Narra Astrid:
No podía apartar la mirada que ese chico me dedico por un minuto de mi mente. "Yo te vi". Su voz me resultaba familiar, y su cara también, pero no conseguía recordar por que. Y luego estaba lo que dijo Adela, eso de que estamos todos locos. No parecía que lo dijera del todo segura, o al menos no por Matt. Ese debía ser su nombre.
Durante el resto del día, no me separé de la ventana. Necesitaba tener un contacto, aunque fuera mínimo, con el exterior.
Cuando pasó toda la mañana, la puerta donde estábamos se abrió y entró un hombre grande, vestido con uniforme de guardia, como los que me habían traído aquí. Alto, fuerte, con el pelo negro corto al estilo militar y... bueno, las facciones de la cara se parecían a las de un mono.
–Muy bien, escoria. Al comedor.– Dijo y todos le siguieron.
–Disculpe, ¿por que les llama escoria?– Le pregunté cuando me acerqué a él.
–Por que no se enteran de nada. Son desechos sociales. Y tú también.
–Yo no estoy loca.– Dije cruzándome de brazos.
–¿Te pones digna?– Dijo amenazante.
–No.– Dijo alguien agarrándome de los hombros y al girarme vi que era Matt.– No pasa nada. Nos vamos, nos vamos.
–Mas te vale, guapito de cara...
Matt siguió agarrándome de los hombros mientras salíamos de allí, pero yo me libre de él en cuanto el guardia nos perdió de vista.
–¿Pero tu de que vas, chaval?– Dije mirándole de frente.– ¿Primero te enfadas sin motivo conmigo y ahora me ayudas con el gorila ese?
–El gorila ese se llama Jeff. Y si le provocas acabarás muy mal. Te lo digo por experiencia.– Dijo y siguió caminando.
–¿Pero por que me ayudas?
Matt miró a ambos lados y después me apartó un poco del grupo que iba hacia no sé dónde.
–Te llamas Astrid y eres guardiana de los sueños.
Al principio me faltó el aire y los ojos casi se me salieron de las cuencas.
–¿¡Cómo sabes tú eso!?– Dije en un suspiro.
–Es largo de explicar...
–Me da igual. Sabes que soy una guardiana. ¿¡Por que!?
–Eh, vosotros dos.– Dijo Jeff.– Moveos u os moveré yo.
Matt me dio un golpe en el hombro y seguimos a los demás. Resulta que era al comedor a donde íbamos. Matt me dijo que si quería saber toda la historia, que me sentara con él.
–Ya me estás contando cómo sabes quién soy.– Dije cuando nos trajeron la comida.
–Mira, yo creí que cuando cumpliera diez años todo esto se acabaría. Pero no. Seguí viéndoos, y sigo pudiendo veros.
–¿Pero como es eso posible? Los Duendes Mensajeros no cometen errores. Cuando los niños celebran sus fiestas de cumpleaños a los diez los Duendes les visitan y...
–Igual ahí está el problema.– Dijo algo indignado.– Yo nunca tuve fiestas de cumpleaños.
–¿Nunca?
–Por tener no tuve ni padres.– Dijo y se calló por un momento.– Mi madre me abandonó cuando nací.
–Lo-lo siento, yo...
–No, no lo sientas por eso. ¡Estoy aquí metido por vuestra culpa! Siente eso mejor.
–¿Perdona? ¿Cómo vamos a tener la culpa de que tú estés...?
Antes de que pudiera terminar la frase dio un golpe en la mesa con ambas manos y se hizo el silencio en todo el comedor.
–No se por que me siento contigo...
–Por que soy el único que te cree. Y por que ninguno de los dos estamos locos.
No dije nada. Pasé mis manos por la cara y la apoyé en ellas, tras apoyar los brazos en la mesa. ¿Cómo me había metido yo en semejante lío?
A los dos minutos, una enfermera pasó y nos dejó un par de pastilla. Levanté la vista y vi como Matt se la tomaba.–¿Qué haces?– Le dije.
–Tomarme la pastilla. Me ayuda a calmarme.
–Pues o no te tomas suficientes o no te hace efecto.
–Llevo aquí desde que cumplí los 18. Sé lo que hago.–Hizo una pausa.– Tomate la pastilla de una vez.
–Ni de broma. No hacen más que drogaros con eso.
–Solo llevas aquí un día.
–Suficiente para saber que me quiero largar cuanto antes.– Dije levantándome.
–¿A dónde vas?
–¡Lejos de ti, y de todo!
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La ultima guerrera de la luna
FantasíaSi creíste que el amor, el equilibrio, la justicia, la bondad, los sueños y la inteligencia eran cosa que nadie decidía, estabas equivocad@. Los guardianes nos ocupamos de inculcaros esos valores hasta los diez años, a partir de ahí es cosa vuestra...