Capítulo 32

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Stuart esperó pacientemente a que el arzobispo de Westminster lo atendiera, tamborileando los dedos sobre uno de los apoyabrazos del magnífico sofá en el que estaba sentado, molesto por tener que perder su tiempo por culpa de su superior, odiando la idea de haber perdido casi un mes en Londres después de hablar con el superior del convento de Manchester.

El anciano hermano Neil se había mostrado levemente sorprendido, pero le deseó felicidad y buena fortuna al hablar con la autoridad máxima de iglesia católica en Inglaterra.

- Padre Pot, su excelencia lo espera. – Un alto y delgado sacerdote finamente ataviado llamó su atención, él levantándose de su asiento para seguirlo a la oficina de monseñor Wilson.

No se preocupó de las decoraciones que le rodeaban, demasiado concentrado en pensar en las palabras adecuadas que le diría al hombre vestido de rojo sentado detrás de un escritorio de caoba que se entretenía escribiendo un par de hojas con una pluma ricamente decorada.

- Su excelencia, el padre Pot. – Presentó el sacerdote desconocido con una reverencia.

- El párroco de Wolfshire, si, dejanos Tyson, Pot debe tener algo muy importante que decirme y contigo aquí no podrá. – El tal Tyson salió, dejando a Stuart y al arzobispo solos. – Usted dirá, párroco Pot.

- Aún no soy párroco, además es de eso que quería hablarle.

- ¿Algún problema? ¿fanáticos? ¿brujas? ¿el párroco anterior no quiere dejar su iglesia?

- No es eso, su excelencia. – Apretó los labios, obviando el hecho de estar de pie dentro de una oficina tan elegante. – Quiero renunciar a mis votos.

- ¿Renunciar a sus votos?

- Sí, también deseo la dispensa papal y poder casarme. – Escuchó una carcajada, el arzobispo mirándolo burlón.

- Déjeme adivinar ¿amor?

- Así es. – El hombre de mayor rango negó, dejando la pluma sobre su escritorio.

- Lo siento, pero su viaje fue en vano, no aceptó su renuncia.

- ¿Qué? – La sangre de Stuart se congeló en sus venas, recordando las advertencias de Percival sobre el arzobispo.

- Lo que escucha, no son buenos tiempos para la iglesia católica y necesitamos a todos los sacerdotes ordenados posibles.

- Pero yo...

- ¿Se acostó con la mujer a la que, según usted, ama? – El hombre de pelo azul asintió. – No hay problema ¿sabe cuantos han caído igual que usted en los brazos de una zorra? Hasta algunos papas han tenido hijos con sus concubinas y putas han gobernado el Vaticano, así que lo suyo es un problema menor.

- Yo amo a Noodle. – Soltó seguro, el arzobispo Wilson pareciendo aburrido.

- He escuchado esa cantaleta más de una vez, muchos quieren renunciar y no ven las bondades de mantener sus relaciones en secreto, de que nadie sepa que tuvieron una mujer e hijos.

- ¿Me está pidiendo que mienta?

- No, solo que su relación con esa tal Noodle sea más discreta, no me interesa tener escándalos entre manos.

- Yo quiero casarme con Noodle, que mis hijos lleven mi apellido, poder tomarle la mano en la calle sin vergüenza del que dirán. – El arzobispo se levantó de su asiento, rodeando el escritorio y caminando hacia Stuart, palmeándole un hombro antes de darle una fuerte bofetada, tirándolo al suelo.

- ¿Cree que yo no he sido tentado por una perra? La mía se llamaba Lizbeth, yo era un estúpido colegial, mucho antes de entrar a la universidad y de pensar en ser sacerdote, y me enamoré como un idiota. – El odio en su voz era palpable, Stuart intentando ponerse de pie a pesar de que el golpe lo había dejado un poco mareado. – Ella se divirtió conmigo, jugando con mis sentimientos.

- ... - El fraile permaneció en silencio, escuchando al arzobispo contar su historia.

- Me convertí en sacerdote jesuita y volví mi hogar solo para ver a mis padres, pero allí estaba mi amada Lizbeth, tan bonita como siempre, esperando por su novio. – Gruñó con impotencia. – Esa... mujer lo describía todos los días, decía como él vendría por ella y se casarían, eso ayudó a que olvidase lo que me quedaba de amor por ella.

- ¿Nunca pensó que hablaba de usted?

- ¿De mí? No, ella no me amaba, además yo empecé a escalar por los puestos de poder hasta llegar al arzobispado y espero lograr ser cardenal algún día.

- ¿Qué quiere decir?

- ¿No conoce el poder? Dígame ¿Qué es mejor? ¿tener poder o amor? ¿Qué hace que sea más recordado?

- ¿Qué lo hace más feliz? – Contraatacó, levantando la vista para ver al arzobispo, él mirándolo incrédulo. – Tener todo ese poder terrenal que usted dice no me hará feliz, en cambio, mi amor con Noodle, no importa cuanto dure, me dará felicidad.

- No se puede discutir con un imbécil ¿verdad? Usted es demasiado joven para entender lo que le digo. – El mayor recuperó la compostura, regresando a su lugar detrás del escritorio. – Puede desear la anulación, nadie le quitará ese sueño, pero el hecho es que jamás la tendrá.

Stuart frunció el ceño, intentando buscar las palabras para rebatir o persuadir al arzobispo, sintiéndose repentinamente derrotado ante el obstinado hombre.

- No me importa si usted no quiere aceptar mi dimisión, ni tampoco me interesa que no apoye lo me dispensa papa, porque si es necesario, me casaré con Noodle por cualquier ley diferente a la cristiana que me prohíbe estar con ella. – Sus palabras sonaron seguras, el arzobispo mostrándose un poco interesado en sus palabras. – Usted no entiende lo que siento por ella y estoy seguro de que no se ha enamorado de verdad, porque no hubiese abandonado a su amor.

- Lo excomulgaré.

- Es libre de hacerlo, pero eso no me detendrá, vine a hablar y conseguir lo que necesito para estar con mi mujer por las buenas, pero me veo golpeado y humillado por su excelencia, así que tendré que hacerlo por las malas. – Con paso firme salió de la oficina de monseñor, eludiendo al secretario de Wilson, quien entraba con las cartas para el anciano.

El arzobispo leyó uno por uno los remitentes, deteniéndose en uno en especial, reconociendo la letra, apurándose en leerla.

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Stuart gimió al levantarse, su cuerpo sintiéndose pesado por la sobrecarga de emociones y preocupación que lo carcomían desde su conversación con el arzobispo Wilson.

Decidió salir de su habitación, encontrándose con la encargada de la posada sosteniendo un sobre.

- Padre Pot, lo envían desde las oficinas del arzobispo. – Le dijo, Stuart frunciendo el ceño antes de regresar a su cuarto para eludir a la curiosa posadera.

Abrió el sobre, leyendo el documento que venía dentro muy por encima, abriendo los ojos, incrédulo, mirando lo que era la anulación de sus votos.

¿Qué había hecho cambiar de opinión a su superior?

No le importó lo que fuera, sonriendo emocionado al tener ese papel en manos, dispuesto a enviar ese mismo día su solicitud al Vaticano para volver a Wolfshire y esperar la respuesta con Noodle a su lado para poder celebrarlo juntos.

Poco sabía el padre Pot que tuvo razón con Lizbeth y Wilson, era a él a quien esperó ella pacientemente y murió haciéndolo, una carta enviada antes de dar su último suspiro abriéndole los ojos para aceptar anular los votos del joven sacerdote. 

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