Punto de quiebre

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No cabía en mi mente lo que había ocurrido en los últimos minutos. No había asimilado la idea siquiera cuando abandonaba los terrenos del palacio y me dirigía por las calles solitarias hacia mi hogar. El frío calaba en mis huesos como inmisericordes cuchillos, sin embargo, no lo sentía, no sobre el vacío que parecía embotar mi cuerpo.

Aquella había sido una pésima decisión, Senka no merecía conocer la situación de su hermana, al menos no en esas circunstancias. Era muy feliz con la imagen de la suicida sacrificada y no la cobarde torturada hasta el día de hoy.

Levanté el rostro para aclarar mi vista, no quería despegar las manos de mi cuerpo o se helarían así que por ahora, el viento bastaba para aclarar mis lágrimas.

Todas se encontraban en la gran fiesta y solo quedaba una que otra chica patrullando o al menos, intentándolo. Sus rostros taciturnos y frustrados daban a entender que preferían mil veces estar al calor del gran salón o de un amante atento o atenta. En ocasiones, se llevaban una botella a los labios y daban un largo trago a su contenido.

No parecía ser una noche muy segura para caminar sola por la calle. Por suerte, solo quedaba una calle antes de llegar a mi casa, donde podría encender un buen fuego y regodearme en mi tristeza. Senka nunca me perdonaría haberle ocultado información. Estaba con el agua hasta el cuello, o al menos eso creía en aquel momento, pero cuando las cosas van mal, suelen ir a peor. Mucho peor.

Una figura corpulenta salió del portal de una casa que, para mi sorpresa estaba iluminada y de la que se escuchaban risas de hombres y cantos. Resulta muy interesante lo que puede captar tu cerebro en situaciones de estrés. En la penumbra un hombre se dirigía hacia mí, con paso decidido y veloz. Como un acto reflejo, busqué mi inexistente espada en mi igualmente inexistente talabarte.

Me preparé para enfrentarlo mano a mano, mi cuerpo estaba tenso, listo para la acción, planeaba incluso, abalanzarme antes sobre él.

Fue entonces cuando la puerta de aquella casa se abrió de nuevo e inundó con un rayo cálido de luz el lugar. Pude ver que el hombre corpulento que se acercaba a mí era Nico, enfundado en al menos tres abrigos. El hombre que abrió la puerta nos miró y luego guiñó un ojo a Nico y cerró de nuevo la puerta.

—Te vi desde la ventana —dijo acercándose a mí. Se quitó uno de los abrigos y me lo ofreció. Me vestí muy agradecida, estaba cálido y olía a él, ese aroma masculino y penetrante con un toque dulce muy atractivo—. ¿Y la fiesta? ¿Ocurrió algo? —inquirió preocupado y giró para ver hacia el palacio. Su expresión desesperada indicaba que esperaba encontrarlo mínimo, en llamas.

—No ocurrió nada, malentendidos —respondí y reanudé mi camino a casa. Nico caminó a mi lado sin proferir palabra alguna. Algo que le agradecí desde el fondo de mi alma.

—Espero que no sea mal momento. —Sí, sí era un mal momento, en ese instante, lo consideraba el peor de mi vida—. Todas están en la fiesta y necesito hablar contigo. Es una gran oportunidad.

—¿Vas a conspirar? —bromeé quedamente mientras abría la puerta de mi casa. La curiosidad reemplazaba un poco el dolor en el pecho y las ganas insoportables de gritar y llorar que tenía.

—Sí, pero por una muy buena causa. —Sonrió nervioso y me hice a un lado para dejarlo pasar. Busqué leña, encendí la chimenea y luego, algunas velas.

—Y bien, ¿qué tienes para contarme? —pregunté desplomándome en uno de los sillones.

—Esto te sonará precipitado y un poco fuera de lugar —empezó y paseó frente a mí—, pero es algo que no puedo negar, no puedo sacarlo de mi mente y necesito que el mundo lo sepa.

Me incliné y apoyé los codos en las rodillas y mi mentón en las palmas de mis manos. Esperaba que no fuera alguna declaración de amor, suficientes corazones se habían roto esta noche.

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