15
La luz de mediodía chocaba contra las sábanas blancas que cubrían mi regazo e iluminaba el resto de la habitación.
Dejando a un lado el libro de páginas amarillas que antes se encontraba entre mis manos, dirigí mi mirada hacia la ventana. Observé con detenimiento por unos cuántos segundos a uno de los caballos del establo a través de dicha ventana, Según yo aquella era mi yegua, una yegua de un color negro brillante precioso que mis padres habían comprado en cuanto nací, para "homenajear" mi nacimiento o algo así.
-Me parece irónico que mis padres siendo tan atléticos, adoradores de la equitación y de cualquier deporte, hayan tenido la mala suerte de tener una hija inútil y enferma que jamás sale de casa-pensé para mis adentros.
Desde que fui diagnosticada con mi enfermedad del corazón, mi madre no dudó ni un segundo y me encerró, para no "exponerme a emociones fuertes o accidentes que pusieran en riesgo mi vida" según ella.
Y no he salido desde entonces...
Sé tejer, leer, escribir, pintar, dibujar, hacer operaciones matemáticas, tengo clases particulares de todo y puedo hacer de todo, todo aquello que no conlleve pararme de una maldita silla, hacer esfuerzo físico o salir de mi casa.
Suspiré.
Me levanté de mi asiento y salí con dirección hacia el establo, solía visitar seguido ese lugar para ver a los caballos e imaginarme montando uno igual que mis padres.
Como siempre, había paz en casa, tanta paz que hasta parece ser un lugar desértico. Saludé a todas las personas que laboran en este lugar, sabía el nombre de cada una de ellas... el jardinero, las cocineras, el que viene a encerar los pisos cada quince días, digo, paso tanto tiempo con ellos que lo menos que puedo hacer es saberme sus nombres.
Pero mi favorito era Sebástian; un hombre de no tan avanzada edad que se dedicaba a cuidar a los caballos en ausencia de mis padres. Él era, prácticamente lo más cercano que tenía a un amigo que he tenido en mis quince años de vida.
Él se encontraba cepillando a Asia, mi yegua antes mencionada que dejo que él monte, ya que yo nunca lo hago...
-¡Sebástian!-grité para saludarlo, extendiendo ambas manos para que el notara mi presencia.
-¡Pequeña Lana! Que bueno que llegas, ven rápido-contestó de inmediato, haciendo señas en modo de acercamiento.
Cuando llegué a donde él estaba, noté la presencia de alguien a un lado suyo.
-Él es mi hijo, Mariano, y va a venir cada fin de semana a partir de hoy ayudarme en el establo, pensé que podían ser amigos...-dijo sosteniendo al muchacho por los hombros.
En cuanto lo observé con detenimiento quedé completamente pasmada, no sé que fue, pero algo tenía Mariano, en esos ojos, que de tan solo mirarme provocó un click extraño en mi interior.
Extendió la mano en forma de saludo y yo correspondí sonriendo nerviosa.
Mariano era de estatura promedio, una o media cabeza más alto que yo quizá, su cabello era negro azabache y lo llevaba tan solo un poco más arriba de los hombros, este resaltaba con intensidad su piel acaramelada junto con su par de ojos color olivo, acompañados por pestañas gruesas.
Él era muy diferente a mi, mis facciones eran tan finas que para mi en ocasiones, cuando me miraba frente al espejo, parecían casi inexistentes.
Me dedicó una sonrisa y yo enrojecí cual jitomate.
-Mucho gusto- logré decir apenas.
* * *
16
Mi vida había cambiado completamente desde que conocí a Mariano. Un año he esperado cada semana con ansias a que llegue el fin de esta, para verlo de nuevo.
Él me enseñó todo aquello que desconocía de mundo, me enseñó a montar, a andar en bicicleta, a reír, incluso a querer...
Había perdido la cuenta ya de el número de veces que me había escapado con él a la ciudad cercana, pero esta vez iba a ser la decisiva, la inolvidable.
Aprovechando que mis padres se habían ido del continente por unos "demasiados" días, Mariano y yo planeamos ir a un pueblo cercano que según el dijo, es bastante bonito, durante todo el fin de semana.
Estaba enamorada de Mariano, profunda, loca y totalmente. Tanto que me olvido de mi maldito nombre.
Mis padres no sabían nada de lo que había entre nosotros. Había decidido no contarles cuando me di cuenta de que a mi madre le aterraba la sola idea de que un hombre de veinte que aparte era hijo de un empleado fuera amigo mío.
No quería separarme de él, de ninguna manera.
* * *
Jamás describiría una mañana más catastrófica que esa misma.
La mañana de mi cumpleaños diecisiete.
Mariano y yo, medio despiertos, cubiertos por las sábanas blancas de la cama de mi habitación.
El sonido de la puerta abriéndose.
Mi madre encontrándonos...
Lo demás fue puro drama y caos. Todo aquello que conocía y con lo que viví fue pisoteado por quién me dió la vida, en minutos.
Mi madre tuvo la satisfacción de poder demandar a Mariano por estupro, y lo hizo en cuanto pudo, y nisiquiera pude hacer nada para impedirlo.
Lo encerró tras unos barrotes y lo único que yo pude hacer fue observar, y llorar.
Todo había pasado tan rápido y había perdido tanto...
* * *
20
Para este entonces yo ya tenía veinte, al fin me habían hecho el trasplante de corazón y ya tenía edad suficiente para casarme, según mi madre.
Yo lo único que quería era estar con Mariano...
Le propuse un trato justo a mi madre, por el bien de la única persona que había amado de verdad en toda mi vida.
Me casaría con quién ella quisiera, cuando y donde quisiera, bajo las condiciones que ella pusiera a cambio de que dejara en paz para siempre a Mariano, que le permitiera salir, y rehacer su vida...
Ella claro aceptó, y fue ahí cuando me casaron con Jackson Stone, con el cuento de que yo estaba enamoradísima de el. Mi vida a partir de ahí a sido una total mentira, mentira tras mentira, vivir fingiendo, y montando el teatro de la esposita feliz.
Al menos una vez al mes lloro, lloro cuando Jack está ausente preguntándome qué será de Mariano, y si en algún punto de la vida, por destino o casualidad, podré cruzarme con él y sus ojos color olivo una vez más...