Capítulo 17

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- Mañana estás de cumpleaños, idiota. – Felicitó Murdoc, golpeando fuertemente la espalda de su amigo, ambos en la pequeña habitación en la que el mayor trabajaba cuadrando cuentas y contando su dinero cuando no atendía la taberna.

- Sí. – Musitó Stuart, suspirando, echando de menos la cama de Noodle, quien le había pedido no ir a verla durante los dos días anteriores a su cumpleaños.

- Te ves raro. – Los ojos irregulares de su amigo se clavaron en su rostro, el fraile poniéndose nervioso. - ¡Pero que digo! ¡Tú eres raro!

- Mudz...

- Aunque deberías decirle a Noodle que sea más suave contigo, el chupetón en tu cuello se nota demasiado. – Él se llevó una mano al cuello, realmente asustado.

- ¿Q-q-qué es l-l-lo que dices? – Frotó su piel, intentando sentir el lugar sensible que Murdoc había señalado.

- Era una broma, pero puedo ver como te acabas de poner, imbécil. – Lo miró con una sonrisa peligrosa, dejándose caer en su gran sofá de cuero negro. – La señorita Noodle ¿eh? Y yo pensando que eras un verdadero tarado.

- N-n-no es lo que p-p-piensas.

- ¿Cómo sabes lo que pienso? ¿Acaso lees las mentes de los demás? – Stuart negó fuertemente. – ¿Te acostaste con ella?

- Yo... si, si lo hice y si quieres saber, no me arrepiento, sino estuviese aquí, estaría con ella. – Dijo con seguridad, sorprendiendo al mayor.

- Al fin tienes las pelotas como para hacer lo que tenías que haber hecho desde hace mucho. – Lo felicitó Murdoc. – Personalmente prefiero a las mujeres con más pecho, pero allá tus gustos.

- No me gustan las mujeres con poco pecho. – Gruñó Stuart. – Solo me gusta Noodle.

- Creo que es un poco tarde para hablar de eso. – Señaló el hábito del hombre. – Sin embargo, siempre puedes tenerla como amante.

- No creo que eso sea correcto.

- ¿Estás dispuesto a dejar de tenerla por lo que es correcto? – El sacerdote negó, Murdoc satisfecho con la respuesta. - ¿Recuerdas cuando te conté de mi primera vez? – El otro hombre asintió. – Pues, cuéntame que tal fue.

- Eso es demasiado personal.

- Soy tu mejor amigo, Stuart Pot, así que me contarás todo o voy y le cuento al viejo Collins lo que su adorado protegido esta haciendo con su respetadísima maestra. – Amenazó.

- De acuerdo. – Soltó de mala gana. – Fue la noche de la inauguración del cine, empezó a llover y yo... ella... nos besamos, no me pude resistir, ella olía tan bien, sabía tan bien, solo podía pensar en sentirla y ...pasó.

- ¿Solo eso?

- Ella también era virgen, traté de ser lo más cuidadoso posible, ella es tan...agradable, es demasiado bueno estar con ella.

- ¿Entonces no lo hiciste una sola vez?

- No, en la mañana que siguió lo hicimos otra vez y al día siguiente y un puñado de veces más.

- ¿Quién diría que el santurrón de Stuart Pot era un amante insaciable? – El joven se sonrojó, tenía que admitir que lo que decía su amigo era verdad.

- ¿Puedes guardar el secreto?

- Claro, no soy un soplón como Russel, yo sé respetar los secretos de los demás.

- Gracias.

- ¿Lo han hecho en la iglesia?

- ¿Qué?

- ¿Qué si has tenido sexo en la iglesia con Noodle?

- ¡No! A pesar de lo que hice, aún le tengo respeto a la parroquia.

- Es porque no has tenido la oportunidad ¿verdad?

- Cállate. – Gruñó el fraile, recordando como besaba y acariciaba a Noodle en la sacristía, sabiendo muy bien que, si Murdoc se enteraba, jamás lo dejaría en paz.

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Stuart apretó los ojos, girándose para seguir durmiendo, suspirando, cubriéndose más con sus mantas.

Un ruido hizo que frunciera el ceño, alguien murmurando algo para luego reír, un fuerte estruendo metálico sacándolo de su sueño.

- Arriba, Stuart, que es tu cumpleaños 27 y no quiero tener que lanzarte agua fría para despertarte. – Alentó el padre Collins, su protegido incorporándose mientras gruñía palabras incomprensibles.

- Dijo que hoy podría dormir hasta tarde.

- Sí y es tarde, las siete y cinco de la mañana. – El fraile miró al anciano incrédulo. – Levántate, tienes muchas cosas que hacer.

- Si, padre Collins. – Murmuró, sacando su cuerpo de la cama, una pequeña cartita en su buró llamando su atención. - ¿Y esto?

- Lo trajo un niño anoche, después que te vinieras a dormir, lo dejé ahí para que lo leyeses ahora.

- ¿Sabe quién lo envió? – El hombre mayor se encogió de hombros, negando.

- No me inmiscuyo en esas cosas. – Abrió la puerta, saliendo y dejando solo a Stuart, quien se apresuró a abrir el sobrecito.

Un papelito cuidadosamente doblado emergió, él desdoblándolo, un suave perfume familiar llegando a su nariz, reconociéndolo como el de Noodle.

"Stuart, espero que pases bien las primeras horas de tu cumpleaños, pero esto no es alguna felicitación ni nada por el estilo, es una invitación, te espero en mi casa a las cuatro, por favor, no faltes.

Se despide con un beso, Noodle"

El fraile releyó lo escrito, observando la bonita letra, preguntándose que podría ser lo que ella le regalaría, imaginándola con poca ropa entre sus brazos, el solo pensamiento secándole la boca.

Meneó la cabeza, poniéndose de pie, escondiendo el papel en un cajón, vistiéndose para poder recibir el día de buena manera.

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Noodle se mordió las uñas, nerviosa, mirando la mesa cuidadosamente arreglada, jugos de fruta, queso, comida abundante para dos personas, chocolate... quería que fuese perfecto para Stuart, que no solo estuviese satisfecho con ella en la cama o con una simple conversación, quería demostrarle que podría llenarlo en cada ámbito que lo necesitara, ser una mujer completa para estar con él si así lo decidía.

Se amarró el cinturón de la bata, escondiendo el ligero camisón de seda con el que deseaba sorprenderlo, dispuesta a entregar su cuerpo completo para el disfrute del hombre de pelo azul.

Cerró los ojos, escuchando como golpeaban la puerta, la reconocible voz del sacerdote llamándola, ella abriendo, escondida detrás de la plancha de madera a pesar de no tener vecinos, mirando como el cuerpo largo de Stuart se adentraba en la casa.

Echó cerrojo a la entrada, él sorprendido, volteándose para mirarla, congelándose.

Todos los deseos que tenía para ese día haciéndose carne en la mujer.

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