Decisiones

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Estaba sobresaltada y sola en algún lugar desconocido. Frío y húmedo, como un túnel o una mazmorra, todo lo que podía ver delante de mí era cómo Senka se alejaba a través de un pasillo tan oscuro que parecía infinito. Empecé a llamarla con desesperación y ni siquiera giraba a verme, solo continuaba su andar, haciendo tintinear su armadura. ¿Por qué la llamaba? No merecía la pena. Ella no me amaba, no lo hacía. No tenía por qué importarme.

Claro, se adentraba en un pasillo oscuro y de aparente peligrosidad, no podía simplemente dejar de preocuparme. Justo cuando me decidí a seguirla, una fuerza casi sobrehumana sujetó mis pies al suelo, impidiéndome levantarlos. Grité con furia y Senka giró. La expresión de su rostro era acusadora, furiosa, me señaló con un dedo y aquello que me sujetaba tiró de mí, hundiéndome con lentitud en la oscuridad.

Desperté agitada, tiré al suelo el pañuelo húmedo y aromático que descansaba a un costado de mi rostro, justo donde en mi pómulo inflamado. El repentino movimiento tironeó de los bordes de las heridas en mi espalda, lo que envió una corriente de ardor por todo mi cuerpo. Cerré los ojos y fruncí los labios para silenciar un grito.

—No deberías moverte —dijo Aril compasiva. Sentí cómo colocó de nuevo el pañuelo sobre el cardenal. Lo hizo con delicadeza, sin embargo, fruncí el ceño ante la ligera presión—. Lo siento, estará sensible por unos días, pero pasará, todo pasa. —Sabía que aquella frase tenía doble significado—. El año pasado una chica terminó como tú, había golpeado a Senka durante una práctica con espadas. Sabes lo estricta que es Elena cuando se entrena con espadas reales.

—De seguro lo merecía —mascullé.

—Bueno, aquella pobre chica no lo merecía. Supongo que órdenes son órdenes. 

—Me refería a Senka. —Quería girar el rostro e ignorar a Aril, por supuesto, no podía hacerlo, al menos no sin aplicar presión sobre el moretón.

—Sé que ahora te parece lo más humillante del mundo, pero en unos días lo olvidarán. Estas cosas suceden. Es un ejército después de todo. La desobediencia y los castigos son el pan de cada día.

—Yo no desobedecí a nadie. No hice nada, me acusaron de algo que no hice y trataron de arrancarme la confesión a latigazos —rugí entre dientes. No iba a permitir que mi historia se tergiversara.

—Oh —fue todo lo que dijo Aril y por alguna razón ese sencillo y locuaz monosílabo me enfureció aún más. Traté de levantarme y mis brazos temblaron y cedieron a los pocos centímetros de esfuerzo—. No te muevas, tranquila. Quizás deberías tomar un poco más. —Acercó a mis labios el borde de un vaso lleno de infusión y me las arreglé para tomar un par de sorbos. En ese momento lo mejor para mí era dormir.

Cuando desperté de nuevo Dila estaba sentada junto a la cama. Cerca una pequeña estufa estaba encendida y agradecí el calor que irradiaba. Mis ojos se acostumbraron a la penumbra, por lo que inferí que era de noche. Dila me sonrió en cuanto notó que podía verla.

—Has dormido mucho —dijo incómoda. Trataba de no mirar mi espalda vendada, sin embargo, su mirada siempre se dirigía a ese punto.

—Lo necesitaba —respondí mientras trataba de sentarme. Tras un par de intentos lo logré.

—Tisha fue sentenciada. Las demás chicas están de acuerdo en que su proceder fue deleznable. Claro, solo ahora que ven que tienes a la reina de tu parte. — Pateó el suelo.

—Si no hubiera sido por ti y Carla... Gracias —dije de corazón. De no ser por ellas ahora podría estar mucho peor.

Dila sonrió y negó con la cabeza. Palmeó mi rodilla y me tendió unas galletas envueltas en un pañuelo. Sonreí agradecida y empecé a comer.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora