Seguir adelante

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Aquella primera noche junto a Cinthia fue de todo menos reparadora. La carta que estaba por enviar a Senka pesaba aún bajo mi saco de dormir y pese a que no había vuelta atrás, aquel matrimonio apresurado no dejaba otra cosa más que desesperación e incongruencias a su paso.

¿Qué había enfermado de gravedad a la reina? Sabía que en esta época un sencillo resfriado podía ser mortal, pero a diferencia de la Edad Media en mi mundo, estas no eran épocas oscuras, la medicina avanzaba a gran velocidad, no había una religión que frenara su desarrollo. Además, Appell era una mujer fuerte, apenas llegaba a los cincuenta años.

Todos en el reino sabían que Senka debía casarse para subir al trono. La presión sobre ella era enorme. ¿Habría alguien lo suficientemente loca como para matar a la reina y atar a Senka? Ser la reina consorte no revestía poder alguno, ni siquiera si la reina moría, el verdadero poder residiría en su hija.

Aparté de mi mente esos lúgubres pensamientos llenos de intrigas políticas y me dispuse a dormir. Cinthia no paraba de moverse con cada trueno que explotaba en el cielo y la lluvia caía ruidosa y con fuerza sobre el techo. Más que arrullar e invitar a un sueño ligero, parecía dispuesta a mantenernos despiertas.

Miré a mi alrededor, a la luz suave de la chimenea pude ver cómo algunas chicas cuchicheaban con su compañera de al lado y cómo otras hacían más que cuchichear, a juzgar por el movimiento de las sábanas que cubrían los sacos.

—¿Kay? —susurró Cinthia y giré mi rostro. Sonreí al verla sacar la cabeza de su saco como si de un caracol se tratase—. No puedes dormir, ¿verdad?

Negué con la cabeza y me giré sobre mi costado, Cinthia entendió la invitación y se acercó con lentitud. Agradecí que los sacos de dormir no tuvieran cremalleras y que todo un lado estuviera abierto. Cinthia pudo deslizarse con facilidad dentro de mi saco y pude disfrutar del calor compartido.

—Las tormentas de primavera son terribles. Y aún no inicia —susurró contra mi pecho.

—Piensa que pronto podremos sembrar y criar, que la vida mejorará y dejaremos de comer mendrugos de pan y conejos.

—Y pescado. —Rio para luego estremecerse ante el sonido de un trueno. —¿Puedo preguntar, por qué temes a las tormentas? —Rodeé su cintura con un brazo demostrándole, en silencio, mi apoyo.

—Provengo de un linaje de guerreras —susurró luego de un tiempo, tanto que me hizo creer que se había quedado dormida o mi pregunta le había molestado. Sentí su mano deslizarse entre nuestros cuerpos y rebuscar en sus bolsillos. Se trataba de un movimiento inocente que había despertado el fuego de mi piel. Apenas pude suprimir un gemido cuando su mano retornó por el mismo camino, esta vez, llevaba consigo su daga. Se separó un poco de mí para mostrarme el lobo forjado con delicada finura en la base, mismo al que poca atención había prestado la primera vez que me lo había enseñado—. La casa de Lykos —pronunció el nombre casi con reverencia—. La casa de las lobas, somos guerreras por naturaleza, feroces, siempre destinadas desde nuestro nacimiento a la defensa del reino.

Acaricié su cabello de manera inconsciente. Si tomaba en consideración lo que conocía sobre la historia de mi mundo, ya podía empezar a sentir pena por Cinthia.

—Tuve una infancia dura, desde que pude caminar mi madre colocó una espada en mi mano y me educó para ser la más feroz y eficiente de las guerreras. Cuando no alcanzaba sus estándares no era digna de regresar a casa. Me encontré con muchas tormentas cuando era pequeña.

—Eso es terrible —susurré. ¿Cuál debía ser el nivel de desapego y sentido del deber de una madre para dejar a su hija fuera de casa mientras una tormenta se desarrollaba?

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora