¿Y si le doy una oportunidad?

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La mano derecha de Senka sujetaba mi cabeza mientras su mano izquierda me tenía presa por la cintura. Pronto cedí al deseo de tocarla. Mis codos se deslizaron, provocando que ambas cayéramos al suelo, mas no me importó. Ahora podía acariciar su espalda infinita, bien definida y cálida.

Se sentía bien, mucho mejor que bien. Senka sabía cuándo aplicar presión, cuándo morder mis labios y cuándo jugar con su lengua. En ese momento no me molestó admitir que estaba totalmente a su merced. Rendida ante su habilidad y sus encantos salvajes y delicados.

Demasiado pronto para mi gusto separó su boca de la mía. Me miró a los ojos y sonrió son suficiencia. Rodé los ojos y ella sujetó mi barbilla.

—No pudiste resistirte, ¿verdad? —dijo con ese tono seductor que solo podía significar: ¿En tu cama o en la mía? Le devolví la mirada y traté de verme seria o lo más que pudiera con los labios hinchados por ese beso que aún hacía estragos en mi mente.

—Puedo decir lo mismo de ti, ¿no crees?

—Deja ya de actuar, acéptalo. —Sonrió para luego besarme de nuevo, esta vez, más insistente, con más pasión, tenía una meta y era llevarme a su cama, a las caballerizas o al granero del castillo. Y yo no estaba muy segura de querer impedírselo.

Las pocas dudas que podía albergar en mi cabeza amenazaron con escapar de mi mente en el momento en el que una de sus piernas se deslizó sinuosamente entre las mías, impidiéndome cerrarlas, me prometía placer en un instante.

—Senka, cuando termines con los caballos necesito que... ¡Oh! —La voz de la reina nos sacó de la burbuja de alienación en la que nos encontrábamos.

Como pude aparté a Senka de encima de mí y me levanté apresurada. La princesa, en cambio, se levantó con elegante lentitud, como quien está habituada a esa clase de interrupciones. ¿Cuántas veces la habría pillado su madre? Sin saber por qué me enfurecí, estaba molesta con ella y conmigo misma por ceder a sus encantos.

—Su Majestad, cuánto lo siento —me disculpé con una reverencia.

—No te preocupes, a veces olvido que sin importar la habitación donde se encuentre esta niña, debo tocar antes de entrar —masculló mientras alargaba su larga cabellera.

—Madre —protestó Senka, quien, por primera vez se notaba sonrojada. 

—Nunca te habías sonrojado ante ese comentario —observó la reina mirando fijamente a su hija, luego me observó, en sus ojos brilló algo de esperanza.

Lo que me faltaba.

—Debo irme, Senka, gracias por las lecciones. Su Majestad, me disculpo de nuevo.

Con paso apresurado abandoné el lugar. De todas las personas que podían descubrirnos, tenía que ser la reina Appell. ¿Y ahora creía que era la pieza faltante para que su hija sentara cabeza? Claro, bien podían ser imaginaciones mías. No quería nada con Senka. ¿O sí? Además, ¿qué podía tener con ella? ¿Un par de revolcones?

El ruido de cascos detrás de mí me sacó de mis cavilaciones, me aparté enseguida solo para sentir un brazo rodear mi cintura y el familiar aroma de Senka circundarme antes de saberme sentada en la silla del caballo, frente a ella.

—Mi madre interrumpió algo —susurró a mi oído.

—No sé de qué estás hablando —tartamudeé, su cálido aliento había dejado encendida la piel de mi oreja. La escuché reír por lo bajo, sus manos sujetaron las mías solo para dejar las riendas en mis palmas.

—Llévanos a palacio, no he terminado contigo.

—Senka, creí decirte que...

—Obedece, soy la princesa después de todo. —Sus manos rodearon mi cintura. Firmes y seguras, pero a la vez, suaves y delicadas.

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