Aquello que has perdido

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A medida que cabalgaba sentía como si mi espada pesara aún más y tirara de la correa del talabarte. Mi escudo descansaba sobre mi espalda, inmutable, como si no conociera su absoluta importancia para proteger mi vida. A un lado llevaba el arco y el carcaj. No era muy buena disparando desde el caballo, pero podía arreglármelas si se daba el caso.

Del otro lado llevaba una bolsa con provisiones muy exiguas, sobre todo pan y carne seca, mi encendedor, hierbas y vendas. La situación tomaba un cariz más aterrador a medida que pensaba en todo lo que me rodeaba, guerreras, armas, medicinas, alimentos, esto iba en serio.

Había tomado una decisión en caliente que ahora empezaba a considerar. ¿Era necesario? Sí. ¿Era seguro? No.

Continuamos el viaje durante el resto del día. Con frecuencia sentía el sol clavarse en mi nuca cuando los árboles crecían tan separados que sus copas no alcanzaban a formar un dosel decente, eran momentos de calor y también de alivio. No me agradaba sentirme asfixiada en aquel bosque, lejos de la muralla.

Mi mente divagaba con frecuencia. Regresaba al campamento, con Cinthia. ¿Lo sabría? ¿Alguien le habría explicado dónde estaba? Más importante aún ¿Por qué no había ido a visitarla?

Llegamos a un punto donde el bosque se cerraba de tal manera que era casi imposible seguir a caballo. Eneth nos ordenó desmontar. Entre resoplidos de alivio y tronar de huesos lo hicimos y la observamos apartar la nieve y la hojarasca de una parte del suelo. Tras una minuciosa limpieza, reveló una trampilla de gran tamaño. Con ayuda de una de las guerreras la levantó y reveló una rampa que descendía en el suelo.

—Es un establo, ocultemos ahí los caballos mientras exploramos. Es provisional, estarán ahí tres días a lo sumo, si tardamos más, la encargada los llevará de regreso al campamento y dará la alerta de nuestra desaparición —explicó mientras señalaba a una guerrera para que se encargara del trabajo—. Seguiremos a pie.

Me colgué el carcaj a la espalda junto al arco y el escudo asegurándome de no enredar entre sí las correas, necesitaría acceso rápido a uno u otro en caso de una emergencia.

Avanzamos con sigilo entre arbustos, hierbas y ramas bajas. La primavera brillaba en su primer esplendor y las plantas parecían disfrutarlo. Los pájaros revoloteaban entre las ramas y algunos cantaban, en ocasiones se podía ver algún ciervo o un conejo. Podía ser una caminata agradable por el bosque de no ser por nuestra misión.

—Kay —Eneth llamó desde el frente del grupo. Me apresuré a llegar a su lado. Cuando lo hice me dirigió una mirada helada—. No me agradan las forasteras ni confío en ellas, por eso prefiero mantenerlas a mi lado —tuve que resistir el impulso de rodar los ojos mientras permanecía impasible frente a ella—. Me temo que la lógica impera sobre mis deseos. Cubriremos más terreno con dos grupos, llévate a las reclutas, después de todo, eres una de las líderes.

Aquella orden envió un cubo de hielo por toda la extensión de mi columna. No conocía estos bosques, el enemigo era peligroso, yo no era la mejor opción. Eneth solo tomaba esa decisión para deshacerse de mí, verme fallar y vengarse. Sin embargo, en su pequeño plan podían caer víctimas inocentes.

—Señora... yo no me creo preparada para tal responsabilidad —respondí con sinceridad.

—Pues apresúrate a estarlo, porque yo me llevaré a mi grupo hacia el noreste. El tuyo debe marchar al noroeste, día y medio y volver, tómenlo como una prueba de lealtad y supervivencia. Debemos proteger el reino. No hay lugar para el error —siseó aquella última frase a un palmo de mi rostro.

Dichas esas últimas palabras, Eneth se marchó hacia el este. Miré en su dirección hasta que la vi desaparecer en el follaje. Con la garganta casi tapiada por piedras me di la vuelta y enfrenté al grupo de diez reclutas que me acompañaba.

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