Capítulo 7

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El padre Collins entró sigilosamente a la parroquia, deteniéndose al ver una figura acuclillada frente a la cruz que parecía murmurar rápidamente un montón de palabras que no se comprendían.

Se acercó, mirando Stuart rezar desesperadamente, el rosario que tenía entre manos fuertemente apretado, como si casi quisiese enterrarlo bajo su piel.

- ¿Qué fue lo que hiciste? - El fraile se sobresaltó, poniéndose de pie rápidamente.

- P-p-padre Collins. - Se levantó, intentado calmarse, el anciano hombre mirándolo con el ceño fruncido.

- Parece que realmente hiciste algo que merece un castigo. - Stuart se tensó, causando una carcajada por parte del otro. - Mocoso, nada puede ser tan malo, ¿quieres contarme?

- No puedo.

- Bien, no soy un chismoso, pero el que quieras tener las cuentas del rosario en las venas no me agrada. - El joven asintió. - Vete a tu cuarto y descansa.

- Si padre.

El viejo sacerdote esperó que el fraile abandonara el lugar para luego pasar el dedo por una banca, suspirando al ver con sus ojillos grises el polvo que se estaba acumulando.

- Tendré que mandarlo a limpiar. - Farfulló, cruzando las manos en la espalda.

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Stuart se recostó en su camastro, buscando una salida para la tormenta interior que, sentía, estaba arrasando con él. Apretó los dientes, recordando el calor que Noodle irradiaba, sus ojos, sus labios, su sabor... Deseó poder pedirle un consejo al padre Collins, pero sabía que el hombre no sabría guiarlo como lo necesitaba o sus palabras no serían las más adecuadas para solucionar su debacle.

Se giró, mirando el techo, las manos sobre el estómago, decidiendo que simplemente era un momento de debilidad que, suponía, todos los sacerdotes tenían, algo que pronto olvidaría.

Convencido de esto, cerró los ojos, dispuesto a dormir.

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- ¡Espera!

- ¿Qué es lo que necesita? - Los ojos claros de la mujer se entrecerraron, intentando recordar al hombre delante de ella.

- Corderito, ¿tan pronto te olvidaste de mí? - Ella pareció confundida. - Soy Murdoc...Murdoc Niccals.

- ¡Ya lo recordé! - Exclamó sonriendo.

- Quería saber si ya te decidiste con las clases para mí.

- Claro, hablé con el padre Collins, pero él no parece muy convencido de la idea de que este sola con usted. - Murdoc gruñó, seguro de que el sacerdote sabía cuáles eran sus verdaderas intenciones con la monja.

- Yo conversaré con él, no pierdas cuidado, corderito.

- ¡Hermana Marie! - La agria voz de la hermana Agnes la llamó, la muchacha volteándose para mirar a la mujer mayor.

- Debo irme, señor Niccals, fue un placer hablar con usted. - Se despidió, entrando a la casa parroquial.

Murdoc no despegó la vista de ella hasta que desapareció, su mirada cambiando a una depredadora, afirmando para sí mismo que esa mujer sería suya.

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Después de debatirse entre no ir e ir a la clase de Noodle, Stuart eligió la última opción, inclinándose por asistir vestido con su hábito como una especie de escudo protector para evitar caer en la tentación.

No se equivocó, la clase fue sobre la marcha hasta que él tuvo que bailar con ella, sus pies moviéndose torpemente y pisándola un par de veces, logrando que los niños se rieran del pobre fraile, la maestra regañándolos, un dejo de furia en su apacible y dulce carácter.

- Padre Pot. - Llamó, los niños correteando fuera, disfrutando de su recreo.

- D-d-dígame, se-señorita Noodle.

- Podría verme de frente. - El hombre se sonrojó, levantando la vista temeroso, encontrándose con los ojos verdes de ella. - Si esta nervioso por lo que pasó ayer, no debe estarlo.

- Yo... yo siento que le falté el respeto, señorita...

- No hizo tal, nos dejamos llevar y, como usted dijo ayer, jamás volverá a pasar. - El labio inferior de él tembló ligeramente ante las palabras de Noodle. - Además, ya le dije que quiero ser su amiga y los amigos a veces hacen tonterías.

- C-c-creo que t-ti-tiene razón.

- También me gustaría poder llamarlo por su nombre de pila.

- A mí también me gustaría eso.

- Entonces, Stuart, todo está bien entre nosotros. - Ella no vio como un escalofrío recorría al sacerdote de pies a cabeza, el sonido de las letras que formaban su nombre saliendo de los labios de ella paralizándolo levemente.

- S-sí, Noodle.

Esa noche, el joven sacerdote no supo porque sentía como si su corazón doliese, atribuyéndose a la mala cocina de la hermana Alessandra.

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Los ojos negros del hermano Pot miraron con sorpresa la pancarta que anunciaba la gran inauguración del cine teatro del pueblo, un cartel con un dibujo aterrador mostrándose como el primer estreno. Leyó el título de la película, "El gabinete del Doctor Caligari", emocionándose pues el hermano Percival le había comentado algo sobre ese filme antes de abandonar el convento.

Se giró, chocando de frente con Noodle, sosteniéndola para evitar que cayese al suelo.

- Se...Noodle, ¿está bien?

- Gracias a usted, sí. - Respondió, plantando firmemente los pies en el suelo, alejándose del fraile. - ¿Viendo los estrenos? - Él asintió, la incomodidad de estar cerca de ella esfumándose repentinamente. - El gabinete del doctor Caligari, ¿planea ir a verla?

- Así es, me gusta el terror y tengo información de que es muy buena.

- Si usted lo dice, creo que también iré a verla, tal vez podamos sentarnos juntos. - Susurró ella para luego agregar. - Me encontré con el padre Collins y me comentó que usted pronto empezará con las clases de catequesis.

- El domingo después de misa. - Ella lo miró detenidamente. - ¿Le gustaría ayudarme a planear la clase?

- Será con niños de mi escuela, así que será un placer ayudarlo e incluso poder estar allí para evitar que ellos le hagan cualquier comentario de mal gusto o broma.

- Usted es muy amable. - Stuart se convenció de que el beso que le había dado quedó como un mal sueño, pues ella actuaba tan natural con él como era posible.

- ¿Con qué iniciará?

- Podría ser con la llamada de Jesús a los niños o el Cantar de los Cantares.

- ¿El Cantar de los Cantares? - Preguntó confundida.

- ¿No lo conoce? - Ella negó, provocando que él sonriera. - Le podría decir ahora de que se trata, pero creo que es mejor que usted misma lo lea.

- ¿Cuándo?

- ¿Le parece que mañana nos reunamos a eso del mediodía en el estanque Mitchell?

- Claro.

- Entonces mañana le explicaré el libro mientras lo leemos.

Ella hizo un movimiento de cabeza, aceptando la propuesta, despidiéndose del sacerdote, quien se marchó hasta la iglesia, recordando la mirada de Noodle, resolviendo que en verdad quería ser su amigo.

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