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Cristina

Malditos hipócritas. Malditos, malditos hipócritas. ¿Cómo pudieron?

Maldita Faye. Perra loca del demonio.

¿En qué lío me he metido?

Debo llevar alrededor de tres largas horas caminando por el bosque. Ya había caído la tarde cuando llegamos a casa con el auto, por lo que ahora está oscureciendo con sofocante rapidez y claramente no tengo sitio a donde ir. Lo único que puedo hacer es caminar, caminar... y seguir caminando por entre los frondosos y gigantescos pinos. Por supuesto la caminata es en subida, y debido a mi reclusión en el Vaticano mi estado físico no es el mejor de todos, así que andar cuatro kilómetros por esos parámetros prácticamente me dejó hecha un cadáver todo sudado y aterrado. No tenía otra opción que continuar y rezar por mi vida. Ahora debo haber hecho mucha más distancia, pero, sinceramente, no creo llegar a superar este récord. Nunca se me dio bien el deporte, mucho menos el senderismo. Si tuviera que elegir entre dormir en una tienda en un campo sin nada alrededor y un hotel acogedor, la respuesta sería bastante predecible. Aun si ese hotel estuviese en el medio del bosque, estaría protegida por cuatro paredes y un techo.

Me aterra la oscuridad. Los seres de luz no tenemos muy buena relación con la noche y con los bosques que en esta parte del día se vuelven tenebrosos. Bueno, ¿qué bosque de noche no lo es? Temo llegar a un punto en donde no pueda ver lo que tengo a un metro de distancia, y donde los animales autóctonos empiecen a chillar y me asusten. Siempre en las películas sucede que el protagonista va andando solo y escucha un ruido por entre la maleza; piensa que su vida está en peligro hasta que se da cuenta que resulta ser sólo una ardillita indefensa. Por mi parte, ser un ángel me hizo bastante poco aventurera, y bastante más asustadiza que los demás: si esa situación me pasase, ya me hubiera puesto en cuclillas contra un arbusto rezándole a Cristo y a los Santos Evangelios.

Con el corazón funcionando a mil y las piernas acalambradas, sigo caminando cuestas arriba. La luna reluce en el cielo cubierto de estrellas. Hoy es día de luna llena.

El completo silencio se apodera del bosque entero; lo único que puedo oír son mis propias pisadas haciendo crujir el pasto y las ramas. Todavía creo que estoy ciertamente demente por haber huido de mis padres. Peor me siento al respecto cuando escucho a pocos metros de distancia un arbusto que se mueve deliberadamente; y luego otro, en otra dirección, como si alguien estuviese corriendo por entre los árboles con sobrehumana rapidez. Ahora es momento de rezar, y mucho.

Puedo sentir el golpeteo de mi corazón contra las costillas, y del miedo que tengo presupongo que terminará por salir volando fuera de mi cuerpo, o que explotará dentro de mí cual motor sobrecalentado. Temblando, trato de apoyarme en el árbol más próximo, y como la idiota que soy, me dispongo a seguir adelante, pero tratando de hacer el menor ruido posible. Muevo los ojos de un lado al otro para aclarar mi visión panorámica: la cosa que anda de aquí para allá sigue corriendo rápidamente, aunque no parece estar cerca de mí. De lo que sí estoy cerca es del claro del bosque, al que me dispongo a ir para recibir más luz, y para...

Nada, ¡qué va! Si soy tan estúpida de hasta haberme dejado el teléfono en el coche.

Por lo menos me muevo hacia algún lado. No debería quedarme quieta cuando un depredador anda suelto por entre los árboles.

Sigilosamente, como una ninja, voy directo a mi destino, bien pegadita a los troncos gigantes. Fue difícil lograr que las ramas no crujieran contra mis zapatillas; sin embargo, aquí estoy, en la entrada al claro iluminado tenuemente por la luna. Ya no hay señal de seres moviéndose por la zona.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora