Capítulo 6

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Noodle sonrió, mirando al fraile que barría la entrada de la iglesia cantando alguna cancioncilla graciosa.

- Debo decir, padre Pot, que usted canta muy bien. – Stuart parpadeó rápidamente antes de levantar la vista, observando a la joven maestra a su lado.

- S-s-señorita Noodle. – Intentó no caer de la sorpresa, afirmándose de la escoba.

- Quería saber cómo estaba de la caída. – Ella le sonrió cálidamente, esperando una respuesta.

- Pues me encuentro muy bien gracias a usted. – La mujer se sonrojó por lo dicho. - ¿Solo venía a eso?

- No, realmente venía a pedirle un favor. – Sujeto firmemente el libro que estaba en sus manos, los ojos negros brillando preocupados por ella.

- ¿Qué sería?

- Padre Pot ¿usted sabe bailar?

- ¿Bailar?

- Sí, es que debo enseñarles a los niños y la verdad no conozco a otro hombre a quien pedirle algo como esto.

- ¿Qué clase de baile? Porque yo soy demasiado torpe y podría echar a perder su lección antes de mejorarla.

- Es vals. – Él sonrió.

- Tiene demasiada suerte, es lo único que se bailar sin caerme.

- ¿Enserio?

- Sí, el hermano Percival decía que no había mejor manera de barrer que bailando vals. – Ella rió suavemente, el fraile acompañándola. – Me obligó a aprender a bailarlo.

- Me gustaría escuchar más de sus historias. – Él asintió. – ¿Le parece si mañana va a mi casa para preparar la lección?

- No sé dónde vive.

- En la casa del antiguo maestro.

- ¿Dónde vivía el maestro Oswald?

- Sí.

- Entonces iré sin falta mañana, señorita, no se preocupe. – Ella le palmeó un hombro, alejándose con una gran sonrisa en el rostro.

Stuart la vio irse para después seguir con su tarea, vigilando con disimulo la calle por donde la profesora se había marchado.

- Si no supiera que eres un cura, creería que estás pensando en alguna mujer. – Se sobresaltó, una risa burlona dejándose oír.

- ¡Murdoc! – Gritó, el hombre de extraña piel verde golpeándole la espalda.

- Vi a cierta maestra hablar contigo, santurrón. – Miró a uno de sus mejores amigos de infancia con el ceño fruncido. - ¿Sabes que eres el primer hombre al que se acerca?

- No mientas, trabaja con Higgins.

- Conoces a ese pelirrojo desde que eras niño, el idiota podría tener a una mujer desnuda frente a él y no sabría qué hacer, prefiere ciertas... compañías.

- ¿Y tú como sabes?

- Tengo una taberna, tarado, los clientes hablan de más y me entretengo escuchándolos.

- De acuerdo. – Estrechó los ojos, mirando al hombre verde. - ¿Qué se supone que quieres?

- ¿Es que acaso un joven no puede venir a visitar a su mejor amigo? – Dijo dramático, Stuart negando, divertido con la interpretación. – Además, quería saber cómo estaba la iglesia.

- ¿Tú preguntando por la iglesia?

- Más o menos. – Hizo un gesto. – Una de las hermanas se ofreció para enseñarme sobre religión. – Omitió la parte en que él había pedido eso.

- ¿Cuál?

- Una joven, creo que es la que te fue a buscar a mi taberna. – Stuart frunció el ceño, desconfiando de su amigo.

- ¿La hermana Marie? ¿Qué te propones con ella?

- Ya te dije, es tiempo de que me meta en el rebaño de tu señor.

- Tú jamás has creído en Dios, Murdoc.

- Tal vez la ayuda de una pequeña monja pueda solucionar el problema.

- No te creo.

- Piensa lo que quieras, no me importa.

___________________

Stuart se paró firme fuera de la casa de la joven maestra antes de golpear su puerta, sintiéndose de pronto nervioso por alguna extraña razón.

Noodle abrió la puerta, recibiéndolo con una enorme sonrisa, el sacerdote correspondiendo vacilante.

- Qué bien que pudo venir, padre, - Stuart asintió, entrando, mirando la bonita decoración de la sala, cada cosa dándole un toque femenino al lugar. – Era horrible cuando recién llegué y me costó demasiado trabajo dejarlo a mi gusto, pero lo logré y es un lugar mucho más acogedor que antes.

- Tiene talento para restaurar cosas, Noodle.

- Gracias. – Respondió sonrojada. – Mi abuelo era experto en estas cosas, papá decía que reparaba floreros y tazas con oro derretido.

- ¿De verdad?

- Sí, incluso tengo algo que él arregló. – Hizo un gesto con la cabeza, invitándolo a la sala. – Se ve bien sin su hábito.

- Amm, gracias, es muy difícil moverse con soltura con el hábito puesto y necesito ver sus pies para no pisarla. – Ella rió, acercándose a un gramófono, colocando un disco para empezar con el ensayo.

- Primero bailaremos, después podremos descansar, preparé un pastel para que podamos merendar.

- Está bien.

Noodle apoyó una mano en un hombro masculino, la otra sujetando firmemente los largos dedos de Stuart, sintiendo como la abrazaba de la cintura para permitir que comenzaran a danzar.

Se movieron lentamente al principio, él temiendo hacerle daño, la mujer feliz al sentir sus lentos movimientos, su cabeza descansando contra el pecho masculino, escuchando los suaves latidos de su corazón.

El fraile tomó seguridad, sus pasos volviéndose seguros, girando con la dama entre sus brazos, soltándola para luego volver a apretarla contra sí, respirando su aroma a flores y frutas maduras.

Se detuvieron solo cuando el gramófono dejó de reproducir el sonido de un viejo vals vienés, la joven maestra alejándose lo suficiente como para ver los oscuros ojos del sacerdote, tragando grueso, lamiéndose los labios, esperando que el hombre reaccionara. Stuart le sonrió, cerrando los ojos y besando su frente, oyendo a la mujer suspirar entrecortadamente, una sensación desconocida apoderándose de él. La escuchó jadear su nombre, su mente adormeciéndose, sus labios bajando para presionarse contra la boca de la profesora, reclamando su húmeda cavidad para sí mismo. Ella correspondió ansiosa, el hombre aprendiendo sobre la marcha como complacerla.

Se separaron y Stuart abrió los ojos horrorizado por lo que acababa de hacer, una gran mancha de culpa cubriendo la sensación placentera de besar a Noodle.

- Perdóneme, señorita Noodle, yo...yo no sé qué me pasó. – Se excusó el fraile, alejándose, ella intentado comprender como habían pasado de un momento tan hermoso a uno en el cual Stuart casi parecía haber tratado de abusar de ella.

- No se preocupe padre Pot. – Zanjó el tema, procurando disimular las ganas que tenía de volver a besarlo. – Nos dejamos llevar.

- Tiene razón. – Stuart se tranquilizó. – Solo nos dejamos llevar y jamás volverá a pasar.

- Exacto, jamás.

PriestDonde viven las historias. Descúbrelo ahora