Sacrificio

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Senka continuaba descansando su cabeza en mi hombro. Su brazo sano rodeaba mi cintura, como si quisiera cerciorarse de mi presencia durante aquellos minutos que tardó Vanja en regresar.

—No hay problema, estás autorizada a tomar su lugar —dijo la capitana nada más regresar. Senka tensó su cuerpo y el brazo que me sujetaba casi dejó marcas en mi nueva armadura.

—Voy a estar bien —susurré sin creérmelo. No importaba, solo necesitaba que Senka lo creyera. Era lo único importante en ese momento.

—Sujeta bien el caballo con tus rodillas, anticipa su galope, respira antes de... Silencié aquella avalancha de consejos con un beso suave y profundo. Senka gruñó contra mis labios en protesta, pero no se separó y respondió al beso. —Estaré bien, sé disparar —besé su frente y liberé mi cintura del firme agarre de su brazo.

Avanzar y dejarla atrás fue duro. Era como abandonar una trinchera en la que me sentía segura y amada. Donde ninguna flecha amenazaba con atravesarme el corazón.

Vanja siguió mis pasos en silencio. Frente a nosotras unas escuderas sujetaban el caballo, el arco y la flecha. Monté con algo de dificultad, la armadura complicaba el movimiento y no estaba habituada aún a ella.

—Tú decides, antes o después. Solo debes observarlo y concentrarte en respirar. No son muy buenos con el arco y la flecha —me recordó Vanja.

Sujeté con firmeza el arco y ajusté el carcaj con la única flecha a mi espalda. A un lado del campo y en el centro estaba uno de los consejeros de Cian. Sostenía en alto una bandera. Apenas me destinó una mirada y luego miró en dirección a su rey.

Durante aquellos segundos fui consciente de cómo mi corazón latía con fuerza, cómo el sudor corría a través de mi espalda y cómo mi respiración se acompasaba. No podía tener miedo, no en ese momento. Mis manos debían mantenerse firmes y mi pulso estable.

Observé caer la bandera y como si se tratara de un reflejo, espoleé mi caballo. Su galope me arrulló, tomé unos segundos para habituarme al movimiento y presioné mis rodillas contra sus flancos. Llevé una mano hacia el carcaj y saqué la única flecha.

Por un momento temí que caería, que se deslizaría entre mis dedos metálicos y se perdería en la arena. Sujeté aquella flecha con fuerza y la apoyé en el arco. Quedaba la mitad del camino por recorrer. Era el momento.

Si fallaba quedaba a merced de él. Si acertaba estaría a salvo, al menos esa era mi mayor oportunidad.

Erguí mi cuerpo y tensé el arco. El galope del caballo era apenas perceptible, mis rodillas se acalambraban por la presión y frente a la punta de mi flecha localicé el pecho de Cian.

Era el mejor blanco, tanto si subía como si bajaba, mi flecha lo golpearía. Respiré dos veces y retuve el aire al disparar. Sentí que liberaba de mis dedos el único boleto que tenía hacia una vida libre, feliz y plena con Senka.

Tiré el arco y sujeté las riendas, debía convertirme en un blanco difícil. Fijé mi mirada al frente y observé con fascinación cómo la flecha se clavaba limpiamente en el hombro izquierdo de Cian.

Ojo por ojo.

Sin embargo, esto no lo desalentó. Tensó su propio arco con un gruñido y a unos pasos de su línea central disparó.

Observé cómo su flecha describía una línea recta perfecta, no iba dirigida hacia mi pecho y por reflejo logré inclinarme hacia un lado. Rozó limpiamente la cota de malla que recubría mi brazo y poco más.

Detuve el caballo al llegar al espacio entre ambas líneas. Cian detuvo el suyo segundos después. Podía escucharlo maldiciendo y de mala manera rechazó la ayuda de los escuderos y de su padrino.

Una Nueva VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora