Capítulo 26

4.3K 275 25
                                    

- ¿Qué demonios es lo que quieres? – Gruñó Murdoc, Stuart entrando atropelladamente a la casa, tan agitado que apenas se dio cuenta de la presencia de la hermana Marie.

- Lamento si te interrumpo, pero debo hablar contigo, es urgente. – El tabernero miró a su mejor amigo, quien parecía estar enfrentando un gran problema.

- Bueno, idiota, más te vale que valga la pena, el pequeño corderito y yo estábamos en una clase especial. – Stuart arqueó una ceja, intentando comprender, echándole un vistazo a la joven hermana.

- No se preocupe, hermano Pot, ya tenía que irme. – Ella salió apresurada, el mayor apretando las manos, procurando contener las ganas de tomarla del velo y arrastrarla de vuelta a su lugar en el sofá.

El hombre de cabello azul suspiró, su amigo aguantando las ganas de darle un buen golpe en la cabeza.

- Dime, ¿Qué te trae a mi casa?

- Terminé con Noodle. – Musitó apenas consciente de lo difícil que era aceptar esa realidad.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- Russel. – Dijo simplemente, Murdoc abriendo la boca, furioso.

- ¿Qué mierda te dijo el gordo como para que terminaras con Noodle?

- Nos sorprendió besándonos, me golpeó y me advirtió de lo que podría pasarle a Noodle si continuaba con esa locura.

- Claro, el más sincero defensor de la decencia tenía que interrumpir al pobre de Stuart y a la maestrilla mientras de comían a besos.

- Yo me asusté, no podría vivir si a Noodle le sucediese algo malo.

- ¿Alguien te ha dicho que eres un tarado sin remedio? – Stuart levantó la vista, sorprendido.

- ¿Por qué me hablas así?

- Te lo mereces, dejar a la mujer que te gusta solo porque un idiota moralista te obliga a hacerlo.

- No solo me gusta, la amo. – Susurró, conteniendo un quejido.

- La amas, eso es genial, tan bueno como la idea de dejarla. – Soltó burlón, el fraile haciendo un puchero.

- Si tan solo pudiese pasar por sobre mis votos sin lastimar a nadie.

- Es más fácil de lo que crees.

- No lo creo, no después de ver como ese tal Kipling se tomaba tantas libertades con Noodle y ella aceptaba de buen grado sus atenciones. – Se sobresaltó al escuchar un fuerte golpe, Murdoc enderezándose, el puño fuertemente apretado sobre su mesa de centro.

- ¿Dijiste Kipling? ¿John Kipling? ¿El ingenierito que trajo Russel para su dichoso tren?

- ¿Lo conoces?

- ¿Qué si lo conozco? Ese infeliz se está quedando en uno de los cuartos de la taberna. – Escupió con odio. – Ya sé porqué me daba tan mala espina, ese sujeto no es de confiar.

- No lo sé.

- ¿Qué quieres hacer?

- ¿Con qué? – Preguntó aturdido.

- Con Noodle, con Kipling, con toda la mierda que te rodea...

- Yo solo quería alguien que me escuchara, eso es todo, ya tengo suficiente con aguantar el dolor como para no poder desahogarme tranquilo.

- Podrías beber cerveza, el alcohol ayuda a las personas como tú que no saben que hacer con sus vidas.

- Yo sé lo que será de mi vida. – El sacerdote unió sus manos, ocultándolas bajo las mangas, queriendo parecer fuerte. – Seré un párroco, llevaré a la congregación hacia adelante y algún día todo el dolor y el amor que siento desaparecerán, llegaré a viejo y recordaré todo lo que viví con cariño.

- ¿Y si no es así?

- Pues entonces viviré con el peso de mis errores, deseando poder volver el tiempo atrás para poder arreglar lo que eché a perder.

- Eres un iluso. – Stuart se levantó de su asiento, lamiéndose los labios.

- Lo sé y también sé que a pesar de que ponga todo de mi parte no olvidaré a Noodle ni la sensación de tenerla conmigo, pero no puedo hacer nada.

- Si tan solo me hubieses escuchado o hubieses hablado conmigo, no estarías con este problema.

- Tienes razón. - Le tendió la mano para despedirse. – A pesar de todo, eres un buen hombre y espero que lo tuyo con tu corderito funcione. – Murmuró el más joven, saliendo antes de que su amigo pudiese pedirle una explicación a sus palabras.

_________________

Noodle rió por un pequeño chiste que Kipling le contó, él alejándose para hacer una pirueta graciosa, provocando más risa por parte de la maestra.

- Por favor, señor Kipling, necesito respirar. – Suplicó, secándose una lagrimilla alegre que había escapado de su ojo derecho.

- Esta bien, pero después no diga que soy un amargado, señorita. – Intentó tomarle una mano, sin embargo, Noodle se hizo un lado, evitándolo. – Discúlpeme si la incomode.

- No es eso, es que solo no quiero... no puedo aceptarlo, señor Kipling. – Él sonrió, enternecido por su respuesta.

- No se preocupe, mientras tanto podemos ser solo amigos.

- Me gusta esa idea. – Se detuvieron frente la casa de Noodle, ella despidiéndose y entrando rápidamente, dejando al ingeniero fuera, quien cambio su expresión a una pensativa, decidido a conocer a más gente que le pudiese ayudar a conquistar a la maestra, su mente recordando al padre Pot, quizás, con un poco de suerte, él querría ayudarlo e incluso podría celebrar la boda entre Kipling y Noodle.

Pestañeó un par de veces, negando, tal vez su imaginación estaba llegando demasiado lejos sin ningún motivo. Se llevó las manos a los bolsillos, alejándose de la casa de Noodle, caminando de vuelta a la taberna.

________________

Observó la habitación a su alrededor, pensando en cuanto había querido de niño poder vivir en la casa parroquial, su tía insistiendo siempre que veía a Dios en él y debía seguir el camino que el señor le había impuesto.

¿Qué habría pasado si nunca hubiese conocido a Noodle? Seguiría sin darse cuenta de lo vacía que era su vida, de lo triste que era que jamás se hubiese enamorado. Mordió su labio inferior, recostándose para poder recordar los buenos tiempos al lado de la mujer, reconociendo que jamás volverían, ya que sus palabras su actitud no tenían perdón, si el fuese Noodle ya se habría golpeado a sí mismo.

Cerró los ojos, dispuesto a dormir, esperando poder soñar con su amor.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora