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Cristina

Siento la terrible necesidad de ir a visitarlo cuando está por anochecer. Hace un día entero que no aparece con nosotros, y la preocupación por saber si se encuentra bien sobrepasa cualquier otra emoción que pueda sentir en este momento. Viola dice que debe estar todavía conmocionado por lo acontecido con el muy terrorífico abuelo suyo, pero no puedo evitar querer estar con él en un momento tan complicado. Quizás yo necesite a alguien después de que me dijeran cosas tan extrañas, y tan confusas.

Toco la puerta una vez, y al no recibir contestación, me animo a tocar dos veces. Tres veces. No está oyéndome. ¿Debería simplemente entrar sin su permiso? Me da la impresión de que eso es simplemente muy maleducado. Trato de tocar de vuelta varias veces pero el resultado sigue siendo el mismo.

Ya qué.

-¿Hola? -Entro a la habitación y, hasta donde puedo ver, no hay nadie dentro. La luz está apagada y me atrevo a prenderla: noto que la ropa de Damián está sobre la cama y que la computadora de su escritorio está encendida reflejando el fondo de pantalla de Windows. En el sillón más grande se encuentra su mochila, abierta y con un par de objetos personales dejados por ahí. La gigante televisión que cuelga de la pared está encendida también, en un canal de deportes. Está por jugar un partido muy importante un equipo de fútbol inglés, del cual no sé el nombre porque no me considero muy fanática de ese deporte. Observando detenidamente lo grande que es el cuarto y lo bien que huele (a perfume y a desodorante de hombre), me doy cuenta que la puerta del baño está cerrada y de ahí sale una luz amarillenta. Asumo que ahí debe estar él.

-¿Damián? -Vuelvo a intentarlo, esta vez tocando la puerta que parecería ser la correcta.

-¿Cristina? -responde él desde dentro-. Pasa.

Tomo aire profundamente, y con mucha timidez, cierro fuerte el puño que sujeta el picaporte y tiro un poco hacia adelante la mano. La puerta se abre sin nada de dificultad y comienza a salir vapor de agua caliente; cierro los ojos al sentir la humedad. Al parecer se estaba bañando y acaba de salir de la ducha.

Espera un momento...

Su ropa está en la cama.

¿Tendrá otra cosa para usar?

En efecto, lo que presentí que sucedería al final es real: al quitarse todo el vapor de en medio, veo frente a mí a un Damián completamente desnudo, aunque con una toalla sujeta a su cadera, frente al espejo afeitándose la barba. Con la baba saliendo por mi comisura, me siento embriagada y extasiada por sus fuertes brazos, sus grandes manos y sus marcadísimos abdominales. No puedo dejar de pensar que verlo así, tan varonil, me produce una sensación turbulenta en el estómago: como quien dice, tengo un criadero de mariposas en la panza.

Sin embargo, me invade antes que nada la incomodidad y el pudor y automáticamente giro la cabeza hacia el otro lado y aprieto los párpados. Carraspeo.

-¡Oh, Cielos! Lo siento, yo... no creí que... -Sin atreverme a mirar mucho más, señalo su cuerpo de arriba abajo. Por Dios, ¿por qué seré así de idiota?

Su baño es igual que el mío, aunque un poco más grande: la mueblería es color negro y las paredes parecerían ser de marfil, al igual que el suelo, color blanco con toques de dorado. Es absolutamente todo lujoso: cuenta con una ducha y una bañera aparte, un lavabo y un inodoro de color oscuro, y demás detalles y canillas de oro. Siempre en las casas de las familias ricachonas todo está enchapado en oro, o directamente es de oro puro. En mi casa también es así. Trato de no pensar demasiado en la Mansión White, para que no me invada la sensación de tristeza que me da el pensar que podrían estar buscándome en este momento.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora