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Cornelia

Cassidy no espera ni un segundo más para sujetar con sus finos dedos la pata de pollo y llevársela a la boca con brutalidad. Se la terminando devorando en cuestión de pocos bocados. Cuando a nosotros nos es servido el plato, ella ya está casi terminándolo.

No podemos evitar observarla comer con suma sorpresa, viendo cómo se mancha la cara y las manos con la salsa del pollo. Suponemos que ha tenido otra de sus "crisis" y no sació del todo su consecuente hambre voraz. Todavía no muestra señales de querer hablar; sólo de almorzar, de tranquilizarse. Tanto mi marido como yo y los demás miembros de la familia nos encargamos de lo nuestro, haciendo caso omiso al comportamiento de nuestra nuera.

Había llegado a casa con todo el cuerpo raspado, con los ojos inyectados en sangre y con las venas a punto de explotárseles. A pesar de lo que suponemos fue una "noche complicada", había aparecido limpia y perfumada, se había cambiado de ropa y se nos había presentado con maleta en mano. Damián no estaba con ella. Se la veía terriblemente cansada y enfadada. Hasta su respiración no era del todo normal.

-Estamos a punto de comer –le digo al recibirla, luego de que Cassidy me advirtiese que estaba en casa con el fin de revelarnos "noticias sorprendentes y espantosas". Cuando oye la palabra comer, sus pupilas se dilatan y automáticamente se sienta en la mesa con mi marido, mi cuñado Faustino, su esposa Carmen y los niños.

Así que aquí nos encontramos, esperando escuchar lo que tan pronto debía contarnos y que tanto nos debería importar.

El tiempo pasa y sigue comiendo. Le pide a la criada que le ponga más puré al plato.

¿Esto es una broma?

-Querida –la llamo, llevándome un pedazo de carne a la boca-. ¿Estás bien?

-Oh, Cornelia, ahora me siento mucho mejor. Gracias. –Sonríe con la boca llena. Cuando habla se le resbalan por las comisuras algunas gotas rojas de salsa.

Mi sobrino de catorce años Jonathan la señala con el dedo y se ríe mientras se dirige hacia todos nosotros:

-¡Pero qué va! ¡Miren lo ridícula que se ve!

-Dime eso otra vez y te cortaré un dedo –lo amenaza mi hija política, alzando y moviendo por los aires su cuchillo. Carmen se limita a dedicarle una mirada mortífera al hijo.

-¿Por qué no te tomas un respiro y nos cuentas qué te ha traído tan pronto? Creía que iban a quedarse unos días más. Bueno, al parecer... Damián sigue ahí. ¿Por qué no ha venido contigo?

Por suerte, mi marido me sigue la corriente y asimismo quiere terminar con tanto suspenso innecesario, así que la incita a hablar. Supongo que Cassidy le hará más caso a él; después de todo, es el mismísimo Rey de los Demonios y nadie se atreve a cuestionar su autoridad. Mucho menos si el porte y el físico lo ayudan a parecer más bien un dictador que un gobernante ingenuo y apacible.

-Ha sido una de sus putas de nuevo, ¿verdad? Ay, qué garrón –Carmen tira el desafortunado comentario, finalizando la oración como siempre con alguna frase argentina que nosotros no comprendemos.

Su hija Emma ve que la conversación se desvía de tema, y junto con su hermano mayor piden ir a comer a su cuarto mientras ven la televisión. Aceptada la petición, unas criadas los ayudan poniendo los platos y vasos en bandejas y llevándoselos arriba. Ellos salen corriendo; sus pasos en las escaleras suenan como un pelotón en plena batalla.

-Ya me rendí en cuanto a eso. No, no son las prostitutas. Y además, no me interesaría tanto si fuera realmente eso. –Se limpia las manos y los labios con la servilleta, ahora actuando como la dama fina que era antes de su crisis-. Es algo todavía peor. Inimaginablemente peor.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora