La última y la primera vez

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Un precioso vestido color turquesa descansaba sobre mi cama en una de las habitaciones de huéspedes. Detrás de mí revoloteaba un grupo de sirvientas, no paraban de hacer tintinear botes, peines, pinceles y cuanto bártulo se les ocurriera utilizar en mí para embellecerme.

Los días anteriores habían pasado como un borrón frente a mis ojos. Luego del tatuaje, había podido compartir un par de días junto a Senka, disfrutando de su ternura y de su infinito cariño. Sus ojos se iluminaban cada vez que lograba atisbar el tatuaje, el cual, a pesar de estar vendado y ser pequeño, siempre lograba espiar.

Luego, iniciaron los ritos de purificación. El baño de tierra fue una sorpresa agradable. Se trató de un baño de lodo que más que un ritual, se parecía a esos tratamientos de belleza que realizaban en los spas.

Lejos de concentrarme en mi nexo de unión con la tierra, caí en un agradable duermevela durante una hora. Por suerte, logré fingir, ante la sacerdotisa, que el baño había sido muy iluminador.

El baño de agua transcurrió sin mucha novedad, solo se trataba del prístino líquido, agua pura y sin alterar por ingredientes extra.

Justo después, ocurrió el baño con aire. Me colocaron frente a un gran ventanal y permitieron que el viento fresco, demasiado fresco, secara mi piel.

Por esa razón, el baño de fuego fue bienvenido. Debo admitir que estaba aterrada. Imaginaba algún terrible tormento como caminar sobre carbones encendidos o correr entre un camino de antorchas. Solo se trató de un baño en un sauna y un masaje que llenó de ardor y deseo mi cuerpo.

La sensación se mantenía aún en mis venas. Luego de aquel baño, me separaron de Senka y aquí estaba, vistiéndome para encontrarla en el altar.

—Vas a quedar preciosa —dijo una de las sirvientas a la par que acercaba un conjunto de ropa interior de encaje blanco. Me sonrojé, era tan puro.

Permití que me vistieran sin intervenir. Me daba tiempo a pensar, a digerir lo que estaba a punto de ocurrir. No solo iba a unir mi vida a la de Senka para siempre, sino que iba a recibir todo un reino sobre mis hombros. Si mi yo de hace dos años hubiera dado un vistazo a mi futuro, habría salido corriendo como alma que lleva el diablo.

Si lo veía en retrospectiva, no había otro lugar donde desearía estar. Amaba a Senka por encima de todo, me era imposible no verme a su lado en el futuro. Su altivez, esa sensibilidad que ocultaba con frases insinuantes y ese interior que era tan suave como la piel de un melocotón y que ella protegía detrás de un armazón de espinas, todo me tenía loca e irrevocablemente enamorada.

Luego estaba la misión, en cualquier momento me llamarían y debería partir. No sabía el momento, solo sabía que estaba cerca, demasiado cerca. Tal vez no llegaría a disfrutar de esos míticos días de recién casada.

—Sabemos que estás muy emocionada, pero ¿podrías no llorar? No podemos maquillarte.

La protesta de la maquilladora me trajo de regreso de mis pensamientos. Traté de controlar mi caótica mente, necesitaba mantenerme en mi mejor forma. ¡Se suponía que era el día más feliz de mi vida!

Mi boda, un altar al que no sería llevada de la mano de mi padre ni escucharía llorar de alegría y nostalgia a mi madre.

La maquilladora protestó de nuevo. Sonreí con debilidad y traté de calmarme. A Senka no le agradaría verme con los ojos rojos y llorosos. Se preocuparía y no lo merecía, ella tenía que ser feliz. Era su día también.

Reuniendo fuerzas de flaqueza logré controlar mis nervios, temores y nostalgia. Así, las sirvientas pudieron terminar de maquillarme y peinarme. Se apartaron del espejo para permitir que pudiera juzgar el trabajo.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora