Capítulo 10

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Stuart gruñó, intentando concentrarse en la oración que trataba de memorizar, la mirada de la hermana Agnes como la de un ave rapaz sobre él, casi como si pudiese leer sus pensamientos, el padre Collins merendando un pastel que Litchfield había preparado para él. Siempre se había preguntado por qué la señora Litchfield se preocupaba tanto por el sacerdote mayor y lo cuidaba aun a costa de su propia salud. Cuando era niño, le era fácil pensar que ella creía que Collins no podía hacer nada bien solo y por eso hacía lo que hacía, pero ahora que era un adulto y después de sus últimas experiencias, parecía que tenía la respuesta a esa pregunta.

- Hermano Pot, lo buscan. – Lo interrumpió la hermana Marie, los grandes ojos negros observando la tranquila sonrisa de la joven mujer.

- ¿Quién?

- La señorita Noodle, parece que tiene cosas que hablar con usted. – Stuart asintió, levantándose de su asiento, más que ansioso de ver a la maestra.

Entró en la parroquia, viendo a Noodle de espaldas a él, ella entretenida detallando una pintura añosa que colgaba de un muro. Quiso abrazarla y enterrar la nariz en la unión de su cuello y hombro para aspirar su perfume, sin embargo, esa idea fue rápidamente desechada, no era el lugar apropiado ni llevaba la ropa adecuada para eso, además había decidido volver a verla el día del estreno del Gabinete del Doctor Caligari, por lo cual era una sorpresa para él tenerla tan cerca.

- Noodle. – Llamó, ella girándose, dándole una sonrisa brillante.

- Stuart. – Susurró, acercándose para quedar a su lado.

- ¿Qué hace aquí?

- Discúlpeme, pero no podía aguantar las ganas de verle. – Él asintió, un profundo deseo por besarla allí mismo corriendo por sus venas, obligándose a sí mismo a contenerse.

- Yo... este no es el lugar para hablar. – Masculló, paseando los ojos por toda la iglesia vacía. – Quería esperar hasta encontrarnos en el cine o llevarla al estanque.

- No pude esperar. – Él agarró una pequeña mano, estando más que de acuerdo con ella.

- Venga conmigo. – Tiró de Noodle, guiándola hasta la sacristía, trabando la puerta después de que ella entrara.

Aguanto un gemido, levantándola para sentarla en el mesón donde hacía tan solo unos días habían hablado de cine, los largos dedos masculinos acariciando una suave mejilla, delineando el contorno de los delicados labios, suspirando antes de besarla con reverencia, las pequeñas manos enredándose en el cabello de él, separando las piernas para que él pudiese acomodarse, Stuart abrazándola con un brazo, la otra mano presionada en la nuca femenina, invitando a dientes y lenguas a participar, el beso tornándose apasionado.

El fraile olvidó donde estaba, algo en su cuerpo reaccionando a los suaves quejidos de Noodle, apretándola más a él, soltando sus labios para besar todo su rostro, deteniéndose en la barbilla, alzándola más para poder hundirse en su cuello, sacando la lengua para probarla, sin saber exactamente que estaba haciendo, su instinto actuando por él.

Se separó y la empujó, ella quedando de espaldas sobre el mesón, Stuart levantando la mirada para ver las altas ventanas que mantenían alejados a los intrusos, sonriendo antes de treparse sobre la pesada plancha de madera, acomodando su cuerpo sobre la pequeña forma femenina, volviendo a besarla, ahora impulsado por un hambre voraz, apreciando como ella jalaba de sus mechones en obvio aprecio de sus caricias.

Noodle se arqueó, una de sus manos aprovechándose de la ancha abertura en el cuello del hábito para aventurarse a tocar la piel que había curado cuando él había caído del techo de la escuela, sus uñas enterrándose en la pálida piel, Stuart gruñendo en apreciación.

Un par de golpes en la puerta interrumpieron a la pareja justo cuando el hombre iba a meter sus manos debajo de la blusa que Noodle estaba usando.

- ¿Stuart, estás aquí? – Reconoció la voz como la de su amigo Russel, preguntándose qué era lo que quería, no obstante, de pronto su cuerpo paralizándose, dándose cuenta de lo que había estado haciendo con Noodle. – Enserio, Stu, sal si estás, necesito un favor.

Ambos se separaron, apurándose a levantarse y arreglar sus ropas, el sacerdote abriendo la puerta, fingiendo una sonrisa amistosa.

- Diablos, viejo, parece que estuvieses enfermo. – Soltó Russel, mirando el rostro aún más pálido que de costumbre del sacerdote, Noodle secándose el sudor de las manos producto del miedo a ser descubiertos en su falda.

- Sí... creo que tengo gripe. – Se forzó a mentir, suplicando internamente perdón por ese pequeño pecado. – Pero estoy bien.

- Discúlpenme señor Hobbs, padre Pot, debo irme. – La voz de Noodle sonó ligera, saliendo velozmente sin levantar la vista del suelo, sus mejillas demasiado sonrojadas por lo que había pasado.

Stuart la observó marcharse, conteniendo un suspiro para luego posar su mirada en su amigo, invitándolo a pasar a la sacristía.

- ¿Estás seguro de que estás bien? – Preguntó preocupado el moreno.

- Si, solo un poco congestionado. – Respondió, sentándose, oliendo en el ambiente el agradable perfume de Noodle.

- Bueno. – Le restó importancia Russel. – Necesito que me ayudes a organizar las cosas para la inauguración del cine.

- ¿Por qué yo?

- Tú te llevas bien con la gente, las personas confían en ti, así que tú eres la opción obvia, además puedes pedirle ayuda al padre Collins y a la señorita Noodle. – Stuart asintió, no muy convencido. – Murdoc me ayudará con la comida y bebida, tú con el trato con las personas y yo daré el discurso de bienvenida. – Carraspeó antes de continuar. – También puedes cantar, sabes que lo haces bien y estoy seguro de que eso hará que mi gran evento sea un éxito.

- De acuerdo. – Musitó.

- Solo era eso. – Se puso de pie, seguido por el fraile. – Nos vemos, Stuart y procura cuidarte, no quiero que no puedas decir una sola palabra el jueves.

El moreno salió, dejando solo al joven hombre quien solo pudo apoyar su cabeza contra la madera del mesón, suspirando al recordar los labios y la piel de la maestra del pueblo.

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Noodle exhaló suavemente, evocando lo apasionado que había sido Stuart al besarla, preguntandose hasta donde hubiese sido capaz de llegar él de no haber sido interrumpidos. Gimió, cerrando los ojos, recostándose en su cama, segura de que no le hubiese importado perder la virginidad allí con él, después de todo, era Stuart Pot el único hombre en el que podía pensar y sentir ese deseo abrumador del cual solo había leído.

Se acurrucó debajo de sus sábanas, rememorando su sabor y el aroma a caramelo que lo envolvía, durmiéndose con ese perfecto recuerdo.

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Stuart jadeó de dolor, la varilla que había buscado en el jardín cayendo repetidas veces en su espalda, intentando expiar la culpa de casi haber poseído a Noodle en la iglesia.

Se detuvo de golpe, recordando algo, Dios había hecho hombre y mujer para que ambos gozaran de su cuerpo, ¿quién era él, Stuart Harold Pot, para ir en contra de la naturaleza que su creador había hecho? Sus deseos podían ser obra del Diablo, pero también podían venir desde el cielo, una prueba irrefutable de que merecía conocer los placeres del cuerpo antes de negarse definitivamente a experimentarlos.

Cerró los ojos y sonrió, pensando en Noodle y todo lo que le provocaba, deseando volver a verla y tocarla, la varilla siendo tirada al suelo, él apretándose en su camastro, recordando la sensación de las uñas de la mujer enterrándose en su piel.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora