Capítulo 8

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El viejo maestro Oswald refunfuñó unas cuantas palabras, golpeando el puntero contra la pizarra, casi todos los niños quedando en silencio, excepto uno que se divertía contado un chiste a su compañero de banco.

- ¡Murdoc Niccals! – Gritó, el niño de extraña piel verdosa deteniéndose, temblando de miedo ante el anciano.

- S-s-si maestro. – Murdoc se enorgullecía de no temerle a nada, o bueno, a casi nada, el profesor Oswald, su regla y su tirón de patillas eran exactamente lo que el joven Niccals más odiaba en el mundo, incluso más que su borracho padre o al idiota de su hermano y le temía profundamente.

- ¿Quiere contarnos que es tan divertido?

- N-n-no señor. – Contestó, el maestro levantándose pesadamente, como dispuesto a darle una buena zurra.

- Entonces no vuelvas a interrumpirme. – Él asintió, Oswald haciendo una mueca. – Como estaba diciendo, las leyendas están basadas en hechos reales que van cambiado de acuerdo al pueblo que las cuenta como Arturo y la mesa redonda, el holandés errante, entre otras ¿alguien conoce alguna leyenda local? – Una niña levantó la mano. – Rina, cuéntanos.

- Yo conozco la del Marinero Liam.

- ¿Puedes relatárnosla? – La niña asintió.

- Mi abuelo me contó que cuando era un niño, uno grupo de hombres zarparon a alta mar, uno de ellos era Liam, él se iba a casar con la hija del jefe de los marinos, todos la admiraban y le decían la Esmeralda, porque tenía los ojos más verdes que se habían visto. – Explicó antes de proseguir. – Ella lo despidió, pero tenía un mal presentimiento.

- Excelente, Rina. – Felicitó el maestro, animándola a continuar.

- Empezó una tormenta y el mar estaba bravo, el barco en el que iba Liam se tambaleó y él, que estaba amarrando una cuerda, cayó al agua; su prometida no se había quedado tranquila y los siguió de lejos en un barquito propiedad de su padre a pesar de la lluvia. – Tragó, toda la clase expectante. – Cuando llegó a la embarcación, los marineros le dijeron que su amor se había caído y que lo más seguro era que estuviese muerto, ella se negó y se fue en su barquito, perdiéndose en el mar, Liam apareció inconsciente en la orilla, mi propio abuelo fue quien lo encontró, lo llevaron al médico y despertó después de cinco días, preguntando por su Esmeralda, pero ella no regresó, no sabía que él había vuelto, encontraron su barquito con su cadáver después de un tiempo; él enloqueció y se lanzó al mar, pidiéndole a su amor que retornara, dicen que en las noches de tormenta se puede escuchar la voz de la mujer llamándolo y a Liam pidiéndole regresar.

- Realmente eres la mejor de la clase. – Los ojos arrugados del profesor se posaron sobre un pálido rostro que parecía distraído. – Señor Pot.

- ¿Ah? – Respondió el niño, reprimiendo un bostezo.

- Señor Stuart Pot. – Repitió, el pequeño Stuart aún confundido. – Stuart, ¡Stuart!

El joven fraile despertó de golpe, un chorro de agua helada golpeando su rostro, provocando la risa el mayor.

- ¡Padre Collins! – Intentó reclamar, limpiando su rostro con la sábana que lo cubría.

- Me... me haces tanto reír, mocoso. – El clérigo rió aún más, Stuart frunciendo el ceño.

- ¿Qué es lo que quiere? - Collins se secó una lagrimilla alegre que había escapado.

- Debes levantarte, recuerda que debes limpiar la sacristía.

- Lo sé. – Murmuró, dejándose caer nuevamente en el colchón.

- Además, me dijiste que irías a ver a Noodle.

- ¡Es cierto! - Gritó, levantándose rápidamente.

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Noodle sonrió, dejando que la brisa peinara su cabello, los cortos mechones bailando al son del cálido viento de primavera, sus pies colgando a la orilla del estanque, mojándose levemente, los brazos descubiertos, una blusa ligera junto con una falda como vestimenta. Miró hacia el cielo, una pequeña nube desafiando al sol, flotando ligera arriba de su cabeza.

- ¡Noodle! – Escuchó como la llamaban, dirigiendo los ojos hacia dónde provenía esa voz.

- Stuart. – Musitó, arrastrándose sobre el césped y dejándose caer de espaldas, disfrutando del olor a campo y flores silvestres.

- Noodle. – Volvió a decir el fraile, agachándose al lado de la mujer, detallando su piel radiante, de una blancura resplandeciente a la luz del sol. – Despierte.

- ¿Ha visto usted algo más hermoso que esto? – Él tragó grueso, sabiendo perfectamente que ella se refería al prado donde se encontraba el estanque. – He estado tan ocupada que no había podido venir, a pesar de que mis alumnos me lo han recomendado varia veces. – Separó los párpados, observando al hombre vestido con hábito. – Gracias por citarme.

- No se preocupe, el estanque es un lugar precioso en esta época, pero no muchos disfrutan la caminata hasta aquí y el viejo Mitchell no deja que pasen demasiadas personas.

- Comprendo, refunfuñó bastante hasta que lo nombré a usted.

- Él y el padre Collins me aprecian desde niño, Mitchell dice que soy como su hijo.

- Eso suena bien. – El fraile se recostó a su lado, observándola atentamente, Noodle haciendo lo mismo.

- Paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y gracioso tu semblante. - Susurró él, sin despegar los ojos de los de la mujer.

- ¿Qué? – Soltó con un hilillo de voz.

- Es el Cantar de los Cantares. – Explicó con un soplido. - ¿Quiere que continúe?

- Si, por favor.

- En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Búsquele y no le hallé. – Recitó, su mirada desviándose a los labios de ella. - ¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus ojos a través de tu velo; tu melena, cual rebaño de cabras, que ondulan por el monte Galaad.

- Es muy romántico. – Interrumpió la maestra, entrelazando los dedos de una mano con los del sacerdote.

- Tus labios, una cinta de escarlata, tu hablar, encantador. Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo. – Continuó, inclinándose levemente, apretando la pequeña mano de Noodle, acariciando la nariz femenina con la propia. - Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya, con una vuelta de tu collar. – Antes de que ella pudiese detenerlo, posó sus labios sobre los de Noodle acariciándolos con vehemencia, robándole un beso,  su lengua solicitando permiso, entrando en la boca femenina, bailando una nueva danza que ambos estaban apenas aprendiendo. - Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la engendró. Las doncellas que la ven la felicitan, reinas y concubinas la elogian. – Su tono de voz parecía el murmullo de las aguas del estanque, las bocas encontrándose de nuevo, Noodle gimiendo en medio del beso.

- Stuart. – Él abrió los ojos, pero en vez de horrorizarse como la última vez, solo le sonrió, ella correspondiendo.

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Este capítulo fue inspirado e una canción que encontré y me gustó mucho, Liam de In Extremo en la versión en gaélico, en verdad es muy buena.

La otra parte se la debo a mis años como buena cristiana católica antes de salirme de todo eso y volverme agnóstica, en verdad; el Cantar de los Cantares siempre me pareció algo subido de tono, demasiado romántico, y, pues, la usé para esto.

Ojalá les guste.

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