Narra Astrid:
Al volver a la sala común, estaba más nerviosa de lo que habría recordado nunca. Si algo salía mal aquella vez, nos meteríamos en un lío tremendo. Pero le había prometido a Matt que esa tarde saldríamos de allí, no solo por mi, si no por él. Llevaba allí demasiado tiempo, se merecía una vida mejor.
A cada minuto que pasábamos allí dentro se me hacían eternos, hasta que Matt decidió pasar a la acción. Se levantó del sofá donde estaba y se acercó al resto.
–Hey, ¿a dónde vas?– Le dije.
–Ven, no te alejes mucho de mi.
–Pero dime al menos que...
–¿Ves a esos tíos?– Me dijo señalando a un grupo que parecían bastante nervioso.– Si gritas un poco, se pondrán como locos. Mejor imposible.
–¿Seguro que lo has pensado bien?
–Aquí no hace falta pensar.– Dijo dándose un par de golpecitos en la sien.
Matt se acercó al grupo con expectación de todos y después gritó todo lo fuerte que pudo. El grupo también gritó y a los pocos segundos toda la habitación se puso a gritar y después comenzaron a pelearse. Tuve que echarme unos pasos para atrás para no meterme en problemas.
Vi a Matt en el suelo pegando patadas y puñetazos al aire mientras se retorcía. No parecía parte de su plan.
La puerta se abrió de golpe y entraron un montón de guardias, entre ellos Jeff, que fue directo a por Matt, quien le pegó en la cara con el puño derecho. Aprovechando el despiste de aquellos segundos se acercó a su cinturón para quitarle la tarjeta. Entonces corrí hasta él y al darle la mano, sentí como la tarjeta pasaba de su mano a la mía, después me guiñó un ojo y sonrió.
–¡Se acabaron las tonterías!– Gritó Jeff. Agarró a Matt de ambos brazos y lo sacó de allí a rastras mientras sus compañeros se ocupaban del resto.
–¡Matt!– Grité y corrí para ayudarle pero uno de los enfermeros me detuvo.
–¿A dónde crees que vas?
–¡Da igual!– Me gritó Matt mientras se resistía con todas sus fuerzas.– ¡Solo importas tú! ¡Sabes lo que tienes que hacer!
No sabía cómo reaccionar a aquello. Lo primero que hice fue esconder la tarjeta en uno de los bolsillos mientras todo se calmaba. No podía creer que se hubieran llevado solo a Matt. ¡Era de locos!
–¡Ahí está!– Dijo otro enfermero señalándome.– Es ella, traedla.
Un par de enfermeros corrieron hacia mi y me agarraron de los hombros y me sacaron de allí. Ni siquiera me resistí, sabía que podía ser mucho peor.
Me llevaron casi en volandas a toda velocidad. Para cuando me quise dar cuenta, me habían sentado en la mesa de los "interrogatorios" con Adela, solo que esta vez, me ataron las muñecas a unas correas que salían del centro de la mesa para que no intentará nada.
–¡Se puede saber en que pensabas!– Gritó Adela entrando.
–No he hecho nada.
–¿A no? ¡Entonces explícame qué hacía Matt peleándose con todo el mundo!
–Tú sabrás, ¿no le conocías tanto?
–Astrid, esto es serio. Alguien podría haber salido herido.
–Conozco a esta gente. Nunca dejaría que les pasará nada.
–Tu que vas a conocer...
–¡Claro que los conozco! Y sobre todo te conozco a ti.
–Mentira.
–¿Seguro? Adela Monroe, viuda de Álex Brown, quien tuvo un accidente de coche hace tres años. Con 28 tuviste a tu hija, Lizzy, que sueña con ser bailarina pero, claro, ¿tú qué vas a saber? si nunca has ido a ver ninguna de sus actuaciones, no como yo que la he visto siempre. Pero sobre todo sé tu secreto. Algo que nunca le contaste a nadie. ¡Sé que tuviste...!
–¡¡Cállate!!– Gritó levantándose de golpe.– No... no sé cómo conoces a mi hija, ni como conocías a mi marido, pero...
–¡Conozco a tu hija por que soy su guardiana!
–¡Me da igual!– Se acercó a mí un poco más.– No te acerques a mi hija.– Dijo y después se acercó a la puerta.– ¡Sacadla de aquí!
Un par de guardias me llevaron a mi cuarto, pero lo que Adela no sabía era que aquella era la última vez que me encerraban en aquella celda.
Narra Adela:
Todo lo que había pasado hoy había sido una locura. Todo lo que había visto y lo que Astrid me había dicho... Era demasiado. Necesitaba irme a casa.
Caminé por las calles de Londres sin querer pensar en nada. Seguía sin parar de llover.
Cuando llegué a casa, dejé todas mis cosas a un lado, me quité las gafas para frotarme los ojos un momento y después fui a buscar a mi niña cómo si no hubiera pasado nada.
–¡Lizzy! ¡Ya he llegado!
–¡Estoy en el salón!
Caminé hasta el salón donde vi a Lizzy sentada junto a la ventana observando como llovía.
–¿Pero qué haces ahí, mi vida?
–Estoy viendo a mis guardianes.
–¿A tus... qué?
–Mis guardianes. ¿No los ves?– Dijo señalando el exterior.
–No, yo no veo nada.
–Pues están ahí.– Me miró con una sonrisa y después miró a la ventana de nuevo.
Me senté junto a ella y miré a través de la ventana en el momento en que cayó un trueno.
–Miles está preocupado.– Dijo de repente.
–¿Quién?
–Miles. Es el novio de Astrid, mi guardiana de los sueños. Hace mucho que no la veo y sus amigos dicen que tiene problemas.– Dijo más triste.
El aire comenzó a faltarme cuando Lizzy dijo aquello. Era de lo que Astrid llevaba hablándome desde hace semanas.
Volví a mirar a la ventana y entonces Lizzy empezó a pasar el dedo por el cristal creando la palabra "ayudala".
–¿Por qué has escrito eso?– Le pregunté algo preocupada.
–No sé. Miles me ha dicho que era un juego.
Cuando volví a mirar a la palabra vi como se escribía una exclamación al final de ella, y está vez, no había sido Lizzy. Me levanté de golpe, asustada por lo que acababa de ver, pero sobre todo por el hecho de que todo lo que me había contado Astrid era verdad...
–¿Mamá, te pasa algo?
–No, no, cariño pero... ten-tengo que irme.– Dije saliendo del salón.– ¡No tardaré, te lo prometo!
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La ultima guerrera de la luna
FantastikSi creíste que el amor, el equilibrio, la justicia, la bondad, los sueños y la inteligencia eran cosa que nadie decidía, estabas equivocad@. Los guardianes nos ocupamos de inculcaros esos valores hasta los diez años, a partir de ahí es cosa vuestra...