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París, Francia. Castillo de los White.

23 de marzo.

Noche.

16 años después.

Cristina

Un maravilloso recuerdo de años pasados se proyecta en mi mente cual flashback, una y otra vez, antes de dar mi esperado discurso como dama de honor: Faye y yo, de diez y cinco años respectivamente, disfrutando de un típico y hermoso día primaveral en el parque de Drawnwood. Digo "típico" porque el pueblo en primavera es todo un placer de ver, de sentir. La primavera en Drawnwood no es como cualquier otra en cualquier otro lugar, sin duda alguna.

Evoco como si fuese ayer el olor del rocío de las flores. Recogeríamos para mamá jazmines y gardenias sólo para verla sonreír; y también me parece cosa de hace poco la sensación de mi piel contra el césped, ese toque rasposo y doloroso, las marcas en las rodillas luego de haber estado tanto tiempo sentada. Nos metíamos en la fuerte y nos mojábamos los vestidos: recién un mes después de cuando comenzamos a visitar frecuentemente el parque, nuestros padres se percataron de que debían llevar toallas y ropa limpia. Llenas de tierra, de luz, de vida; éramos aves en vuelo, en libertad. A mi hermana no parecía molestarle que le caminaran las hormigas por las piernas; a mí, sí. Tengo demasiadas cosquillas. Eso lo heredé de mamá.

A la vez que intento no llorar (porque ciertamente recordar nuestra infancia en momentos significativos como éste es de suma carga emocional) me acomodo el vestido y me palpo el cabello para cerciorarme de que todo esté en su lugar. Espero erguida a que el mejor amigo de Simon termine de contar sus anécdotas embarazosas de cuando ambos jugaban al béisbol en la secundaria (hubo allá por el año 2006 un incidente en el vestuario por el cual todo el mundo ríe a carcajadas), y mientras tanto memorizo lo que debo decir. Aquello que escribí hace una semana y que desde ese día vengo repitiéndome a mí misma con tal de que saliera perfecto en la boda de mi hermana.

Cuando el joven termina su discurso, todos alzan las copas y aplauden cuando él menciona a la próxima en dar unas palabras alusivas. Sonrío a mi público, y todos me devuelven el gesto por el simple hecho de ser reconocida (es todo un alivio pensar que nadie abochornaría a una princesa), y luego de un suspiro observo a la pareja recién casada.

Tomo aire, y empiezo:

-Es para mí un enorme placer el ser la dama de honor de mi querida hermana, Su Alteza Real, la princesa Faye. –Vuelven a aplaudir, y ella agradecida se lleva la mano al pecho y saluda con su bella sonrisa. Nunca se la vio más feliz-. Pues, qué decirte... Gracias por permitirme acompañarte en este día tan especial. Sabes que eres la mejor hermana que podría haber deseado, y simplemente te amo porque no podrías ser mejor de lo que ya eres. Recuerdo por todo lo que hemos pasado y no puedo encontrar momento en el cual no esté agradecida de haberlo pasado contigo. Simon, creo que eres el hombre más afortunado del planeta por haber nacido Pareja Obligatoria de tan espléndida mujer. Por favor, cuídala, y amala por sobre todas las cosas; estoy segura que ella te amará a ti con la misma intensidad. Simplemente no puedo imaginarme a una pareja tan bonita como la de ustedes, chicos. –Alzo mi copa, y los demás automáticamente hacen igual-. Ahora podemos decir que tenemos frente a nosotros a los próximos Rey y Reina de los Cielos, y sé de buena fuente que sabrán hacer su trabajo más que bien –(algunas risitas por ahí)-. ¡Por Faye y Simon!

-¡Por Faye y Simon! –repiten los invitados, y siento por primera vez en la noche el ardor en la garganta cuando tomo un sorbo de champagne.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora