Narra Astrid:
Cuando me desperté, abrí los ojos perezosa y vi que el sol todavía no había salido. Entonces sonreí y me levanté rápidamente de la cama para acercarme a la ventana. Me encantan los amaneceres, me encanta ser la primera en ver el sol, sus colores, su calor...
Cuando el sol asomó tras el Big Ben y me iluminó la cara, recordé a Miles. Recordé a mi niño sonriéndome arrodillado mientras me daba el anillo en nuestro aniversario. Mi dulce rubito de ojos verdes.
Recordar a Miles me hizo pensar en el simple hecho de estar en este lado de la realidad no me impedía entrenar, a mi manera. Me eché dos pasos hacia atrás, pegué un salto, me agarré a la barra de las cortinas y empecé a hacer dominadas.
El tiempo se me pasó volando haciendo ejercicio. Ni siquiera escuché como la puerta se abría y Ryan entraba con el desayuno hasta que miré hacia atrás y le vi con la boca abierta.
–¿Qué?
–¿Qué haces?
–Ejercicio.– Me bajé.– Me gusta estar en forma.
–Eh... muy bien.– Dejó la bandeja en el escritorio.– Adela vendrá luego a buscarte, ¿vale?
–Muy bien. Gracias Ryan.– Dije y se marchó.
Lo primero que hice fue beberme el zumo. Con la pastilla hice lo mismo que en la cena y después desayuné tranquila. Después me vestí y me tumbe en la cama a esperar a Adela, la cual llegó a la media hora.
–Buenos días, Astrid. ¿Nos vamos?
–Por supuesto.
Adela me llevó a la sala del otro día. Por el camino, vi como sacaban a Matt de su cuarto y le llevaban a la sala común. Parecía estar o muy cansado o muy drogado. Pero Adela no me dejó pararme a hablar con él.
–¿Qué le habéis dado a Matt?– Le pregunté cuando llegamos a la sala.
–Oh, un medicamento nuevo. Puede ayudarle.
–¿Para dejar de ver fantasmas?– Añadí al sentarme.
–Tenemos esperanzas.
–Ya... ¿cuantos medicamentos a probado?
–Pues no se.
–No lo sabes...– Me incliné hacia delante apoyándome en la mesa.
–No estamos aquí para hablar de él.– Apartó la mirada.
–Vamos, sabes que lo estás deseando.
–No.– Dijo tajante.– Deberías preocuparte más por arreglar tu cabeza y no por arreglar la suya.
–Madre mía...
–Además, ¿por que tanto interés por él? ¿Te gusta?
–¿Y a ti? Por que no eres capaz ni de pronunciar su nombre.
–¿Pero que dices?
–Enamorarte de un paciente es una negligencia médica.
–¡Basta ya!– Levantó la voz.– Vamos a empezar con tus pruebas.
–¿Qué pruebas?– Dije y puso unos papeles y unos lápices encima de la mesa.– Quiero que cierres los ojos, te concentres en... la realidad y la dibujes.
–¿Cómo una niña pequeña?
–Tu dibuja.
Cogí los lápices y los papeles y me puse a dibujar. Adela no dejaba de mirarme y cuando terminé, giré el papel y se lo enseñé.
–¿Qué es eso?
–¿Eso?– Dije un poco ofendida.– Eso, es Alora. Mi hogar y mi realidad.
–No es lo que me esperaba.
–¿Y que esperabas que hiciera?
–No se... dibujar Londres o algo por el estilo.
–Ya, pero es que esa no es mi realidad.
–Astrid... Cuando miras por la ventana de tu cuarto, ¿que ves?
–Londres.
–Exacto. Esa es la realidad en la que vives. Eso es real. Pero esto...– Dijo cogiendo mi dibujo.– Esto no lo es.
–¡Si que lo es! Discordia me envió aquí por un portal. ¡Tanto Londres como Alora son reales!
–A veces me agotas...
–¿Quieres que dejé todo esto?
–¿Te refieres a curarte?
–Solo tienes que hacer una cosa: dejarme salir y volveré a casa.
–¿Otra vez con eso? la última vez que saliste a la calle intentaste agredir a unos policías.
–Solo escuchas la parte que te interesa...
–Astrid.– Dijo levantándose.– Abre los ojos. ¡Alora no existe!– Dijo rompiendo mi dibujo.
Adela se levantó y llamó a un par de enfermeras más para sacarme de allí.
–Que sepas que así no conseguiré "curarme".– Le dije parándome delante de ella.
–Encontrare el modo de ayudarte. Confía en mí.
–No necesito tu ayuda.– Dije mientras me sacaban de allí.– ¡Necesito que me saques de aquí de una vez!
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La ultima guerrera de la luna
FantasíaSi creíste que el amor, el equilibrio, la justicia, la bondad, los sueños y la inteligencia eran cosa que nadie decidía, estabas equivocad@. Los guardianes nos ocupamos de inculcaros esos valores hasta los diez años, a partir de ahí es cosa vuestra...