Un nuevo mundo

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Ese día me dije que no extrañaría mi antiguo hogar. No lo extrañé al asistir a la universidad. ¿Por qué tendría que hacerlo ahora que me han echado a la calle? La vida es cruel, esa es una realidad que aprendes tarde o temprano y es una lección que se refuerza con cada paso que das en la vida adulta.

¿Lo peor de todo? Fue mi culpa. Años de secretos, de batallas conmigo misma y de fingir ser quien no soy ante mi familia, terminaron de la manera más estúpida posible, justo antes de poder mantenerme por mi cuenta y hacer mi vida tal y como la quería.

Una estúpida foto en alguna red social delató mis gustos. La lucha que siempre había mantenido con mi familia se hizo presente multiplicada por mil y ahí estaba, en un parque en medio de la noche, con la piel helada mientras sufría las consecuencias de algo que no puedo, ni quiero controlar. Nunca fue más cierto el dicho: «Pueblo pequeño, infierno grande».

En mis bolsillos tenía el dinero necesario para vivir en algún hotel de mala muerte por algunos días, al menos los suficientes para buscar un trabajo e iniciar una nueva vida en otro lugar. Mis planes se habían acelerado. Me independizaría antes. No regresaría a casa, no valía la pena. Esos eran mis pensamientos en aquellos turbios momentos.

Me encontraba sentada en un pequeño banco de concreto, era el único iluminado por una farola. En él me sentía ligeramente segura. Necesitaba algo de tiempo para pensar, después buscaría dónde dormir.

Todos tenemos esa necesidad de lamer nuestras heridas sin prestar atención a nada más, incluso aquello que es urgente. El golpe que necesitaba para llegar a la realidad vino en forma de un ruido detrás de mí, entre los arbustos. Me levanté de la banca y miré a mi alrededor asustada. En ese punto, ya no me sentía tan valiente ni decidida. Estaba sola, en medio de un parque a mitad de la noche. Aferré mi pesada mochila y la ajusté a mi espalda, en ella se encontraban las únicas pertenencias que había logrado rescatar de casa.

El ruido se repitió, más cerca, pisadas, risas masculinas. Respiré profundamente y empecé a correr lejos de los caminos hacia un grupo de árboles. Probablemente, me toparía con alguna pareja divirtiéndose en la oscuridad o algún grupo de amigos drogándose. Justo ahora prefería encontrarme con ese tipo de personas que estar sola.

No dejé de correr, las risas se acercaban, sonaban agitadas, como si corrieran conmigo, justo a mi lado, atrás, hacia el frente. Jadeé, mi corazón parecía querer salirse de mi pecho, mi estómago estaba ahora a tres metros bajo tierra. Giré noventa grados hacia la derecha y aceleré.

Tropecé con una roca. El momento de la caída me llevó hacia un árbol, iba a destrozarme la cara y ese sería mi final. Coloqué las manos frente a mí para frenar el impacto y cuál fue mi sorpresa al no sentir la madera impactar mis palmas, no, mi piel se deslizó dolorosamente sobre arena gruesa, llena de piedrecitas.

Una caída mucho más larga de lo esperado sacó el aire de mis pulmones. Gemí. La mochila me aplastaba contra el suelo, mas no lamenté llevarla tan pesada. Quizás había calculado mal y no iba a impactar el árbol, tal vez solo había caído a un lado.

Justo cuando había reunido la fuerza suficiente para levantarme, el suelo empezó a temblar. Ruidos de cascos me rodearon. ¿Cascos? Levanté la cabeza para encontrarme con una lanza a escasos centímetros de mi rostro.

Mierda.

Un grupo de tres chicas me miraban con fiereza y curiosidad desde sus caballos. La chica del centro era la que me apuntaba con la afilada arma. Su cabello negro y largo creaba un halo alrededor de su rostro severo y afilado. ¿Qué estaba pasando? ¿Me había pegado tan fuerte como para desmayarme y alucinar?

Levanté la mano y la chica acercó aún más la punta de la lanza. La toqué ligeramente. Dolía. No, no se trataba de una alucinación ¿Dónde estaba?

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora