Capítulo 41

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- Estás aquí. – Murmuró Noodle, tomando el rostro de Stuart entre sus manos temblorosas.

- Al final yo no pude irme. – Tiró del largo cuerpo del hombre dentro de su casa, él dejándose guiar con gusto.

Se sentó en el sofá de la sala, Noodle dejándose caer sobre él, los largos brazos abrazándola con fuerza.

Besó su cabello, la mujer aferrándose a su cuello, disfrutando de sus caricias.

- Te amo. – Los oscuros se abrieron con sorpresa. – Sé que crees que es por... - Fue callada con un beso, Stuart moviendo sus labios con pasión, Noodle abriendo la boca para profundizar.

- También te amo. – Soplo contra su piel caliente. – Te amo, Noodz.

Llevó una mano a su mejilla, Noodle sonriendo, la otra desabrochando su blusa, quitándola junto con el corpiño, mirando sus suaves pechos, sacando la lengua antes de besarla nuevamente, quitándole la falda con rapidez, el deseo corriendo por sus venas.

La levantó para sentarla sobre sus muslos con las piernas abiertas, gruñendo cuando las manos pequeñas abrieron su pantalón y su camisa, su boca rodando por el cuello femenino, los dedos largos buscando su entrada para empaparse de su tibia humedad.

- No. – Stuart se paralizó, Noodle bajándose de su lugar para ponerse de rodillas ante él, su boca quedando a pocos centímetros de su dureza desnuda.

- ¿Qué harás? – Jadeó cuando sopló sobre su carne caliente, la pequeña lengua saliendo de su escondite para lamer.

Temerosa de estar haciendo algo mal, la maestra levantó su vista, el rostro del exfraile transformado por una mezcla de placer y sorpresa que la deleitó, decidiendo llevarlo por completo dentro de su boca, moviéndose con suavidad hasta que él la tomó con delicadamente del pelo, tratando de llegar más profundo, sus caderas siguiendo su ritmo hasta que su orgasmo llegó de golpe, llenándola del sabor de su amor.

- ¿Dónde aprendiste eso? – Noodle solo lo miró inocente, lamiéndose los labios.

- Siempre quise hacerlo contigo. – Se acomodó en su lugar nuevamente, rozando la punta de la aún dura erección de Stuart con su entrada, empapándola con su humedad antes de deslizarla en su interior, conteniendo la respiración mientras lo abrazaba enterrando las uñas en su espalda. – Dime que estarás aquí cuando despierte. – Pidió, las manos masculinas tomándola de las caderas para moverla a su antojo.

- Siempre...siempre estaré aquí...a tu lado, amor. – Jadeó mientras ella cabalgaba su cuerpo con los ojos apretados.

- Toochi. – Susurró, él mordiéndole el cuello para reclamarla como suya, ella arqueándose antes de estremecerse y estrecharlo en su interior, Stuart siguiéndola, llenándola con su semilla caliente.

Temblando, se besaron con ternura, desprovistos del deseo desesperado que los había cegado momentos antes, Stuart saliendo de ella para recostarla en el sofá para volverse a entregar a su amor.

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Russel agarró de un brazo a la joven cocinera de la taberna, odiando el vestido de novia que llevaba puesto, observando sus ojos oscuros con algo de furia, molesto ante la idea de la boda de ella.

- Señor alcalde, me lastima.

- Más me lastimas tú con tus intenciones de casarte, Paula. – Ella lo vio sorprendida, pues él jamás le había hablado así.

- En veinte minutos comienza mi ceremonia de matrimonio y no tengo intención de que la eché a perder, señor Hobbs.

- Te amo. – Soltó, observando como su rostro se transformaba hacia un gesto de molestia.

- ¿No cree que es demasiado tarde?

- No, no Paula, te amo y quiero que huyamos juntos, yo sé que tú no lo amas, no quieres a Kipling y esto es solo para vengarte de mí.

- No sea ridículo, señor, porque eso de amarlo es historia pasada, yo amo a mi prometido y deseo casarme con él.

- ¿Qué te ofreció? ¿Dinero? ¿Joyas? Puedo darte eso y más. – Ofreció, Paula sonrojándose por la absurda propuesta. – Dime cuál es el precio de tu amor y lo pago.

- Usted ya tuvo una mujer y tiene hijas, yo solo soy una perdida ¿no es así? Por eso quiere comprarme.

- Te lo suplico. – Se arrodilló, Paula negando.

- Lo siento, ya es tarde. – Alguien tocó la puerta de su habitación, llamándola para ir al coche que la llevaría hasta la iglesia. – Debo irme. – Salió, dejándolo solo y humillado ante la idea de perderla para siempre, ella decidida a no doblegar su decisión.

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John acomodó su chaqueta, nervioso, escuchando la marcha nupcial antes de ver a su futura esposa caminar hacia el altar tomada del brazo de Murdoc, ella sonrojándose al verlo de frente al llegar a su lugar.

La ceremonia pasó en un abrir y cerrar de ojos, Stuart mirando a la madrina del matrimonio, agradecido de ser el padrino y poder tocarla sin que nadie lo viera raro, el pueblo completo acostumbrado ante la idea de que su párroco ya no sería el joven de pelo azul, sino que alguien más.

Lo único que empañaba la felicidad del exfraile era el repentino fallecimiento de su tía abuela, quien había aparecido muerta el mismo día de su reconciliación con Noodle, como si algo hubiese roto su corazón y la hubiese matado de inmediato.

El padre Collins parecía calmado, sin embargo, Stuart sabía muy bien que estaba fingiendo porque por dentro estaba desgarrado ante el hecho de la muerte de la mujer que siempre había amado y nunca pudo tener.

La fiesta de matrimonio se celebró en la taberna, Murdoc bebiendo tanto como acostumbraba, su corderito abrazado a él, mientras el tabernero gritaba de alegría ante la noticia de que sería padre en algunos meses más.

- ¿Te gustaría tener una fiesta así en nuestro matrimonio? – Noodle asintió, Stuart acariciando el anillo de esmeralda que adornaba el dedo de la maestra.

- La casa de tu tía es demasiado grande como para llenarla de niños.

- Nuestra casa, amor. – El testamento de Litchfield había sido leído dos días después de su muerte, dejando como único heredero de su casa, demasiado dinero para gastar en una vida y varias propiedades a Stuart.

- Ya me quiero casar contigo. – Lo abrazó por el cuello, besando su mandíbula.

- Te amo, Noodz. – Acomodó un mechón detrás de la oreja femenina, besando su frente.

Stuart sonrió, oliendo el cabello de Noodle, jamás había sido tan feliz en su vida y agradecía a quien fuese ponerla en su camino.

Porque su destino, sin lugar a dudas, era la joven maestra de escuela, su pequeño amor, su Noodle.

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