Capítulo 40

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Stuart observó el tren que lo llevaría lejos de Wolfshire, rebuscando en su bolsillo el boleto para entregárselo al encargado, dando un último vistazo a la estación de su pueblo natal antes subir al vagón correspondiente para acomodarse en su lugar.

Sintió el escozor de las lágrimas detrás de sus párpados, ansiando ver a Noodle por una última vez antes de marcharse, sin embargo, eso ya no era posible. Suspiró, deseando que ella fuese feliz por los dos, porque él no lo sería jamás.

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Noodle sonrió, sus problemas con su exprometido estaban solucionados, por lo cual sentía que las cosas de ahora en adelante sólo podrían ir bien.

Pensando así, golpeó con fuerza la puerta de la casa parroquial, esperando que Stuart abriera la puerta, sin embargo, fue la hermana Alessandra quien la recibió.

- Disculpe hermana, pero busco al señor Pot. - Dijo evitando el nombre de pila de su amor para evitar sospechas.

- ¿No lo sabe, señorita Noodle? - La pregunta la asustó, imaginándose lo peor.

- ¿Qué cosa?

- El hermano Pot se iba de Wolfshire.

- ¡¿Qué?! - Exclamó sobresaltada, su corazón siendo invadido por el terror.

- Si, iba a tomar el tren de las nueve. - Noodle se apuró a ver el reloj que llevaba en su muñeca, viendo que faltaban menos de cinco minutos para que su amor la dejara para siempre.

Sin darle las gracias a la monja, salió corriendo rumbo a la estación, estremeciéndose al escuchar el pitido lejano de un tren, no obstante, no se detuvo, evitando piedras y algunos agujeros para llegar hasta Stuart.

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- Debes estar feliz. - La señora Litchfield miró al padre Collins, quien tenía el rostro enrojecido por la rabia.

- ¿Por qué lo dices?

- Tu sobrino se marcha a América pensando que la mujer que ama no siente lo mismo que él y ella se queda aquí, sin saber que la están abandonando.

- Es lo mejor.

- ¿Para quién? ¿Para Stuart? ¿Para Noodle? ¿O para ti? - Preguntó realmente molesto. - Ese muchacho se enamoró de verdad y tú con tus caprichos no lo dejaste ser feliz.

- Verás como me lo agradece.

- ¿Qué fue lo que te pasó? Antes eras una mujer dulce, perfecta, pero te convertiste en un monstruo seco y terrible.

- Es lo que te hace el amor, por eso evité que mi pequeño Stuart sufriera por culpa de esa maestra.

- ¿Y si ella esta embarazada? ¿Pensaste en eso?

- Será culpa de esa mujer por seducir a Stu.

- Cambiaste demasiado...yo no sé...no sé como pude llegar a amarte. - Soltó, yéndose de la sala de estar de la casa de Litchfield, dejándola impresionada con la tardía confesión.

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El andén estaba vacío cuando Noodle llegó, observando con los ojos abiertos la estela de vapor que el tren dejaba tras de sí, ella solo atinando a correr detrás de él hasta que la pasarela de madera se acabó.

- ¡Stuart! - Gritó con la esperanza de ser escuchada por el exfraile. - ¡Stuart! ¡Toochi! - Sus lágrimas salieron descontroladas, dándose cuenta de que ya era demasiado tarde, el hombre no podía oírla por más que gritara y no volvería a su lado.

Se dejó caer al suelo, llorando con rabia por su indecisión que empujó a su Stuart a marcharse y dejarla, sin saber que podían estar juntos.

Siguió así hasta que el tren era casi imperceptible a la vista, levantándose tambaleante para poder volver a su casa, sintiendo que su alma se le enredaba en los pies, su corazón latiendo desbocado, suplicando el buscar a Stu hasta el final de la vía si era necesario, pero eso era imposible, Noodle suspirando entre ahogos, mirando el suelo como si fuese la cosa más maravillosa del mundo, caminando como un muerto viviente, aunque estaba muy cerca de serlo, pues el maldito tren se había llevado su razón de vivir en él.

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Paula rio alegre mientras John adoptaba una pose pomposa al caminar, saludando a cada persona que veía en la calle, diciendo con orgullo que ella era su prometida y que en unos días se casarían.

- Estás loco.

- ¿Por qué? - Kipling miró a su alrededor, las miradas furtivas de la gente del pueblo causándole gracia. - Dije que pasearía con mi prometida y es lo que estoy haciendo. - Tiró de ella para abrazarla, acariciando su pelo con la nariz. - Además, solo miran porque están envidiosos.

- John...

- ¿Dónde quieres vivir cuando nos casemos?

- No lo sé.

- Boston es un lugar bonito.

- ¿Boston?

- Está al otro lado del mar, pero tienes el plus de que nadie te mirara raro y mis padres te adoraran.

- ¿De verdad?

- ¿Qué dices? Inglaterra es viejo y aburrido, vamos por el hijo, Estados Unidos es mucho mejor.

- Tengo que pensarlo.

- ¡Señor Kipling! - Escucharon la profunda voz del alcalde, quien los vio con sorpresa. - ¿S-señora Paula?

- Pronto será señora Kipling, alcalde.

- ¿Qué? ¿Por qué? - Russel los observó con temor creciente.

- Nos casaremos en cuatro días.

- U-u-usted estaba comprometido con Noodle.

- Sí, pero me di cuenta de que amo a Paula y quiero estar con ella, ¿por qué? ¿hay algún problema?

- Y-yo...

- Si nos disculpa, señor Hobbs, aún debemos ir a la iglesia a hablar con el padre Collins, así que, por mi parte, me despido.

- Igualmente, señor alcalde, hasta luego. - La pareja se alejó, dejando a Russel solo, preguntándose como todo había cambiado entre Paula y él sin que él se hubiese dado cuenta.

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Derrotada, Noodle se paró derecha, secándose las lágrimas, evitando asustar a cualquiera que la viese, peinándose el cabello, deteniéndose al vislumbrar una figura alta parada fuera de su casa.

Apuró su paso, emocionada al divisar un destello azul provenir de la figura, levantándose la falda para correr hasta el hombre que la miraba sonriendo, una pequeña maleta en el suelo.

Se lanzó a su cuello, abrazándolo mientras lloraba nuevamente, esta vez de alegría, besando sus mejillas con amor, por que finalmente Stuart no se había marchado.

Su Toochi no la había abandonado.

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