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Viola

¿Solucionar el asunto? ¿Alguna vez he dicho que este asunto tuviese solución? Yo creo que no.

Con la mano trémula intento llevar la taza de té a mi boca, pero termino vertiendo la mitad del líquido en mi camisa. Resoplo y maniáticamente comienzo a limpiar el desastre. -¿Se encuentra bien, Su Alteza? –La mucama que estaba esperando a que terminara el desayuno, tranquila y recta en su puesto cerca de la mesa, se apresura a socorrerme con más servilletas-. ¿Le traigo una toalla?

-Sí, por favor. Gracias.

La ansiedad y el nerviosismo no cesan y me obligan a contestarle a la pobre mujer en un tono rígido y amargo. En un intento por manejar la situación, intento respirar profundamente, ambas palmas de las manos apretando mis sienes. Desde que tuve esa visión en donde presentí lo que sucedería en la fiesta, no pude nunca controlar mis emociones. Recuerdo que la visión había venido con gritos de dolor; había sido algo tan potente que me caí al suelo de rodillas y me llevé unos buenos moretones ahí y en las costillas, pues luego aparecí en el suelo recostada con todos a mi lado estupefactos.

El momento llegó. De eso no hay duda.

La Profecía está en camino.

-Su Alteza –me llama la mucama, y me tiende una toalla blanca impecable que no tardo en llevar a mi camisa.

-Muchas gracias. Puede retirarse.

-Pero... ¿se encuentra usted bien? –Debe notar la crisis nerviosa por la que estoy pasando, y todos en la mansión bien saben cómo me pongo cuando tengo visiones, porque me lo pregunta en susurros y con ese tonito con que se le hablan a los locos del manicomio que yo tanto aborrezco.

-Sí, todo está bien. Ah, por favor, ábrale la puerta al príncipe. Se le han olvidado las llaves.

-Nadie tocó, Su Alteza.

Levanto un dedo y espero a que el ruido del timbre retumbe en todos los cuartos de la planta baja. Después de un minuto, mi sobrino toca tres veces. Está sumamente alterado.

-Como siempre, nunca falla –sonríe, y le dedico mi mejor sonrisa triunfal, que desaparece prontamente por la expresión decepcionante de antes.

Así es. Lamentablemente, nunca fallo.

Damián prácticamente entra corriendo a la cocina. Pudo haberse vestido mejor: sólo llevaba una camisa un poco mojada por el sudor, unos jeans planchados a medias y unas Converse negras. Se para frente a mí y se limpia la cara con la mano. Está pálido, hasta diría que violeta, con unas ojeras que le llegan hasta la mitad de la nariz.

-Tía... Yo... -No puede pronunciar palabra, su respiración es demasiado dificultosa. Su pecho sube y baja con vehemencia-. Yo...

-Lo sé, cariño. Lo sé –digo cariñosamente, aunque con cierto dolor en la voz. Me acerco para abrazarlo. Nos miramos a los ojos: sabemos muy bien lo que nos depara el porvenir.

-La encontré, tía... Ayer...

-Lo sé –musito todavía rodeándole con los brazos.

-Y creo que me gustó –admite sin siquiera creer en lo que está diciendo. Todo este contexto lo vuelve loco, y es totalmente entendible que así sea. Todos lo están.

Luz y Oscuridad [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora