Combatir al enemigo a sabiendas de que tienes todas las de perder puede provocar dos reacciones. O peleas dándote ya por vencida o buscas vencer a toda costa. Yo sentía una mezcla de ambas. Por un lado, sabía que Carla y yo estábamos perdidas y que debíamos llevarnos a la tumba a cuantos enemigos pudiéramos y por el otro me negaba a morir, no iba a morir esa noche.
Por alguna razón nuestros oponentes eran demasiado habilidosos como para ser simples alborotadores. Podían ser miembros de un complot aún mayor, uno con mucho más tiempo para entrenar y preparar a sus guerreros, uno con la capacidad para derrocar a Senka.
Esa idea me hizo combatir con mucho más ímpetu. Si moríamos allí, jamás podríamos advertir de su presencia, podrían seguir actuando desde las sombras, destruir todo lo que amábamos y protegíamos a capa y espada.
Sentí un golpe en mi espalda y el mundo cayó a mis pies. Otros atacantes habían llegado, estábamos rodeadas. En un instante compartí una mirada con Carla. Podía comprender la desesperación y el miedo que sentía, pero también, su férrea determinación. No íbamos a caer tan fácilmente.
En esos momentos no tienes oportunidad para pensar en nada más que no sea tu escudo contra la espada de tu oponente, tu espada contra su cuerpo, la respiración pesada y el cansancio en tus músculos que te impide continuar. No hay mucho tiempo para pensar en seres queridos ni en problemas amorosos.
Ese momento llega cuando logran vencer tu defensa, cuando sientes el filo de la espada contra tu cuello, en el momento en que rompe tu piel y cuando empieza a rodearte la oscuridad.
¿Qué sucedería con Senka? ¿Se enteraría acaso de mi final? ¿Y Cinthia? No quería que llevara cargos de conciencia en su alma. ¿Volvería a ver a Dila? Hace mucho que no se mueve, no lo hace desde que cayó al suelo.
Es curioso cómo se siente la muerte. Es como dormir, caes dormido en un sueño en el que no pareces despertar. ¿Acaso es así durante toda la eternidad? ¿Tu alma existirá en un vacío eterno sin encontrar alguna otra que pueda hacerle compañía?
¿Es mi alma o es mi conciencia la que habla?
Si es mi alma, debo empezar a plantearme muchas cosas. Si es mi conciencia, entonces no he muerto o estoy próxima a hacerlo. Mi cuerpo no puede tardar mucho en desangrarse, en darse por vencido y dejarse ir.
Al final, solo quiero descansar, como todos en este mundo y los demás. Descansar y olvidarlo todo, los problemas diarios, las complicaciones del amor y de la vida misma. El problema es que, al descansar, también pierdes valiosos instantes de vida.
Mi descanso aparentemente eterno se vio interrumpido por una terrible sensación de frío y humedad. Si estoy muerta se supone que no debo sentir, o acaso, ¿el alma puede sentir? Traté de abrir los ojos, esos que suponía debían estar en el mismo lugar. Pude hacerlo con dificultad, pero solo encontré oscuridad.
Algunos murmullos llegaban a mis oídos. No comprendía cómo llegaban ahí. ¿Quién podía encontrarse conmigo en mi muerte? Empecé a sentir miedo, un miedo terrible. Lo desconocido siempre nos paraliza, siempre representa una amenaza.
Con el miedo activando mis sentidos empecé a ser consiente de algo. No estaba muerta, estaba sentada en un suelo de piedra, con la espalda apoyada en una pared y los brazos atados sobre la cabeza. El frío provenía de mi ausencia de ropa. Al menos habían tenido la decencia de dejarme la ropa interior. Y con ella, las bayas venenosas.
Estaba atrapada en alguna mazmorra en algún lugar. Probablemente incluso me encontraba en el reino de Luthier. A caballo podían transportarnos fácilmente. Traté de girar la cabeza y noté el tirón de la herida, no había sido profunda, solo lo suficiente como para que mi sangre entrara en contacto con alguna sustancia sedante.
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Una Nueva Vida
FantasyKay es una joven normal que por azares del destino termina en Calixtho, un reino donde la misandría y el poder de la mujer están la orden del día. Tiene la suerte de disfrutar de sus derechos y privilegios como mujer, pero también sufre sus deberes...