Epílogo

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Dedicado a Paolaxax

Desde la pequeña ventana con barrotes ubicada en la puerta la observé descansar. Por orden mía le habían dado la mejor celda del primer piso. Tal vez eso contribuía a su estado despreocupado.

Descansaba la cabeza sobre ambas manos y miraba el techo embelesada. Sus rizos oscuros habían recuperado un brillo saludable y me invitaban a enredar mi mano en ellos y nunca soltarlos. Suspiré, no podía hacerlo, mejor dicho, no debía. Ella había cometido un terrible error por el cual tenía que pagar.

Aún recordaba las terribles horas que siguieron a aquel momento. Su peso muerto en mis brazos era imposible de borrar. Es increíble lo que pesa una persona cuando toda vida ha dejado su cuerpo.

Por suerte Aril había escogido ese momento para entrar. Se arrodilló a mi lado y comprobó que Kay aún estaba viva, aunque demasiado cerca de la muerte. Sin vacilar me ayudó a llevarla hasta una de las habitaciones vacías y retiró las capas superiores de su armadura.

Si hay algo que odio de los doctores es su expresión cuando una situación es grave. El rostro de Aril parecía tallado en mármol en esos momentos.

—Sálvala o serás condenada por dejar morir a tu reina —amenacé sin frenos en la lengua. Aril asintió con nerviosismo, dejó su bolso en la cama y desparramó todos sus implementos y medicamentos.

Mientras Aril trabajaba, o al menos eso confiaba que estuviera haciendo, tomé una de las manos de Kay. Sus dedos estaban magullados y pegajosos por la sangre y el sudor.

La puerta se abrió repentinamente y poco tiempo me faltó para desenvainar y apuntar a nuestra visitante. Al ver las dos cortinas de pelo lacio y negro bajé la guardia. —Vanja, encárgate de Eneth —susurré. Mi amiga asintió y dio media vuelta para salir. Sin embargo, antes de alejarse, dio un último vistazo a la cama. Su expresión dura se suavizó e incluso mostró algo de tristeza.

Volví a sujetar la mano de Kay. Solo ella había sido capaz de derretir en parte a la helada Vanja. Sospechaba que había alguna otra responsable, ya lo averiguaría luego, no era el momento para meterme en vidas ajenas.

Vanja era la única sobreviviente de su familia, de la casa de Athos. Una lucha fratricida entre sus miembros había llevado al final a la sangre noble o al menos, eso se creyó durante unos días. Vanja había sido encontrada en una callejuela. Mi madre la había divisado en uno de sus paseos por la ciudad y la había acogido. Pasada la sorpresa inicial, mi hermana y yo nos hicimos íntimas amigas de aquella extraña y silenciosa niña que podía derrotarnos llevando ambas manos atadas.

Un leve apretón en mi mano me hizo regresar de mis recuerdos. Kay la había sujetado por unos instantes.

Aril trabajaba con frenesí sobre la herida. No paraba de murmurar para sí. El sudor perlaba su frente y en ocasiones lo secaba con la manga de su camisa.

—Esto es muy grave —musitó—, haré lo posible, mi reina, pero no garantizo que sobreviva.

La suerte o tal vez su terquedad, la ayudaron a sobrevivir. Logró superar la pérdida de sangre para luego enfrentarse a un enemigo mucho peor.

La fiebre.

Aril me había explicado que Luthier era un lugar demasiado sucio y, en consecuencia, el riesgo de una infección, que al parecer era lo que provocaba la fiebre, era muy alto.

Decidí alejarme de Luthier luego de una semana. Vanja se había encargado de Eneth y había dejado a Nico como gobernador del reino mientras Roco cumplía la mayoría de edad. Aril había protestado, pero estaba de acuerdo conmigo en que, con una atmósfera tan enrarecida, Kay podría morir.

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