Propuestas indecentes

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Senka ingresó al salón con tal energía que parecía haber tirado la puerta abajo en lugar de haberla abierto suavemente. Frente a nosotras había una mesa larga, las demás estaban dispuestas en las paredes laterales, dejando un amplio espacio a la mesa principal.

Todos los que estaban sentados se pusieron en pie al ver a Senka. Era un gesto de respeto. Cian se mantuvo firmemente sentado, desconociendo la posición de poder de mi reina e irrespetándola en el proceso. Tuve que apretar aún más la empuñadura de mi espada. Esta reunión iba a ser larga.

Para distraerme de los deseos asesinos que poblaron mi mente me dispuse a analizar a cada uno de los asistentes a la reunión.

Cian estaba acompañado por dos consejeros, hombres de aspecto huraño con los rostros tan surcados por cicatrices que parecían dibujar un mapa. Uno era completamente calvo y se presentó como Alae, con un tono tan despectivo que me hizo chirriar los dientes.

El otro consejero tenía ya una calva incipiente, tenía el cabello negro pulcramente cortado casi al ras. Se presentó como Zesai. Su tono era menos hiriente, pero sus ojos revelaban oscuras intenciones.

Tocó el turno a los embajadores de los reinos vecinos: Tasmandar, Ethion y Cathatica.

Tasmandar era un reino que me recordaba, por sus rasgos físicos, a personas de origen árabe. Su aspecto era similar, rostros angulosos, nariz prominente y ojos ligeramente rasgados. Su embajador se llamaba Jonthe y tenía una barba tan espesa y perfecta que muchos de mis amigos de la universidad habrían tenido envidia solo de verla. Su expresión era muy afable, demasiado. Podría decir que era un casanova en toda regla, siempre sonriendo a las sirvientas, rozando sus manos cuando servían el vino. Me agradaba la gran facilidad que tenía para sonreír.

Ethion era un reino ubicado hacia el sur, en tierras áridas poco aptas para el cultivo. Se dedicaban a la minería y a la forja, incluso a la cría de ganado caprino. Dependían del comercio con otros reinos para subsistir. Su embajador se llamaba Erir y era un hombre corpulento de tez oscura. Vestía una gran túnica blanca con bordados en hilo rojo. Tenían creencias similares al reino de Luthier, pero habían optado por vivir en paz con Calixtho.

Cathatica era un reino nórdico, ubicado más allá de las tierras de Luthier. Caracterizados por su estructura social liberal y sus guerreros y guerreras fornidos y salvajes. Habían alcanzado un equilibrio en lo que a igualdad entre géneros se refería, pero seguían presentando algunos focos de conductas machistas y misóginas. Respecto a las relaciones homosexuales manejaban una postura neutral, no las perseguían, pero tampoco las defendían. Eran notables navegantes y habían sido los primeros en descubrir tierras más allá del Gran Océano. Ahora comerciaban con los imperios de aquellas tierras y llenaban nuestras mesas de productos novedosos y curiosos.

Eran nuestros mejores aliados y una de las razones por las que Luthier no nos atacaba. De hacerlo, se enfrentaría a una guerra en dos frentes que perdería irremediablemente.

Su embajadora se llamaba Emny, era una mujer alta, incluso más que Senka. Su cabello era rubio platino y sus ojos brillaban con un color azul eléctrico difícil de encontrar. Su expresión era calculadora, helada, miraba a Cian como si deseara cortarle la cabeza con sus propias manos y pese a estar cubierta de pieles, podía vislumbrar músculos capaces de cometer tal hazaña.

Desperté de mi análisis para descubrir que Senka y Cian mantenían una lucha de miradas en la cual la mesa era la frontera, débil, de frágil madera.

—Tu hermana huyó con mis hijos en su vientre —siseó Cian.

—Tú la secuestraste, de su cama, en medio de la noche —apuntó Emny con voz peligrosa. Los ojos de Cian centellearon de furia, visiblemente alterado al verse interrumpido por una mujer.

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