Capítulo 37

3.6K 272 7
                                    

- Lo siento, pero ya es demasiado tarde. – Murmuró el doctor, Noodle tratando de sostener a la madre de uno de sus estudiantes favoritos, Tom, quien se había desmayado ante las palabras del médico.

- ¿Está seguro? – Preguntó la maestra, el hombre asistiendo con pesar.

- Fue algo fulminante, sin respuesta, señorita.

- Mi hijo estaba bien anoche y hoy... hoy está...

- Señora Jenkins, tiene que ser fuerte. – Intentó consolar la maestra, aguantando sus propias lágrimas, mirando el cuerpecito sin vida del pequeño Tom.

- ¿Por qué? ¿Por qué mi niño? – Quiso abrazarla para darle su apoyo, sin embargo, no estaba segura de poder controlarse a sí misma, así que acompañó al doctor hasta la puerta de la humilde casa.

- Usted también vaya a su hogar, maestra, ya no se puede hacer nada más y es mejor dejar a los padres con su dolor, por mi parte avisaré a la funeraria y al padre Collins para que venga a rezar por el alma de Tomas.

- Tiene razón, gracias, doctor.

- No hay de qué.

Lo miró alejarse, decidiendo seguir su consejo, entrando para despedirse de la familia de su pequeño alumno.

______________________

Stuart caminaba con la mirada gacha, las manos en los bolsillos, contando los pocos días que le quedaban en su pueblo natal, intentando memorizar hasta la última piedra bajo sus zapatos para jamás olvidar su tierra.

Tan concentrado estaba que no vio a la persona frente a él, chocando con ella.

Reaccionó al sentir un calor familiar, levantando la vista para ver un par de ojos verdes llenarse de lágrimas.

- ¿S-s-señorita Noodle? – Ella perdió la compostura que había procurado mantener hasta llegar a su casa, aferrando sus delgados brazos a la cintura del hombre. - ¿Qué pasa? – Preguntó al sentir su camisa mojada.

- Stu. – Gimió, él asustándose al no entender que le sucedía.

- Vamos a su casa, este no es el lugar para llorar. – Ella asintió, Stuart rodeándole los hombros con un brazo, reconfortándola sin saber que le ocurría a la mujer.

Se esforzó por no ser visto por nadie, llevándola lo más rápido posible hasta su casa, abriendo la puerta para dejarla dentro sola. Los brazos nuevamente aferrados a su torso evitaron su huida, el delicado rostro femenino escondido en su pecho, su llanto adquiriendo fuerza.

- No me dejes, por favor. – Suplicó con voz gangosa por las lágrimas.

- Dígame, ¿Qué le sucede?

- Murió. – Contestó con un hipido.

- ¿Quién? – Volvió a preguntar sintiéndose asustado.

- Tom, mi Tom. – Gimió con dolor, los largos brazos correspondiendo al fin el abrazo de Noodle.

- ¿Ese niño murió? – Ella asintió, respirando con dificultad, apretando entre sus dedos la camisa del hombre. - ¿Cuándo?

- No lo sé, la madre me avisó que estaba mal y fui a buscar al doctor, pero cuando llegamos ya no había nada que hacer.

- Hizo lo que pudo, señorita Noodle, usted no pudo detener lo que fuera que acabó con la vida de Tomas, así que no debe sentirse culpable. – Acarició su oscuro cabello, pidiendo a los cielos que ella se calmara.

Noodle lloró más, temblando ante la fría formalidad que él utilizó en sus palabras de consuelo, deseando poder apartarse y dejarlo ir, pero su corazón y su cuerpo se negaban a hacerlo, el aroma a caramelo atontando su cerebro.

- Debería ir a descansar.

- No. – Su voz sonó débil, Stuart obligándola a separarse para ver sus hinchados ojos verdes.

- No le hace bien llorar, se puede enfermar y... - Se vio interrumpido por la boca de ella contra la suya, Noodle besándolo como si fuera la primera vez que lo hacía, moviendo sus labios con nerviosismo, estremeciéndose ante la idea de que Stuart la dejara sola.

- No me dejes. – Dijo como antes de llegar a su casa.

- Seño...

- Soy tu Noodz, Toochi. – Susurró.

- ¿Qué quiere de mí?

- Acompáñame. – Le tomó la mano para ir a su cuarto, él dejándose guiar como un manso cordero.

Se recostó en su cama, invitándolo a imitarla, cosa que él hizo en modo automático, no muy seguro de sus movimientos, sus brazos moviéndose inconscientes, rodeándola para apretarla contra su cuerpo.

Recostó la cabeza en el hueco de su hombro, respirando contra su cuello, Stuart cerrando los ojos, imaginándose como sería su vida sin esto, sufriendo silenciosamente la dulce agonía que ella le regalaba, disfrutándola de modo masoquista.

- Si me duermo, cuando despierte ¿seguirás aquí? – Escuchó su voz, él queriendo grabarla para tenerla por siempre.

- Si lo desea, lo haré. – Noodle le acarició una mejilla, obligándolo a moverse para verlo a los ojos.

- Tutéame, Stuart. – Pidió, los ojos negros mirándola fijamente.

- Señorita, yo...

- Por favor. – Lo beso de nuevo, sintiendo como se volvía más agresivo, ella disfrutando de su pasión encendiéndose.

- ¿Por qué? – Quiso decirle que lo amaba, pero se contuvo, primero terminaría su compromiso y después se entregaría en cuerpo y alma a su verdadero amor, sin importarle Litchfield ni sus amenazas ni ninguna otra cosa.

- Por favor. – Repitió sin darle explicación lógica, Stuart cediendo a sus deseos.

- Noodz, descansa. – Ella negó, apoyando su frente contra la de él.

- Si lo hago, sé que no estarás aquí a mi lado cuando abra los ojos nuevamente.

- Haz la prueba y veras como te equivocas.

- Stu, no te quiero perder, no quiero que te vayas como Tom. – Lo abrazó, el hombre perdiéndose en su suave perfume, deseando que toda su vida fuese así.

- Duerme, después podremos hablar de lo que quieras, y lo de perderme, tú sabes... - Volvió a interrumpirlo su boca fastidiosa, esta vez él correspondiendo feliz, dejando que sus temores se fuesen al ritmo de sus labios.

Se separaron, Noodle relajando su cuerpo para conciliar el sueño, entrelazando antes los dedos de una mano con los largos y delgados dedos del exfraile, impidiéndole el escape.

Stuart exhaló un suspiro, siguiendo el ejemplo de la maestra, dispuesto a gozar de ese instante de paz entre los dos, aunque el recuerdo de sus besos y su aroma lo desangrase por dentro cuando se fuese definitivamente.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora