Capítulo 30

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Caminaba rápidamente por la amplia calle, buscando el gran edificio de piedra que era su destino, el bullicio de las personas, automóviles, música y animales siéndolo indiferente, recordando repentinamente lo maravillado que se sintió la primera vez que vio la pujante y vibrante ciudad de Manchester, sólo opacada por un breve vistazo a Londres.

Sin embargo, sabía que detrás de toda esa brillantez se escondía una sórdida realidad, una mil veces más horrible, con gente tan pobre que debía obligar a sus propios hijos a trabajar por un trozo de pan, un infierno donde el alcohol y la violencia eran tan comunes como las buenas costumbres y la paz. En resumidas cuentas, las grandes ciudades eran sólo horrendas prostitutas hermosamente maquilladas para ocultar sus faltas ante los ingenuos que se acercaban buscando algo mejor.

Cuando se fue de vuelta a Wolfshire, Stuart se prometió no volver a Manchester, a pesar de ser un lugar medianamente agradable y de tener buenos recuerdos de sus años en el convento, pues no le agradaba la forma en que las personas "honestas" y de "buena familia" ignoraban los problemas de la clase obrera y de los pobres, contentándose con dar las migajas que les sobraban o creando caridades mezquinas que sólo servían para presumirlas con sus amistades en reuniones de té y póker.

Detuvo sus cavilaciones, encontrándose con una gran puerta de madera, alcanzando una delgada cuerda para hacer sonar una campana, llamando para que le atendieron.

Una pequeña puerta lateral se abrió, una cabeza canosa asomándose para ver al joven fraile, sonriendo al reconocerlo.

- Hermano Stuart. – Le llamó el anciano, el hombre de cabello azul acercándose para poder estrechar la mano del mayor.

- Hermano Neil. – Saludó, el anciano apartándose para que pudiese entrar y seguirlo por el estrecho pasillo que llevaba al huerto del convento.

- ¿Qué te trae por aquí, niño? Creí que ya serías párroco y no volverías a ver a tus antiguos compañeros.

- Yo también lo creí. – Contestó, agarrando firmemente su pequeña maleta.

- Edwin se burlará de ti, dijo que regresarías antes de seis meses.

- El hermano Hertz siempre a sido bueno para adivinar y proveer el futuro. – Dijo en broma, tratando de mantener la calma.

- Qué no te escuche, es un viejo que detesta reconocer sus habilidades, casi como un fanático religioso.

- ¿El hermano Percival? – Preguntó, el viejo Neil dándose la vuelta para verlo con sus desgastados ojos marrones.

- ¿No sabes que pasó? – La carne de Stuart se estremeció de miedo, pensando lo peor.

- ¿Q-q-qué le sucedió? – Medio tartamudeó.

- Dejo el convento, pidió la dispensa papal y ahora vive con su mujer en el barrio... no recuerdo su nombre, pero tienen un negocio que va viento en popa. – Explicó. – Intentó todo lo posible para aclarar sus dudas, sin embargo, el amor triunfo al final y él logró ser feliz.

- ¿Quién... quien es su mujer?

- Una clarisa, su historia de amor es bonita, pero seguramente te gustaría ir a visitarlo para conocerla.

- ¿Usted no esta furioso con eso? – Neil negó, sonriendo tranquilo.

- Me hubiera enfadado si Percival hubiese sido hipócrita con sus sentimientos, que hubiese intentado tapar lo que sentía y nos hubiese mentido al final de todo, pero fue valiente y luchó por el amor de Cassie, es más, ambos lucharon incluso contra el obispo que no quería llevar su anulación hasta el Papa.

- Necesito verlo, hablar con él. – Susurró, el hermano Neil asintiendo.

- Claro, vamos a la oficina del hermano Crispín, él debe tener en sus archivos la dirección de Percival, total, siempre envía dulces hechos por Cassie para todos.

- Gracias.

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Observó la bonita casa de estilo Tudor que resaltaba de las demás por su jardín lleno de flores fragantes y un caminito de piedras blancas que llevaban a la puerta principal, ubicada en un tranquilo barrio lejos de la agitada vida del corazón de la ciudad.

Escuchó el ladrido de un perro y el alegre maullido de un gato junto con la risa de niños despreocupados por los males del mundo, regodeándose con la felicidad de estar en el lugar preciso para crecer de buena manera.

Suspiró, era un buen lugar para crear una familia.

Cerró los ojos por unos segundos, sonriendo ante la sola idea de ver a Noodle con un pequeño niño en brazos, esperándolo en una casa similar con una sonrisa después de una jornada de trabajo en alguna tiendita o de dar clases en una escuela, dándole un beso de bienvenida antes de que él tomara a su hijo en brazos para jugar, ella preparando todo para cenar como familia, hablando de su día, riendo juntos, felices de tenerse el uno al otro.

- ¡Hermano Stuart! – Un grito lo obligó a salir de su dulce imagen mental, separando los párpados para mirar el barbudo y alegre rostro de Percival Amery.

- Hermano Percival. – Correspondió, caminando para estrechar en un abrazo a uno de sus mejores amigos después de Murdoc.

- Ya no debes llamarme así, creo que el hermano Neil te contó sobre mí y mi salida del convento.

- Sí.

- Pero quienes somos, hablando de temas personales en la acera. – Miró a su alrededor, para luego caminar hacia su casa. – Vamos, Cassie prepara un sabroso pastel de avellanas que de seguro te gustará, además tengo té de menta para acompañar.

- De acuerdo. – Lo siguió, siendo difícil para él seguir el paso del hombre delante con el hábito puesto.

Ya dentro de la casa, vio sorprendido que era un acogedor hogar lleno de flores y libros por todos lados, algunas pinturas adornando los muros, deteniendo su examen al llegar a la sala, sentándose en un cómodo sofá cerca de una chimenea apagada, Percival dejándose caer en otro igual.

- Te preguntaras como conseguí todo esto.

- Yo...no...

- No te preocupes, Stuart, me ayudó mi familia apenas se enteró de mi decisión de dejar el convento y la vida religiosa. – Juntó sus manos antes de continuar. – Imagina la cara de mi madre cuando le dije que me iba a casar, no daba más de sí, quería nietos de su hijo menor y ahora soy muy feliz intentando hacer sus deseos realidad.

- No deberías hablar así, el hermano Pot no esta acostumbrado a escuchar tus bromas de doble sentido. – Una hermosa mujer entró en la habitación cargando una bandeja de plata llena de pastelillos, platos, tazas y demás cosas. – Siempre he dicho que eres un imprudente.

- Lo siento, cariño. – Agachó la vista, Stuart fascinado con la interacción de la pareja. – Pero aun así me amas.

- Con locura, Percy. – Respondió cariñosa, sentándose sobre las rodillas del su marido. – Debemos esperar que el agua hierva, pero pueden comer si así lo desean.

- Ella es Cassie, mi amor, mi esposa y, si Dios quiere, la madre de mi primer hijo en algunos meses. – Presentó, una mano acariciando el levemente hinchado vientre de la mujer.

- Un gusto. – Dijo Stuart, seguro de haberla visto antes en el convento, hablando con el exfraile, siendo ella una monja. – Percival, yo... yo necesito hablar contigo un asunto, algo privado.

- No se preocupe, hermano Stuart, es hora de mi siesta y si no duermo, el pequeño Jeremy no me dejará en paz.

Antes de irse a dormir, Cassie trajo el agua caliente para el té de ambos hombres, yéndose a su habitación para dejar a los dos solos.

- Bueno, tú dirás ¿de qué quieres hablar?

Stuart se estremeció, seguro que su amigo tenía la respuesta definitiva que requería para esta con Noodle y no dejarla otra vez.

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