Culpas

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Senka avanzó hacia Nussus casi como si yo no existiera. Giró el rostro de aquel hombre con el pie y lo miró con absoluto desprecio. Nussus jadeaba y se ahogaba en su propia sangre. No podía hablar y no pude más que lamentar su irremediable muerte, no porque era un ser humano, sino porque ya no diría todo lo que sabía. Luego, me sentí asqueada conmigo misma. Acababa de matar a un ser humano, no era una maldita fuente de información.

Un ser humano que había vendido a la hermana de Senka a la esclavitud más repulsiva que podía existir.

—Te mataría yo misma y lamento no hacerlo, pero mereces partir sufriendo —espetó Senka antes de dar la vuelta y fulminar con la mirada al segundo hombre. Este, yacía con una herida en la pierna, se había rendido y Danika y Dila se encargaban de atarlo para trasladarlo al campamento.

Miré mi espada. La sangre empezaba a secarse, su olor metálico me causaba repulsión. Recordé que debía limpiarla, lo hice con ayuda del pasto y la tierra suave y húmeda que se encontraba debajo.

—¿Estás bien? —El movimiento que hice al limpiar la espada sacó a Senka de su estupor vengativo. No parecía haber escuchado las últimas palabras de Nussus. ¿Debería decirle? ¿O solo traería más dolor a su vida?

—Eso creo —susurré mientras envainaba la espada. Y como si esa fuera alguna especie de señal, mi cuerpo empezó a temblar con suavidad. No creía aún que todo hubiera terminado.

—Vamos, es hora de regresar, otros equipos se están encargando de completar esta zona.

—¿Me seguiste? —pregunté, no por curiosidad, solo quería evadir mi mente. Sacarla de aquel agujero oscuro que solo gritaba y me acusaba de asesina.

—Nuestro grupo investigaba cerca, encontramos guaridas y escondites así que decidimos venir a revisar el área. —En ese momento Vanja cruzó nuestro camino llevando a un hombre maniatado hasta su caballo—. Capturamos a dos con vida, tres están muertos.

Observé por primera vez su armadura, algunas manchas de sangre se encontraban dispersas sobre el metal.

—¿Estás bien?

Senka soltó una risa sardónica.

—El secuestrador de mi hermana acaba de morir a manos de mi pareja, acabo de descubrir que seguía con vida y que participaba en un complot para hacer caer mi reino. Supongo que he estado mejor.

Cabalgamos a paso lento hacia el campamento, de vez en cuando Vanja y Carla se retrasaban, pues los prisioneros estaban atados a sus caballos.

—¡Apresúrense! Por mí pueden arrastrarlos por el suelo —rugió Senka mientras espoleaba a Relámpago.

Aceleramos el paso, lo que obligó a los prisioneros a trotar a paso ligero. Aquello, aunque incómodo para ellos, era un gran alivio para mí. Deseaba tallar la sangre de mi cuerpo, necesitaba pensar, quería dormir durante toda la eternidad. Había tenido días más duros, físicamente hablando, pero nunca a este nivel mental.

Eneth nos esperaba, estaba apoyada de manera casual en la entrada posterior del campamento. Descruzó los brazos al vernos llegar y ordenó la apertura de la gran puerta.

—Nos entretendremos mucho con ustedes —susurró a los prisioneros—. Kay, Senka y Carla, buen trabajo. Sé que se vieron obligadas a matar a sus oponentes, por suerte, con dos vivos es suficiente.

Ni siquiera me pregunté cómo lo sabía, podía ser que alguna de nuestras compañeras se había adelantado con las noticias. Estaba demasiado aturdida para pensar.

—Vayan donde Xeia, ya saben que las armaduras suelen ser engañosas —ordenó y señaló una amplia cabaña ubicada cerca del centro del campamento.

—Tomaremos un baño primero —espetó Senka al desmontar. La imité, solo quería sentirme limpia de nuevo.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora