Tormenta de votos

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El suave aroma de las pieles y sábanas de la cama me invitaba a acurrucarme más y más y a no salir de aquel escondrijo hasta el fin de los tiempos. Era una deliciosa mezcla del dulce aroma de Senka y el mío, una pizca del olor de la excitación de ambas y el olor al jabón que utilizaban para lavar la ropa de cama. Empezaba a identificar la deliciosa fusión de aromas como algo nuestro, solo nuestro.

Otro delicioso olor alcanzó a penetrar mi muralla de pieles. Chocolate y pan recién horneado. Apenas había escuchado la puerta abrirse, pero el peso que hundió la cama era inconfundible para mí.

—Unos minutos más —protesté por costumbre. Mi estómago rugía ante la perspectiva del desayuno y mi cuerpo empezaba a bullir a causa de la energía excesiva que dominaba mis venas. No estaba acostumbrada a descansar tanto, mi vida en la frontera había sido demasiado activa y los viejos hábitos eran difíciles de combatir.

Además, no deseaba combatirlos. Había trabajado muy duro para alcanzar un buen nivel en lo que a habilidades de combate se refería. No deseaba perderlo.

Sin embargo, podía permitirme remolonear un rato más. Sobre todo, si con ello obligaba a Senka a besarme. Era adicta a sus besos, a la forma en cómo devoraba mis labios y mi lengua y a la vez, a la manera en cómo se rendía ante mí.

Senka no me defraudó. Levantó las pieles y se sumergió en mi reino de calor. Sus pantalones ásperos rozaron mis piernas desnudas y las pieles de su abrigo hicieron cosquillas sobre mi espalda.

—Creo que empiezo a lamentar el día en que te acostumbré a despertar así —bromeó con sus labios sobre mi cuello.

—No lo haces y lo sabes —respondí con la voz ronca por el sueño.

— Vamos, tienes que levantarte. No puedes pasar todo el día en la cama. —Mordisqueó con atrevimiento mi clavícula y recorrió mi estómago con la punta de sus dedos.

—Sí puedo y lo haré —amenacé.

—Tu chocolate se enfriará y el pan se endurecerá. Vamos, hoy tienes que aprender una nueva sección del Compendio. Kamir se encargará de enseñarte.

—Ugh —protesté.

Senka y yo habíamos pasado un par de días en su habitación luego de las ejecuciones. Nos necesitábamos y la perspectiva de pasar unos días en paz había sido muy atractiva.

Luego la realidad nos golpeó. Como futura reina consorte debía aprenderme de memoria el Compendio. El libro de leyes de Calixtho. Por suerte estaban escritas de forma clara, sencilla y directa. Ningún abogado podía leer entre líneas y tal vez por ello, el concepto era ajeno a los habitantes de este reino y el acusado debía defenderse por su cuenta.

Disfrutaba de aprender con Senka. Por supuesto, me motivaban más los besos que me regalaba si lograba recitar de memoria alguna ley que graficaban los sencillos gestos de la aprendiz de senadora Kamir.

El día se mostraba cada vez menos atractivo.

Me levanté y rodeé con mis brazos a Senka. Cada día sentía la imperiosa necesidad de fusionarme con ella en todos los niveles posibles, mantenerla callada a besos, porque solo así dejaba de hablar de planes para la boda, la ceremonia de compromiso y los votos. Cada vez que lo hacía, la angustia se apoderaba de mi pecho. La inminente partida y la aceptación de mis nuevas responsabilidades combatían en mi mente por el primer lugar en la competencia, por ver qué causaba la mayor ansiedad.

Al separarme noté que llevaba el cabello trenzado con esmero, que vestía una gruesa capa de abrigos de piel de aspecto muy rústico y bajo estos llevaba su armadura.

—¿Dónde vas? —inquirí sintiéndome más despierta de repente.

—De cacería. —Se encogió de hombros como si careciera de importancia.

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