Encontrando un lugar

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Sentía el cuerpo y los párpados pesados, dormía ese tipo de descanso donde pareces supurar cansancio por todos los poros de tu piel. Senka tenía razón, había llevado mi cuerpo al límite y ahora debía pagar las consecuencias. Hablando del diablo, ahora escuchaba su voz incluso en sueños. ¿No le bastó con los besos que robó?

—Kay, despierta, tienes que comer, te he dejado dormir demasiado ya —protestó Senka al sacudir ligeramente mi hombro. Gruñí y cubrí mi rostro con las sábanas, no quería despertar, estaba muy cómoda bajo mi guarida de pieles. El frío empezaba a hacerse sentir y tenía poca leña en mi casa. Tendría que comprar ropa de invierno, comida, leña, tablones para asegurar las ventanas y algunas mantas extra—. Kay, tienes que comer —suspiró Senka descubriendo mi rostro. Forcé mis ojos a abrirse y encontré la mirada de Senka a escasos centímetros de la mía—. Ahí estás. —Sonrió para luego empujar mi hombro—. ¡No vuelvas a asustarme así!

Me quejé por el empujón y volví a ocultarme bajo las sábanas. Mi cuerpo se sentía lento, torpe y adolorido, no deseaba moverme.

—Lo siento. —Acarició mi hombro—. Vamos, come, tienes que reponer fuerzas. Elena permitió que descansaras hoy y mañana desea que regreses a la Palestra como nueva.

Abandoné mi cubierta de sábanas y tomé asiento apoyada en el cabecero de la cama. Con cierto temor observé mi ropa, era la misma de la noche anterior.

—¿Querías que te la quitara? —inquirió Senka siguiendo mi mirada.

—No, no, igual dormí bien. —Mi mente se encontraba dividida. Una parte estaba aliviada y brincaba de amor por el respeto de Senka y la otra, mucho más atrevida, no paraba de lamentarse porque no lo había hecho. ¿Acaso no lo deseaba? ¿De verdad me veía como una amiga con ciertos derechos?

—Por eso no la quité. —Se encogió de hombros—. Además, empieza a hacer frío. —Acercó una bandeja con un plato de estofado de cordero, pan y queso—. Cómelo todo —ordenó mientras tomaba asiento a mi lado—. Y no me importa si sabe mal. Casi nunca he cocinado en mi vida. Solo cuando salgo de cacería, ya sabes, algunas partes de las presas se preparan asadas en las fogatas. Te llevaré a una en cuanto mejores —prometió. No pude evitar imaginar la escena con algo de repulsión, no me apetecía ir por los bosques cazando animales inocentes.

Con cautela hundí la cuchara en el estofado. Olía bien, a carne y especias, tomé un bocado y una explosión de sabores dominó mi boca. Para no cocinar casi nunca, lo hacía muy bien. No pude evitar preguntarme, ¿qué otras cosas haría bien? Di una gran mordida al pan para ocultar mi sonrojo.

—¿Estás bien? Luces como si tuvieras fiebre. —Senka apoyó su mano en mi frente—. Estás caliente.

—Y tú —balbuceé perdiéndome en el escote que dejaba ver su camisa, luego mi boca conectó con mi cerebro—. Digo, estoy bien, solo me acaloré. Y esto está buenísimo —señalé el estofado.

Senka sonrió y no dijo nada, esperó en silencio a que terminara toda la comida. Mientras se disponía a lavar los platos, me levanté para atender ciertas necesidades urgentes. Incluyendo una buena limpieza dental. Con Senka no sabía a qué atenerme. Al menos el frío chorro de agua del baño hizo mucho por bajar mi temperatura.

—No deberías estar fuera de la cama —protestó Senka al verme regresar del patio trasero, donde nuestros caballos pasaban el tiempo pastando.

—Tenía que ir —señalé el baño y Senka rodó los ojos.

—Vamos, regresa a la cama. —La obedecí solo porque sentía los párpados y el cuerpo como si estuvieran bajo el agua o no fueran parte de mí, de verdad tenía que descansar—. Y de ahí no te levantas en todo el día —ordenó con ese tonito de realeza que odié desde el minuto uno y que ahora, también enviaba calor hacia mi vientre.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora