La calma antes de la tormenta

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Eneth me tendió una mano y me ayudó a ponerme en pie. Mi mirada continuaba clavada en la carroza del rey Cian y en los soldados que le custodiaban. No eran demasiados, podíamos derrotarlos.

—No, Kay. Están aquí para dialogar. —Eneth frunció los labios—. ¿No ha llegado la carta?

—La reina no habló de ninguna carta —dije confundida. Ni siquiera Vanja sabía nada. ¿Acaso habían retenido la carta? ¿Había una traidora en el servicio de correos? ¿Deseaban que Cian llegara en medio del caos? ¿Qué querían? ¿Una guerra? ¿Demostrar su punto con sangre?

—Mierda —siseó Eneth—. Esto no pinta nada bien.

—Hubo una revuelta, apenas estamos capturando a las responsables —admití con temor. No sabía si podía confiar en ella. Sus ojos revelaron comprensión y también mucha ira. No sabía si iba dirigida a mí o hacia las traidoras. Mi corazón subió a mi garganta.

—El Senado aceptó la petición de diálogo. Creen que es la única manera de mantener la paz. Cian sabe del embarazo —siseó lo último, dándome a entender que aún me culpaba por ello.

Rápidamente la puse al tanto de la situación. No era seguro para ellas avanzar esa noche, los ánimos estaban caldeados, había guardias por todas las calles. Senka aún no estaba lista.

—Ocúltalos en los bosques, las redadas no llegan tan profundo en la vegetación. Yo hablaré con Senka. —Liberé a Rubí y monté con energía. Tenía una misión, necesitaba aclarar todo, advertir a Senka de todos los problemas que se avecinaban.

—Les diré que pasamos un buen lugar para acampar. Les haré retroceder y pasar la noche en el bosque —Eneth regresó al grupo y cuchicheo con el comandante de los soldados. Este solo alzó una ceja y me miró con suspicacia.

—Hubo un retraso con la carta, irá a preparar todo en palacio —mintió Eneth. Al menos, era una media verdad.

Avancé a todo galope por el bosque frotando el sueño fuera de mis ojos. Necesitaba estar despierta para encarar a Senka con las nuevas y no tan agradables, noticias.

No me detuve hasta tener frente a mí las caballerizas del palacio. Algunas guardias adormiladas me abrieron las puertas y se encargaron de Rubí. Solo pude escatimar un instante para acariciar su cabeza. Era una yegua muy fiel y resistente.

Corrí por los pasillos, esquivando a las sirvientas que limpiaban las manchas de sangre o recogían trozos de jarrones rotos. No sabía dónde podía estar Senka y no me había cruzado con ninguna guardia del palacio.

Me detuve justo frente a su habitación. El palacio estaba frío y mi respiración jadeante surgía como nubes de vaho de mi boca, mis piernas ardían, pero nada me distraía de la fuerte opresión que sentía en el pecho ante la perspectiva de verla luego de lo ocurrido en aquella habitación. ¡Si tan solo pudiéramos tener un minuto de paz!

Toqué suavemente, llevaba las manos recubiertas por un duro guantelete de mental. Un golpe suave bastaba para hacer ruido en aquellas puertas de roble.

—He dicho que no deseo ver a nadie —respondió Senka desde el interior de su habitación. Su voz sonaba rota, vacía, perdida. No soporté escucharla así y entré sin más.

Al escuchar la puerta abrirse, Senka saltó de la cama. Sus ojos ardían, llenos de furia, iracundos al ver su deseo burlado. Al notar que era yo, dejó de sostenerse en pie y se sentó pesadamente en la cama llena de almohadones y cobertores de piel.

—Eres tú —dijo débilmente, como si no creyera que fuera posible mi presencia ahí. —La última vez que revisé si, era yo —bromeé. Tal vez sonaba tonto o insensible, pero no sabía cómo aproximarme y la pesadez del ambiente estaba ahogándome. —No pensé que regresarías, que volvería a verte —admitió jugando con sus dedos. Me acerqué y detuve aquel movimiento nervioso con mis manos. —Tendrías que poner precio a mi cabeza para que me aleje de ti —admití con vehemencia. Era cierto, quizás nuestro último encuentro había terminado con un altercado físico, pero no era momento para hablar de eso.

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