Capítulo 27

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El suave pelo azul fue revuelto por el frío aire de mar, las olas bailando a lo lejos mientras Stuart miraba el paisaje, llenando sus pulmones con el aroma salado de la playa, escuchando el graznido de las gaviotas cercanas a los botes de los pescadores que les lanzaban los peces no deseados, un montón de gatos maullando desesperados, comiendo cabezas de pescado y todos los despojos que los humanos quisieran darles.

En vez de dirigirse hacia el grupo de hombres, tomó la dirección contraria, caminando hasta unas rocas alargadas que recordaban a figuras femeninas si se les observaba de lejos, eran llamadas las penitentes y representaban a aquellas mujeres que habían perdido a un ser querido en el mar y esperaban su regreso en vano. Suspiró, recordando a su propia madre en una situación parecida. Se apartó, caminando un poco más, llegando a las faldas de una gran mole de piedra, el peñasco de Liam, de donde, se suponía, el tipo de la leyenda se había lanzado al mar. Siguió un pequeño rastro de piedras hasta llegar a un agujero lo suficientemente grande como para entrar sin impedimentos, entrando a una cueva sin iluminación, pero eso no era un problema, ya que tenía en su bolsillo un par de velas y unos fósforos para iluminarse.

Stuart se acuclilló, agradeciendo la idea de colocarse ropa cómoda en vez de su áspero hábito, sentándose en una saliente para poner las velas en lugares estratégicos, iluminando el lugar, grandes y aterradoras sombras proyectándose en los rocosos muros. Ese era su lugar especial, una cueva que había encontrado de niño y que jamás había compartido con nadie, allí era libre para soñar, para gritar y llorar sin que nadie se preocupase por él, para escribir sus poemas y cancioncillas sin otra distracción que el lejano rugido del agua golpeando la pared exterior de su escondite.

Sacó otras cosas de sus bolsillos: un par de lápices, una goma de borrar, una libretita, un emparedado de lechuga y pollo que la hermana Marie había preparado para él, una botella metálica con café dentro y una armónica que le había regalado su padre en su cumpleaños número seis. Abrió la libreta, buscando una hoja en blanco para comenzar a escribir con su letra poco pulcra y bonita.

- Si tan solo supieras lo difícil que es para mí estar lejos de ti, si solo supieras cuantas ganas tiene mi cuerpo de encontrarse con el tuyo, si escucharas mi lamento en este instante, ¿Qué sería diferente? No puedo quejarme, pues yo fui quien, consiente, te perdí, y ahora estoy aquí, lamentándome, sufriendo agónico tu indiferencia, que es mi castigo por el daño que te hice, ahora soy como un planeta fuera de su órbita, lejos de su sol, tú como toda la luz que necesito, que anhelo y que ya no tengo más. – Su mano se movió rápida sobre el papel, tarjando con el lápiz algunas palabras que no le convencían, su voz saliendo como un susurro. – Es tan difícil pensar en ti y no amarte, que a veces pienso que eres una bruja que me ha hechizado, pero luego olvido eso, porque alguien como tú solo puede ser un ángel.

Se detuvo, un ruido afuera llamando su atención, algo que pareciera poder erizar cada vello de su cuerpo, un pequeño gemido de dolor precediendo la entrada de un cuerpo que reconoció de inmediato.

- Noodle. – Ella masculló una maldición, los grandes ojos negros clavados en su rostro mientras ella trataba de acomodar su falda para evitar caer al suelo. - ¿Qué hace aquí?

- Creo que no tengo que darle explicaciones, padre Pot. – Soltó incomoda, dispuesta a darse la vuelta y volver por donde había venido.

- ¡Espere! – Se levantó rápidamente, agarrándola de un brazo para detener su huida, ella evitando mirarlo, la luz de las velas dándole un aspecto misterioso, muy diferente al del resto del lugar.

- ¡Suélteme! ¡Nadie le ha dado el derecho de tocarme! – Le gritó, Stuart apretando su agarre, su mandíbula tensa.

- Si no mal recuerdo, usted y yo hacíamos algo más que solo tocarnos los brazos, señorita Noodle. – Dijo mordaz.

- Usted lo dijo, hacíamos, tiempo pasado, ya que usted solo quería tener experiencia, padre. – El corazón del fraile saltó dolorosamente, recordando sus propias palabras.

- Entonces me cambia por Kipling. – Contratacó herido.

- ¿Y qué le importa con quien estoy? Además, John solo me acompañó a casa, aunque se nota que él es un caballero, no como usted...- Calló, los labios de Stuart sobre los de ella, besándola desesperado, ansioso por volver a sentirla.

- Noodle. – Murmuró, siendo interrumpido por la mano de la mujer que cayó sobre una de sus mejillas, golpeándolo fuertemente.

Se sobó el golpe, ella respirando forzadamente, acariciando la mano con la que lo golpeó, sin embargo, se lazó sobre él, jalándolo de la camisa, besándolo otra vez, Stuart apretándola contra sí, mordiendo sus labios, su lengua entrando en la pequeña boca femenina, tragándose sus gemidos placenteros.

Volvieron a separarse, él apoyando la frente contra la de ella, respirando agitado, feliz por besarla, agachándose lo suficiente como para acariciar su suave piel con los labios, oyendo con alegría su nombre ser susurrado por Noodle, pero esa alegría no duró más que unos minutos, la maestra recuperando la compostura, empujándolo para alejarlo, dándole una mirada cargada de rabia y odio.

- No vuelva a hacer algo así, padre Pot, o me las pagará muy caro. – Dijo amenazadora, saliendo por la entrada de la cueva, dejando solo a un confuso Stuart, quien solo pudo dejarse caer nuevamente en el suelo, su corazón tan fracturado como sus ojos.

Molesto, agarró su libreta, y leyó lo que había escrito, pensando en como solucionar todo, entendiendo de una vez por todas que su vida sin Noodle no valía la pena, pues ella esa toda su felicidad.

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- ¿Qué estás diciendo, mocoso? – Murdoc frunció el ceño, ofendido por como el sacerdote lo había llamado.

- Que Stuart terminó con Noodle. – Dijo nuevamente, el padre Collins mirando al cielo, negando.

- No puedo creer que tan imbécil puede llegar a ser ese muchacho.

- Quizá los golpes en la cabeza lo dejaron así. – Collins movió la cabeza de forma negativa.

- No, esto tiene que ver con Litchfield y con el bocón de Russel.

- ¿Qué haremos?

- Recurrir a tácticas menos sutiles. – El más joven se irguió, interesado en lo que el anciano tenía que decir. – Haremos que abra los ojos por las malas y entienda por fin que debe dejar el sacerdocio y estar con Noodle.

- Usted realmente es diabólico, padre. – Elogió, el rostro del clérigo formando una mueca enfadada.

- Como te conozco lo tomaré como un cumplido, Niccals.

- ¿Cuál es el plan?

- Ya lo sabrás, jovencito, ya lo sabrás.

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