Huida

770 78 75
                                    

Un rayo de sol muy insistente entraba por mi ventana. Llevaba ya dos semanas en este lugar. Curiosamente, apenas ayer había conocido el nombre del reino que me había acogido: Calixtho. Era un nombre con mucho sentido, el cáliz y su simbología femenina. Suspiré mirando el techo. Solo distraía mi mente, necesitaba escapar de mi realidad.

Acostumbrarse a un nuevo modo de vida era complicado. Pasar a vivir sola con el añadido de encontrarme en una sociedad medieval, estaba rompiéndome en pedazos. Extrañaba mucho mi antigua vida, las comodidades que antes daba por sentadas ahora parecían un lujo.

Miré a través de la ventana mientras estiraba mi espalda. Algunas vértebras tronaron con un sonoro ¡pop! Si lo pensaba bien la vida no difería demasiado, al menos no había terminado en un lugar con higiene dudosa, había sistemas de acueductos, métodos para almacenar alimentos, leyes, bares, tiendas, solo faltaba la electricidad, el Internet, la telefonía... Había estado acostumbrada a tener las respuestas a mano. Ahora, debía acudir a la biblioteca de la ciudad a por respuestas. A veces me apenaba preguntar demasiado a Danika o a Nico.

Lavé mi rostro y cepillé mis dientes, los productos de higiene tampoco diferían demasiado. Incluso eran más efectivos. ¡Hasta hacían uso de una especie de copa menstrual! Supongo que no debo maldecir mi suerte. Pudo ser peor.

Salí de casa ajustando mi cinturón y la vaina de mi espada. Mi esgrima había mejorado un poco, al menos no me cortaba la mano al envainar. Miré a mi alrededor. Algunas casas apenas abrían sus ventanas, hombres y mujeres miraban hacia la calle antes de regresar la vista al interior de sus hogares, el bullicio típico de la ciudad apenas empezaba a dejarse sentir.

Caminé a la panadería regentada por la madre de Carla. Vendían unos panecillos endulzados con miel que eran un verdadero paraíso. La madre de Carla era una señora enjuta, bastante delgada y demasiado joven para lucir la cantidad de canas que resaltaban en su cabellera. Era una señora muy nerviosa, saltaba al escuchar el mínimo ruido y en su mirada se podía ver la expresión de un animal asustado. A pesar de todo, siempre atendía a sus clientes con una sonrisa. Incluso aquellos que opinaban que su presencia no era del todo bienvenida.

Salí de la panadería paladeando el segundo panecillo, se me hacía tarde para entrenar. Entre la Palestra y la herrería apenas tenía tiempo libre, las escasas horas de libertad que me brindaban los fines de semana las pasaba en la biblioteca. Danika no paraba de decir que aquello era poco saludable y que hoy mismo iríamos de fiesta. Deseaba conocer qué tipo de fiestas podían hacer en este lugar.

El día transcurrió relativamente rápido. Elena estaba ligeramente complacida con mi desempeño con el arco y la flecha, aquello no me hacía gracia. En caso de batalla terminaría detrás de las líneas del frente, sí, pero también me dejaba vulnerable si el enemigo lograba atravesar las defensas. Además, esta habilidad solo era útil en la frontera. No quería ir allí, no era buen lugar para vivir. Por suerte, era mi decisión, podía escoger a qué cuerpo pertenecer, qué armas utilizar y perfeccionar. Sacudí mi cabeza, no deseaba pensar en ello por el momento.

Esa tarde abandonamos temprano la herrería, así que Danika me llevó a las termas.

 —Anímate, la pasaremos bien. —Sonrió antes de lanzarse a una de las piscinas.

Salió a la superficie, escupió un gran chorro de agua y luego se dejó flotar con los ojos cerrados. Miré a mi alrededor y me desnudé, aún no me acostumbraba del todo a andar en cueros. Me lancé a la piscina y salpiqué a Danika, ella en represalia tiró de mis piernas hasta llevarme al fondo. Jugamos un rato antes de utilizar los geles de baño.

—¿Y dónde es la fiesta? ¿En la taberna? —pregunté mientras secaba mi cabello. Empezaba a notarlo algo más largo, debía cortarlo pronto.

—No, en un lugar secreto. Senka ha estado robando vino y comida de las cocinas del palacio.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora