Capítulo 22

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Stuart sonrió, Noodle tenía su cabeza apoyada en su pecho, los ojos cerrados, escuchando solo el latido de su corazón, una suave brisa despeinando su cabello.

- Toochi.

- Dime. – Murmuró, abriendo los ojos para mirarla.

- Yo te... - Un fuerte ruido la interrumpió, una piedra chocando con la cabeza de la mujer.

- ¡¿Qué pasa?! – Gritó alarmado, un niño de la clase de Noodle mirándolos con el ceño fruncido.

- ¡Ella es una puta! – Señaló a la mujer, el fraile asustándose. - ¡Es una pérdida! – Stuart sintió como el suelo retumbaba, la gente del pueblo acercándose con grandes rocas, observando solo a Noodle.

- ¡Déjenla en paz! – Pidió, Russel acercándose y tirándola lejos del sacerdote, quien no pudo mover un músculo por el terror que sentía, el padre Collins con una biblia en mano, dispuesto a juzgar a la joven. - ¡No le hagan daño!

Las personas no se inmutaron ante sus ruegos, lanzándola en un agujero que Stuart no recordaba haber visto antes en el campo que rodeaba el estanque.

Todos rodearon el agujero, impidiendo que el hombre pudiese ver que ocurría, sus músculos despertando de su sopor, él empujando, arañando y mordiendo, tratando de alcanzar a su Noodz, sin embargo, cuando al fin llegó, solo pudo ver como era sepultada por cientos de piedras que caían sobre ella mientras le gritaban palabras asquerosas.

Un último gemido llegó a sus oídos, un sonido parecido al que emiten los animales al morir, que le heló la sangre, el pueblo satisfecho alejándose, dejando al amante de la maestra solo, él apenas respondiendo, moviendo las manos para apartar las piedras que ocultaban el rostro femenino, encontrándose con un rostro deformado y sanguinolento.

- Noodz. – Sollozó, acariciando su mejilla.

- Too... Toochi. – Apenas logró pronunciar.

- Perdóname. – Ella abrió los ojos con dificultad, mirando a Stuart.

- No me dejes. – Pidió suavemente, su respiración deteniéndose lentamente, su cabeza cayendo a un lado como la una muñeca de trapo.

- Te... te a-amo. – Susurró. – Noodle, te amo, despierta. – Quiso sacudirla y lo hizo, deseando que ella despertara y le sonriera otra vez.

- Siempre echas todo a perder. – La voz de su mejor amigo resonó en su cabeza, la desolación inundando sus grandes ojos oscuros.

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Despertó abruptamente, sentándose, el aire entra do a sus pulmones rápidamente, el sueño que había tenido había sido tan vivido, tan real, que casi podía oler la sangre de Noodle en el aire.

Pestañeó, tratando de aguantar las ganas de llorar, algunas lágrimas cayendo por sus mejillas, sabiendo que su mente le había dado una imagen de lo sucedería si descubrían lo que tenía con Noodle, Russel teniendo razón, después de todo, sería a Noodle a quien le echarían la culpa de haberlo seducido, mientras que él saldría apenas con alguna amonestación por parte de Roma.

No pudo evitar pensar que todo era su culpa, debería haber sido fiel a sus votos, aguantado la tentación de estar con ella, pero su corazón no le dio la razón, él la amaba, se había enamorado de Noodle desde la primera vez que la vio, ese sentimiento que jamás había sentido por otra antes se decantó en la maestra, adorando cada minuto en que estaban juntos, sin embargo, debía hacer lo correcto.

Maldijo el ser un sacerdote, el no haber esperado un tiempo antes de ordenarse, el no haberla conocido antes, seguro que en cualquier punto Noodle habría sido capaz de enamorarlo, ella era única y le temblaban las manos de solo pensar en no volver a verla.

Por un momento deseo tener a alguien que lo aconsejara, alguien que le dijese que era lo que estaba bien y mal, que lo guiara por el camino apropiado, pero no había nadie.

Apretó los ojos, llorando por lo que tenía que hacer, su mente cerrándose a cualquier otra salida, dejarla era la única opción que se le ocurría y eso le rompía el alma.

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El padre Collins tarareó una cancioncilla, pensando en lo que debía hablar con Murdoc para poner su plan en acción, lo primero era lograr que Stuart admitiera su amor por Noodle, lo segundo, conseguir que firmara su renuncia a los votos y, si Dios se lo permitía, poder casarlos y ver a algún mocosillo parecido a su protegido correr por ahí.

Dejó de cantar al ver a Stuart entrar en la parroquia, el joven pareciendo un muerto en vida, arrastrando los pies, su cabeza gacha, mirando el suelo.

- ¿Qué pasa? – Los grandes ojos negros lo observaron desganados, el sacerdote mayor asustándose.

- Tengo que ir a ver a Noodle. – Murmuró, volviendo a ver al suelo, procurando ocultar su tristeza del párroco.

- Entonces ve, muchacho, y no te preocupes por Litchfield, yo la entretengo. – Le guiñó un ojo, sonriendo.

- Gracias.

- ¡Si ves a la hermana Marie por ahí, dile que venga, la hermana Agnes está furiosa buscándola!

Stuart apenas lo escuchó, saliendo por la puerta principal hacia la calle, rumbo a casa de Noodle, respirando temeroso, su hábito haciéndosele pequeño, dificultando sus movimientos.

En verdad, él no quería dejarla.

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Marie tenía los ojos cerrados, disfrutando de las caricias que Murdoc le daba en la mejilla, regañándose mentalmente por aceptar ese tipo de tratos por parte del hombre, sintiéndose sumisa a esa mano que rastillaba sus largas uñas por la suave piel de su rostro.

- Eres muy bonita, corderito. – La tomó del mentón, obligándola a mirarlo. – Demasiado hermosa como para ser una monja. – Gruñó, delineando los labios femeninos con un dedo.

- Déjeme en paz. – Suplicó Marie, él riendo.

- Fuiste tú quien decidió volver, angelito, yo no te obligué y creo saber porqué viniste. – Tomó su boca en un suave beso, acariciando la delicada carne inexperta con sus propios labios codiciosos, un pequeño gemido invitándolo a profundizar, su larga lengua buscando la de ella, acercándola a él, una mano en la nuca de Marie, enredada en su aromático cabello, la otra en su cintura. - ¿Sabías que era esto lo que quería, corderito? – Esta vez ella lo besó, ansiosa por sentirlo, sus pequeñas manos alrededor de del cuello del tabernero, disfrutando de la privacidad que tenían en la casa de él.

- Murdoc... - Gimió cuando se separaron, él sonriendo socarronamente.

- No tenemos tiempo para hacer todo lo que deseo.

- ¿Qué es lo que deseas? – Él paseo su lengua por sus labios, degustando el dulce sabor de la joven hermana en su propia boca.

- Pronto lo sabrás, cariño, pronto lo sabrás. – Dijo misterioso, besándola de nuevo.

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