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Cristina

Sí me azotaron, apenas cuando llegué y tuve que contarle a mi confesor absolutamente todo lo que había hecho mal. Me azotaron un par de días, unos pocos latigazos por día, lo suficientemente fuertes como para hacerme sangrar y arrepentir de mi propia existencia, pero no tan fuertes como los que recibió Jesucristo en su castigo antes de su penosa muerte. Mi carne no se desgarró hasta el hueso, por lo que pude sentir (y prácticamente estuve mucho tiempo acostada en el suelo sufriendo y sintiendo el dolor, sin querer moverme), y probablemente las marcas no me queden para toda la vida. No lo sé, realmente. Quedarán unos días, de eso estoy segura, cual corte profundo de un cuchillo afilado. A lo sumo, me quedarán líneas blancas y finas en la espalda, pero no más que eso.

Espero que a Damián no le importen.

Lo cierto es que ahí no sólo perdí total conciencia de mi cuerpo y mente, sino que también lograron que dejara de agradarme a mí misma. Las lastimaduras, el hecho de que no me hayan alimentado por días enteros más que tirarme un pan o darme un poco de arroz blanco... Terminé viéndome como una mujer fea y avejentada.

Sobre eso, perdí una cantidad asombrosa de kilos. Comencé a verme bajo la piel las costillas, las clavículas mucho más marcadas, los huesos de la cara y de las muñecas. Mis tobillos eran dos pequeñas circunferencias de apenas cuatro centímetros de diámetro. Vivía con hambre y sed. Comía esporádicamente las comidas ya mencionadas y me daban agua para beber. Lo que sí ingería con bastante más frecuencia eran el Cuerpo y la Sangre de Cristo; y el vino lo único que hacía era emborracharme y hacerme vomitar, y la ostia..., bueno, la ostia no es un gran plato que te llene el estómago que digamos.

No contaba con un cómodo colchón de plumas para dormir tampoco. Cuando me referí a que me tiraba al suelo para sentir mis más recientes latigazos ardiéndome en la espalda, lo que quise decir es que dormía en el suelo, en un rincón muy sucio y empolvado. Así que tanto mi carne como mis vértebras sufrían calamitosamente las condiciones de la clausura. Combinaba conmigo el piso, debo admitir: no me dejaban bañarme lo suficiente como para sentirme a gusto con mi cuerpo. En un mes me bañé sólo dos veces. Sentía la mugre incrustada en mi cuerpo, haciéndose sólida y pegajosa con el paso del tiempo, convirtiéndose en roca sobre mi piel blanca. Ah, mi piel... Jamás me vi tan pálida en mi vida.

Repito, ahora que lo menciono, que fue una clausura en el sentido estricto de la palabra. Literalmente, fue un encierro. De ahí el tono pálido de cadáver y los labios y las ojeras moradas. Me mantenían bajo llave en una especie de cuarto bastante similar a un calabozo de la Edad Media, con una pequeña abertura en la pared de piedra que simulaba ser ventana; y no, no daba al mundo exterior, por si se lo están pensando. Hubiera tenido al menos algo que agradecerle a Dios si hubiera podido apreciar un rayito de sol los días soleados, o que la lluvia me mojara el rostro los días de tormenta. Nada de eso; estaba encerrada en un subsuelo. Podía respirar, sí, mas vivía en la más completa oscuridad. Estuve un mes bajo las sombras de una noche eterna, y tenía miedo de cuál sería mi reacción el día que tuviera que salir y la gigante bola amarilla del cielo me incinerara el cuerpo con su infinita luz (porque sí, cuesta muchísimo acostumbrarse a algo tan banal cuando se está tan lejos de él por un largo tiempo).

Si es que lograba salir.

Si es que no me moría antes.

Además de todo esto que me sucedía, yo empezaba a darme a la idea de que iba a tener que afrontar a la muerte. De alguna manera debía hacer un pacto conmigo misma, pedirme perdón por todo, antes de partir de este mundo. En mi subconsciente estaba totalmente segura de que mi momento llegaría pronto. Tenía los mismos sueños, los mismos pensamientos que tienen los presos que están a pocas horas de morir por la inyección letal. Me imaginaba cómo sería morir, si acaso iría al Cielo, o si ya no estaba invitada allí. Me imaginaba a mis padres y a mis parientes, si llorarían por mí, o si por el contrario, no me guardarían ningún luto por haber sido la deshonra de la familia.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora