Prólogo

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Prólogo

Afueras de Drawnwood. Mansión de los White.

24 de marzo.

Mediodía.

Damián

El peso que me traían las miradas de los otros en el salón principal me superaba. Me encontraba en una situación horrendamente incómoda e insoportable, y por unos minutos incluso me había puesto en mente salir corriendo de allí y escaparme. Supuse que mi padre alguna vez se habrá sentido así, en su momento. Lo observé en su talante tan noble y soberbio que me sentí motivado a quedarme, a ser más como él. El tiempo se escurría muy lentamente; las manecillas del reloj moviéndose haciendo un sonido sordo cada vez que pasaba un segundo.

Tic, tac, tic, tac. La Familia Real todavía no mostraba presencia. Los demás individuos residentes del castillo, sirvientes y sirvientas, continuaban mirándonos y cuchicheando como si acaso fuésemos asesinos seriales en busca de más víctimas. En realidad... no estaban tan equivocados al respecto. Mis padres no se percataban de ello, o quizás sí, pero no les afectaba en nada. Continuaban con la cabeza bien en alto, bien rectos, con cara de póquer frente a la gran escalera blanca y reluciente que conectaba con el primer piso.

Tic, tac, tic. Sirvientas pasaron por un pasillo a nuestro lado y dirigieron su mirada a mi tía Viola, que les dedicó una mueca terrorífica. Ella rió por lo bajo cuando éstas se fueron espantadas. Una mucama se fijó en mí. Mamá apoyó su mano esquelética en mi hombro: no me di cuenta hasta ese momento cuánto estaba sudando por debajo de la ropa.

Una puerta se abrió allí arriba. Se oyó un ruido sordo y consecuentemente, unos murmullos provenientes de adultos y grititos de una niña, a la que constantemente siseaban para que se callase. El llanto de un bebé se acercó más y más a nosotros.

-Lamentamos mucho haberlos hecho esperar tanto.

La Familia Real hizo su ceremonial aparición en el pasillo izquierdo del primer piso, y bajaron las escaleras a nuestro encuentro con esplendorosa soltura y cara de pocos amigos. El Rey, de traje blanco, banda, escudos y medallas y un grueso bigote rubio sobre su labio fue el primero en saludar a mi padre con un apretón de manos penoso. Lo tocaba como si estuviese hecho de lava, y lo miraba como si él fuera Medusa y temiera ser convertido en piedra. Su esposa, de vestido celeste y corona de diamantes sobre su corto y cincuentero cabello dorado, se vio imposibilitada de saludar debido a que cargaba a un bebé cubierto con mantas rosas, por lo que simplemente se dedicó a sonreír con falsedad. Detrás de ella, una asustadiza niña con moños en su cabellera y vestido blanco intentaba esconderse de nuestra vista. Supuse a que ella se le atribuían esos gritos molestos de hace un rato.

-Sí, lo cierto es que Su pequeña Alteza parecía bastante molesta -dijo el patriarca de la casa, mirando sonriente a la que reconocí como la nueva adquisición de la familia. Todos la observamos desde nuestra posición. La Reina le metió suavemente el dedo en la boca para que lo chupase. Debía tener mucha hambre y nosotros con nuestra llegada le habíamos cortado su hora del almuerzo.

-¿Cuál es su nombre? -preguntó mi madre en seco. Aquella reunión no era más que una sucesión de modales fingidos entre dos casas enemistadas hace milenios.

Mis familiares alzaron las cejas y la observaron con frialdad.

-Cristina. Cristina Isabelle -respondió la Reina con orgullo-. Decidimos ponerle Isabelle por nuestra querida difunta, la madre...

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora