Consecuencias

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No pude resistirme a aquel beso. Tarde comprendí que estaba vendida a ella desde aquel momento en el que crucé hacia este mundo. Los labios de Senka se movían hipnóticos sobre los míos, llevándome cada vez más y más hacia el abismo.

Había extrañado el sabor de sus besos, la manera en la que sus labios parecían amoldarse a los míos a la perfección y cómo su lengua controlaba la mía a base de caricias atrevidas.

Durante ese beso comprendí también que esto no estaba bien. No podía permitirme caer en sus redes tan fácilmente, no así, no cuando tenía un lugar y ya tenía pareja. Con dificultad me separé de aquellos labios que prometían la gloria para clavar mi mirada en la suya. Seguramente mis pupilas dilatadas restaron gravedad y autoridad a mi mirada, las de Senka no estaba mejor, pero debía poner orden o acabaríamos con todo.

—Esto no puede ocurrir —sentencié con firmeza.

—Yo lo veo ocurriendo —respondió Senka agitando su cabello para apartarlo de su rostro. El aroma a rosas se intensificó y tuve que luchar contra el deseo.

—Es imposible.

—Que no sea «adecuado» no quiere decir que no sea posible —dijo Senka con hastío—. No me casé por amor, ella tampoco me ama. Solo mírame, haciendo este viaje sola. Mis madres realizaron este viaje juntas inmediatamente después de casarse.

Aparté la mirada, Senka era miserable, pero no podía ser su salvavidas. Apenas me mantenía sola a flote.

—Lo siento mucho, de verdad, pero Senka, tienes que hacer lo mejor con lo que te ha tocado. No puedes seguir tratando de regresar al pasado.

La reina se separó de mí y clavó sus ojos en los míos. Había una promesa en ellos, una que no quería aceptar y que llevaría a cabo sin importar lo que dijera o hiciera.

—Mañana partiré, llevaré a mi hermana conmigo a palacio. Será un viaje largo, deseo que descanse y disfrute cada ciudad. —Miró hacia el cielo, ocultando su expresión—. No tendrás que preocuparte por mí hasta que lleguemos.

Dio un par de pasos hacia atrás y marchó en dirección a la enfermería. Aquellas últimas palabras me habían dejado confundida. ¿Por qué debía preocuparme cuando llegara a palacio? ¿Qué pretendía hacer? Para mi disgusto estaba cada vez más interesada en sus futuras acciones.

Una parte de mi deseaba que diera media vuelta y me invitara a la comodidad de la enfermería. Necesitaba el calor y la suavidad de unas sábanas, el olvido y el silencio de una noche tranquila. Necesitaba digerir los eventos que habían acontecido el día anterior. Necesitaba un abrazo seguro, firme, un sitio donde me sintiera a salvo y libre de toda amenaza y lo que más me frustraba era que, en brazos de la reina, me había sentido así.

Pasé la mano por mi cabello varias veces, tratando, inconscientemente, de recordar lo bien que se sintió cuando lo hizo. En mí era un gesto nervioso, en ella, uno seductor con el que sabía, podía controlarme. Pateé un par de piedritas, las chicas que hacían la guardia conmigo habían regresado y me miraban curiosas, como esperando alguna explicación. Mis mejillas se acaloraron, aquello no era justo.

Decidí que no tenía por qué explicarme. Apoyé mi espalda en la pared y continué con mi guardia, esa era mi misión ahora, no pensar en todo lo que había ocurrido.

La noche no solo está llena de oscuridad y silencio, con ellos viene a la mente todo eso en lo que no quieres pensar. Sin querer empecé a rememorar la batalla, los momentos más crudos, esos que deseaba enterrar en lo más profundo de mi mente. El choque de la carne contra la espada, el aroma de la sangre y el sudor, los gritos de agonía, todo no era más que una mezcla maldita de desesperación y angustia.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora