Cuando llega la muerte

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A cada paso que daba mis pies parecían volverse más pesados, más inamovibles. Secretamente estaba luchando contra algo que ya parecía no tener salida posible. Nuestros pasos resonaban en la fría piedra y en los pasillos abovedados. Thenelyn parecía tener mucha prisa, como si no deseara que viéramos algo.

—Tu pequeño juego no ha surtido efecto, ¿verdad? —interrumpió Senka mis pensamientos—. No has llenado la mazmorra, Thenelyn. No lo puedes ocultar.

La mencionada solo tensó la mandíbula. Sus gélidos ojos ardieron con la llama de la decepción y la derrota.

—Es culpa de tus guerreras. El entrenamiento es demasiado blando estos días. Será lo primero que corrija al sentarme en tu trono.

—Oh claro, es más sencillo culpar a los demás. No admitir tus fallos —continuó Senka.

En un instante sentí la mano de Thenelyn en mi espalda, con fuerza me empujó hacia delante y las guardias que me rodeaban se apartaron para dejarme caer. Logré girar mi rostro en el último momento, pero mi sien golpeó la dura roca, dejándome temporalmente aturdida.

—Y eso fue tu culpa, Senka —puntualizó Thenelyn apartándose las trenzas del rostro. Las guardias me levantaron sin mucha ceremonia y me forzaron a encontrar el paso que llevábamos antes.

—Vas a pagar por eso —masculló Senka con furia.

—Un cuerpo sin cabeza difícilmente puede vengarse.

Continuamos avanzando hasta que la roca fue sustituida por ladrillos, columnas talladas y mármol. Los grandes ventanales del palacio estaban cerrados y protegidos por contraventanas y cortinas. Pese a ello, algo de luz solar se colaba por las rendijas. La penumbra estaba iluminada por antorchas.

—¿Asustada? —dijo Senka al ver el estado de encierro del palacio.

—Nadie entra ni nadie sale —gruñó Thenelyn haciendo especial énfasis en la palabra «sale»—. Solo nosotras. El pueblo debe conocer la verdad. Debe saber que has aceptado a los hijos de nuestro mayor enemigo como tus sobrinos, que les has brindado asilo y con ello has entregado la libertad de nuestro reino en bandeja de plata.

Con un gesto de su mano ordenó que continuáramos avanzando. Pronto, llegamos a la entrada principal del castillo. La puerta estaba flanqueada por dos guardias, sus expresiones eran de terror absoluto, pero al ver a Thenelyn las enmascararon lo mejor que pudieron.

—Abran las puertas, es hora de terminar el trabajo —ordenó con firmeza. Las chicas saltaron dentro de sus botas y se dispusieron a descorrer el pesado travesaño que mantenía cerradas las puertas. Una vez que lo lograron, el sonido de aquel madero contra el mármol terminó de trabar mis rodillas.

No quería morir, no así. Aún era joven, no quería morir como una traidora, como una víctima de una revuelta. Mi memoria se desvanecería en polvorientos tomos donde no sería más que la villana del cuento. El error que nadie debía cometer.

—Ey, todo va a estar bien —susurró Senka para que solo yo pudiera escucharla. Dejó caer su cabeza sobre mi hombro en un gesto reconfortante. Era todo lo que permitía la maldita distancia que nos separaba.

—¿Estás asustada? —se burló Thenelyn al notar el intercambio—. Debiste perder ese miedo en la frontera. Convertirte en una guerrera de verdad y no en esta burla. ¿Has manchado ya tus pantalones?

El miedo fue reemplazado por rabia. No iba a permitir que me humillara de esa manera. Aún con las manos atadas traté de erguirme lo mejor posible.

—Creo que la que ha manchado sus pantalones eres tú. No llevabas esos anoche —señalé con la barbilla los pantalones de cuero negro que llevaba bajo su armadura.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora