un amiguito ―sonrió Casandra a ambos chicos.

―¡Sí! Es mi mejor amigo, el niño del que te hablé ―dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora