Sentimiento visceral

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No soportaba el silencio en el dormitorio así que me levanté y empecé a vestirme. Necesitaba visitar a Gaseli, ver si estaba bien, si estaba de acuerdo con lo que planeaban hacer, si acaso lo sabía o si, por el contrario, le harían beber algún brebaje y esperarían que este cumpliera su función natural.

—No puedes hacer nada, aunque esté en desacuerdo, lo harán —dijo Cinthia mientras me pasaba las botas. Me entretuve mirando cómo las habían lustrado para evitar responderle—. Las cosas aquí son diferentes a las de tu mundo.

—Te equivocas —siseé—. Son exactamente iguales.

Terminé de vestirme y ajusté con furia mi talabarte. Arco, escudo y carcaj se habían hecho casi uno con mi espalda, por lo que ya los llevaba sin problemas ni incomodidad sobre ella.

—Kay. —Cinthia me detuvo sujetando mi hombro—. No vayas a hacer una tontería por favor —me giré y me perdí en sus preciosos ojos. Resaltaban por la preocupación y no pude evitar inclinarme y besar suavemente sus labios.

—No haré nada, soy solo una recluta. —Me encogí de hombros y salí de los dormitorios. No era una respuesta pedante, así era como me sentía.

Caminé hacia la enfermería sin encontrarme con nadie, evidentemente todas estaban de patrullaje y solo quedaba el personal necesario en el campamento. Al acercarme pude ver cómo Xeia barría la entrada de la enfermería. Cuando sintió mi presencia levantó la mirada y rodó los ojos.

—Debí imaginarlo. Pasa, está despierta. ¡Solo cinco minutos! Debo hacer que recupere lo que ha perdido en más de diez años.

—No tardaré demasiado —prometí.

En la enfermería reinaba una atmósfera bastante cálida y confortable. Descubrí que habían encendido una de las chimeneas y que cerca, había un platillo con algunas hierbas aromáticas e inciensos consumiéndose lentamente. En una de las camas más alejadas de la entrada yacía Gaseli. Estaba apoyada en un par de almohadas y veía sin ver hacia el frente.

Me había acostumbrado tanto a andar sin hacer ruido que, al llegar a su cama, provoqué que se sobresaltara. Gimió por un segundo y luego, cuando pudo reconocerme, se relajó y hundió su cuerpo entre el relleno de plumas y las suaves sábanas.

—Lo siento —me disculpé y me senté en la silla que estaba junto a la cama. Un silencio incómodo pareció dividirnos por unos minutos. ¿Cómo empezaba una conversación con ella? ¿Cómo preguntaba aquello que moría por saber? ¿Sería prudente?

—Está bien. Tampoco te reconocí sin el lodo y las ramas. —Sonrió y luego bajó la mirada, como si no se hubiera creído su propio chiste.

—Ni yo me reconocía. —Reí y suspiré para luego estirar mis brazos sobre la cabeza. No sabía cómo iniciar de nuevo la conversación.

Gaseli jugueteó con las sábanas. Era sorprendente cómo un día de buena alimentación y descanso habían mejorado su semblante. Por supuesto, aún se veía demacrada, pero, algo de color había regresado a sus mejillas. Las semejanzas con Senka eran evidentes y por un segundo sentí una punzada en el corazón al imaginar una situación similar, con Senka débil y a merced de las decisiones de los demás sobre su cuerpo.

—Estoy bien ahora, sí, muy bien —murmuró para sí misma—. No lo merezco, no merezco estar bien, lo he dejado, está solo.

Xeia apareció a mi lado casi por arte de magia. Me sobresalté al verla con el rostro pálido y una mirada llena de furia.

—Ellos hicieron esto. Está tan confundida que no distingue el bien del mal. Y en días deberá decidir entre ese monstruo manipulador y su gente.

—Necesita comprender que ahora está a salvo, claro, siguen decidiendo por ella, pero está a salvo —mascullé.

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