Revelaciones

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La ciudad de Casiopea era similar a la ciudad principal y a la vez muy diferente, quizás era el ambiente fresco de las montañas o el aspecto más salvaje de sus construcciones. En esta ciudad se mantenía un pequeño componente del ejército interno y su emplazamiento estaba en su propia Palestra a las afueras de la ciudad. Su comandante, Irina, nos dio la bienvenida y nos instó a hacer de aquel lugar nuestro hogar.

Luego de pasar días a la intemperie sin baños ni una cama cómoda, aquellas literas sencillas nos sabían a gloria. Las habitaciones estaban diseñadas para albergar veinte chicas en literas con dos camas. Senka y yo escogimos una para nosotras pese a la insistencia de Elena para que la princesa tomara una habitación para ella sola.

—Debiste aceptar —dije mientras dejaba mi mochila en el pequeño armario junto a la litera.

—No estaría contigo. —Senka se encogió de hombros y se acostó en la cama inferior.

—Podría haberme escapado a tu habitación —canturreé con picardía acostándome a su lado.

—Claro, ¿y ganarte una paliza por estar fuera de la cama sin permiso? No lo creo, aquí estaremos bien.

Descansamos un rato en la litera mientras esperábamos a que los baños y lavaderos estuvieran libres. La corta siesta hizo maravillas en mi cuerpo, desperté sintiéndome renovada y lista para explorar aquella ciudad.

Tiré de mi uniforme rígido y apestoso, no, primero, tomaría un baño eterno en las piletas. Fue un gran alivio oler a rosas y naranja y no a pasto, sudor y caballos. 

—Me siento humana de nuevo. —Reí mientras terminaba de enjabonar mi piel con aquel delicioso jabón. Al parecer por esta zona eran muy comunes las rosas y los naranjos, era el gel de baño más abundante.

—Yo siento otras cosas —susurró Senka abrazándome por la espalda. Sus pechos presionaban contra mi piel, sus pezones duros dibujaban una línea en mi espalda con su respiración. Sus manos tomaron las mías y las dejaron con firmeza sobre la pared. Jadeé ante su brusco movimiento. Con delicadeza frotó el gel por todo mi cuerpo, concentrándose en mis pechos y en mi cuello. Temblaba ya de placer cuando sus manos se deslizaron por mis piernas, desde los pies hasta los muslos, certeras, lentas. Rio cuando protesté en el momento en el que esquivó mi centro, dirigiéndose hacia los glúteos.

—Se me ocurren muchas cosas que podemos hacer para divertirnos —canturreó en mi oído antes de pasar la punta de su lengua por el lóbulo. La corriente de placer que sentí provocó que mis piernas temblaran. Su mano se deslizó entonces por mis caderas hasta llegar a la línea que unía mi ingle a mis piernas.

—Si vas a hacer algo, hazlo ahora —gemí. Los baños estaban solos y la idea de ser descubiertas, pese a ser excitante, no me apetecía en lo absoluto.

—Oh. ¡Alguien que me arranque los ojos!

Nos separamos como si Elena hubiera gritado, por suerte solo era Danika, quien desnuda, no sabía hacia dónde mirar.

—No utilizaré esa piscina —masculló dirigiéndose a la pileta contigua—. Debieron advertirme que querían hacer sus cosas en el baño.

—No hacíamos nada —dije en balde. Terminé de enjuagar mi cuerpo de los restos del gel que tan prodigiosamente Senka había restregado por mi piel.

—Lo hacíamos todo —bufoneó Senka, para luego aprovechar un chorro de agua tibia y aclarar su cabello. Rodé los ojos, me acerqué a ella y le di una nalgada.

—No lo creo, princesa mimada.

—¡Mis ojos! ¡Que alguien me saque los ojos!

Reímos ante la ocurrencia de Danika y para su horror nos dimos un último beso apasionado.

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