¿Primero el deber?

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El viento frío y cortante de la noche azotaba mi rostro como puñales de acero. Espoleé a Rubí y el cambio de velocidad provocó una punzada en mi recién suturada herida. Apenas lo sentí, tenía el cuerpo adormecido, perdido. Mi mente no paraba de dar vueltas a la conversación que había mantenido con Eneth, Elena y las demás.

«La reina no puede saberlo, es demasiado peligroso».

Con esa frase me había despedido Eneth. Debía mantener las apariencias con Senka. Estrujé las riendas entre mis dedos acalambrados. Nadie fuera de nuestro círculo podía enterarse, puesto que no sabíamos si había espías y traidoras aún libres en el círculo más cercano a la reina.

Rechiné los dientes, si era así, no podía alejarme de su lado. Cualquiera podía tratar de atacarla, matarla y hacerse con el trono. Sacudí la cabeza. Eran solo excusas, Eneth me había asegurado que nadie intentaría nada, al menos por un tiempo. El fracaso de este complot había demostrado la gran lealtad que existía hacia Senka, el apoyo que tenía de otros reinos y la fortaleza de nuestra reina. No intentarían nada hasta que vieran su autoridad puesta en duda o ella dejara al reino en riesgo.

«Como lo hiciste tú al dejar a esos gemelos vivir».

Ahogué otro gruñido, estaba acercándome a los establos del palacio y aún no había logrado calmar mi galopante corazón.

Las antorchas que iluminaban la entrada a los establos luchaban contra la negrura de la noche y acunaban con sus cálidas llamas a las dos chicas que estaban de guardia frente a las puertas. Al verme llegar se apresuraron a saludar y luego, a abrir las pesadas puertas. Saludé a cada una con una respetuosa inclinación de cabeza y llevé a Rubí hacia su cubículo.

Rechacé la ayuda de una de las guardias y le aseguré que me encargaría de Rubí. Aún no estaba lista para regresar al palacio.

Retiré la silla a Rubí y le serví salvado. Esas actividades rutinarias construyeron un muro alrededor de mi corazón. Debía admitir que estaba asustada, parte de mi mente había tomado la decisión, la parte que se dejaba llevar por el sentido del deber y la responsabilidad. Además, Senka y los bebés jamás estarían seguros mientras Cian siguiera con vida.

Tomé el cepillo y empecé a acariciar suavemente el pelaje de mi fiel yegua. Con esa acción, la parte menos racional de mi mente me recordó que no era necesaria mi presencia para esa misión. Podía casarme y llevar una vida perfectamente segura y feliz dentro del palacio. Solo tenía que dejar el trabajo pesado en manos de las demás.

—¿Qué haces despierta? —inquirió una voz detrás de mí. Conocía a la dueña de esa voz, parte de mi ser se derritió y escapó de su prisión amurallada.

—Solo cepillaba a Rubí. —No me giré a verla. Una parte de mí insistía en mantener la actitud indignada y herida y otra parte, la gobernada por mi corazón, me recordaba que debía aprovechar cada instante con ella. La misión era de una duración indefinida, no sabíamos cuánto tiempo tomaría desestabilizar a Cian y provocar una rebelión.

—Conozco los bosques que rodean esta ciudad. —Senka avanzó hacia mí, lo supe por el ruido que hacía la paja que recubría el suelo del establo. Cada ramita que se partía resonaba como un disparo en aquel espacio solitario—. Justo ahora tienes algunas hojas justo aquí —sentí el tacto de Senka como caricias contra mi cabello.

Con una mano en mi hombro me obligó a girar y enfrentarla. Vestía una gruesa bata de dormir, los bordes casi rozaban el suelo y dejaban entrever la punta de sus botas. Su cabello aún no se notaba revuelto, pero algunos mechones rebeldes escapaban de las trenzas. Todavía llevaba el brazo en un cabestrillo improvisado.

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