Capítulo 5

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- ¿Estás seguro que llevas todo lo que necesitas?

- Si, padre. – Respondió Stuart como un niño pequeño.

- Recuerda que no tienes diez años, subirte al techo no será tan fácil para ti como en ese entonces.

- ¿Dígame, pues, por qué hago esto?

- La escuela la apoya la congregación y nosotros supervisamos lo que tiene que ver con todo lo concerniente a los niños, pero el edificio lo maneja el municipio y es el municipio quien te va a pagar.

- Ajá.

- Y ese dinerito nos ayudará con el arreglo de la entrada, está muy deteriorada y ya veo que alguna anciana se cae y nos culpa por ello.

- ¡Porque yo, Dios mío! – Gimió Stuart, saliendo, sin su hábito, sino con pantalones, zapatos y una camiseta blanca, dejando ver sus brazos.

- ¡Deja de quejarte! – Gritó el padre Collins antes de que se alejara demasiado. - ¡Y saluda a Noodle de mi parte!

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La joven maestra vigilaba a sus estudiantes en el patio con la ayuda de las hermanas mientras escuchaba el sonido de un martillo clavar en el techo, siendo interrumpido solo por algunos gemidos dolorosos que, supuso, eran del sacerdote golpeándose un dedo.

Su corazón se detuvo cuando el sonido de un grito junto con el de un fuerte golpe llegó a sus oídos, levantándose del lugar donde estaba para correr y horrorizarse con la escena frente a sus ojos.

Stuart intentaba infructuosamente ponerse de pie de entre la pila de heno en la cual afortunadamente había caído después de resbalar del techo.

- ¡Stuart! – levantó la cabeza, adolorido, mirando a la mujer que había gritado su nombre con tanta familiaridad. - ¡Oh Dios mío! ¿Está bien?

- No se preocupe, señorita Noodle, he sobrevivido a cosas peores. – Se sentó, quejándose.

- Necesita que lo revisen. – Se acercó, poniendo una mano sobre su hombro derecho, él aguantando un jadeo. – Iré a buscar al señor Higgins para que lo lleve a la enfermería.

- No es necesario.

- Claro que lo es.

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- Quítese la camiseta. – Ordenó Noodle, calentando un poco de ungüento entre sus manos.

- ¿Qué?

- Tengo que ver donde se golpeó para curarlo, padre. – Explicó, él asintiendo.

Quitó su camiseta sucia, ella observando su huesuda constitución, un agradable aroma llegando a su nariz, algo parecido al caramelo.

Tocó con sumo cuidado una porción de piel enrojecida que comenzaba a amoratarse, colocando una palma con ungüento, frotando, sintiendo la suavidad de la piel masculina.

- La hermana Agnes me matará.

- No se preocupe. – Colocó un poco más del medicamento. – Les encargue a los niños mientras yo lo curaba. – Subió por su columna, llegando a sus clavículas, revisando si había alguna fractura.

- ¿Dónde aprendió a curar heridas? – Preguntó Stuart con los ojos cerrados, disfrutando del masaje que ella le administraba.

- Mi padre era doctor y aprendí mientras él trabajaba. – Detuvo sus manos, dedicándose a percibir su calor. – Además era muy traviesa de niña, me caí varias veces y tuve que aprender a sanarme.

- Lo entiendo, yo también era así. – Noodle se mantuvo en silencio para no interrumpirlo. – Cuando era niño, Murdoc, un amigo, apostó que no podía subir al árbol más alto de la plaza.

- ¿Y qué pasó?

- Yo era muy tonto y le hice caso, me subí, pero no tomé en cuenta que las ramas se hacen más delgadas y una se partió, dejándome caer de cabeza. – Él rió. – No me maté, aunque mi pelo se cayó y cuando volvió a crecer, era así. – Señaló sus mechones azules.

- ¿Y sus ojos? – Interrogó la maestra, demasiado interesada en saber que le había ocurrido.

- También fue culpa de Murdoc, estábamos escapando de un chico mayor que nos quería golpear, yo huí por un callejón y Mudz por otro, cuando me lo encontré, me golpeó con un tablón en la cara, pero él pensaba que era quien nos quería golpear. – Noodle apretó sus hombros. – Me botó dos dientes y mis ojos se llenaron de sangre, me convirtió en un fenómeno.

- Usted no es un fenómeno. – Rebatió ella. – Creo que son cosas que lo hacen especial. – Murmuró. – Nunca había visto a alguien con el cabello tan bonito ni con una sonrisa como la suya.

- Es el segundo cumplido que me hace, Noodle. – Sonrió, halagado, antes de sentir unos labios presionándose contra una de sus heridas.

- Se lo merece. – Susurró. – Es un buen hombre y me gustaría conocerlo más.

- Señorita...

- Me agradaría ser su amiga, padre Pot. – Se separó, levantándose de la camilla para lavarse las manos en un cuenco lleno de agua, Stuart extrañando el contacto de sus manos.

- También me gustaría ser su amigo, señorita Noodle.

Se quedaron en silencio, él volviendo a colocarse la camiseta siendo observado por ella.

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El padre Collins gruñó, mirando la carreta que traía a su protegido y sucesor.

- ¿Qué fue lo que te pasó?

- Me caí del techo. – Contestó Stuart, colocándose de pie con ayuda de Higgins.

- Mocoso imprudente. – Regañó. – Te dije que tuvieras cuidado, lo último que quiero es que te mates.

- Tranquilo, padre, la maestra lo curó. – Dijo Higgins, acompañando al joven frailes hasta su habitación, ambos seguidos por el sacerdote más viejo.

- Agradécele a Dios que Noodle es un alma caritativa, de haber sido yo, te dejo retorciéndote en el suelo. – Se recostó en su cama, Higgins haciendo una seña, despidiéndose.

- Sé muy bien que lo hubiese hecho para que aprendiera mi lección. – Apoyó la cabeza en la almohada, cerrando los ojos.

- Es por tu bien, ya no eres un niño pequeño, Stuart, debes aprender a cuidarte porque nadie lo hará por ti. – El joven hombre hizo un ruido, de acuerdo con el clérigo mayor. – Te dejaré descansar, después la señora Litchfield te traerá algo de comer. – Dicho esto, salió de la habitación, dejando al muchacho solo.

Stuart gimió al girarse para dormir, los golpes que había acariciado Noodle volviendo a doler, el fraile deseando que la mujer estuviese a su lado para calmar su dolor, él demasiado inocente para entender por qué la quería allí.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora