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Faustino


El cuervo Poe no para de revolotear por encima de las cabezas de aquellos que estamos en la habitación. Hoy nuevamente, y como siempre lo he hecho en estos ocho años de tener al bicho en casa, deseo matarlo con un rifle. O por qué no, con una maldita katana: me parece una idea más sangrienta, y cuanto más sanguinario el asesinato, mejor.

Cuando conocí a Carmen, veintidós años atrás en un muy inesperado viaje al barrio de Recoleta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ella ya tenía la sofocante idea de domesticar un cuervo, al que bautizaría en alusión al famoso escritor estadounidense del siglo XIX que escribió un poema solemne sobre este animalucho. Convengamos que Carmen Florentina Cueto no era una chica "regular" para la época: era estudiante de Medicina en la universidad estatal, y eso podría considerarse algo bastante digno, si no fuera porque la carrera era en realidad un pretexto para comprender mejor a los cadáveres, y terminar robándolos de la morgue para sus habilidades taxidermistas. Nunca supe dónde era que guardaba los cuerpos. En fin, solía frecuentar la necrópolis de Recoleta, porque decía que "le encantaba el olor a muerto". Lo más extraño de todo era que yo no olía absolutamente nada, lo que me hacía imaginarme que ella efectivamente debía tener "poderes especiales". No me había tardado mucho tiempo comprender que no era una simple humana; y no en el sentido de la palabra "especial" que utilizan los humanos cuando se enamoran de una persona totalmente insulsa, pero que para ellos es "algo más": Carmen realmente hacía cosas que sólo una mujer demonio podría realizar sin asquearse, y sin dejar de sentirse muy a gusto con ellas. Sin duda alguna, estaba un tanto loca. En una de las múltiples visitas al Cementerio, me había confesado que había terminado en el psiquiátrico dos veces, una cuando era adolescente y la otra hacía dos años de ese entonces, y que fue allí cuando le vendió su alma al diablo; también me había afirmado que era pariente de Felicitas Guerrero, "la mujer más bella de la República Argentina" (o como a mí me gusta pensarlo, "la mujer que dio a luz a la leyenda urbana más famosa de los argentinos"). No le creía lo de los cadáveres en la pieza, pero debo admitir que eso sí que se lo creí, porque sin duda alguna era (es) una chica hermosa. De piel un poco aceitunada, morocha y grosas curvas. Ella y mi hermana Viola son, sin duda, las mujeres más hermosas que he visto en mi vida.

¿Y mi sobrino salió adorando a una chica blanca, rubia y escueta? ¡Por favor! ¡Con la cantidad de chicas con las que ha salido, se ha quedado con... eso! ¡Qué vergüenza!

Espero que todo este caos lleve a buen puerto, y que nuestro padre pueda ayudarnos a despejar un par de dudas: como por ejemplo, ¡¿por qué mierda a él?!

-¡Ya, Carmen, por favor! ¡El cuervo! -agito los brazos para alejar a la maldita criatura de mí, que estaba ya prácticamente revolviendo mis rulos con esas filosas garras horribles.

-Déjalo en paz. Mi pobre bebé... Nadie te entiende, ¿verdad, cariño? -Otra vez. La psicótica hablándole al animal. ¿Acaso no sabe que no puede entenderla?

Resoplo, y miro a los demás a mi alrededor. Las dos ángeles están juntas, pegadas, temblando como hojas en pleno otoño. Qué imbecilidad. Todavía no logro dilucidar por qué estoy aquí y no con mis hijos y mi mujer de vacaciones. Bueno, siempre estamos de vacaciones, después de todo somos Duques, pero... ¿por qué le dije que si a Viola?

¿Tendrá razón Carmen, cuando dice que inconscientemente trato de apoyarla en todo por amor?

Damián también tiene esa cara de "por favor, mátenme y llévenme lejos" que copia de su tío. Viola está en el rincón de la habitación más cercano a nuestra mesa redonda pequeña, que había traído anteriormente del jardín y dejado aquí, en un cuarto prácticamente vacío (a excepción de una cama polvorienta y mesitas de noche y un ropero en el mismo estado) y oscuro de la casa que nadie usa, y parecería estar sumamente nerviosa. Se mueve de un lado al otro, y hace como que mira la decoración del cuarto, pero lo cierto es que debe estar pasándola fatal así mismo, y eso que fue ella la que nos reunió en la casa de Hatfield. Supongo que sólo está esperando que todo salga bien. Estoy seriamente pensando en acercarme a hablar con ella, aunque al segundo me pongo a pensar que podría distraer a Carmen de los preparativos de la ceremonia. Prefiero hacerle una señal con la cabeza a Damián para que salga conmigo un momento. Él me sigue al pasillo iluminado. Debido a la falta de luz, no me había dado cuenta de que está más pálido de lo normal.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora